Prólogo para el libro Historia de la República Romana, de Arthur Rosenberg (2018)

Prólogo para el libro Historia de la República Romana, de Arthur Rosenberg

Joaquín Miras [*]



I. Presentación de Arthur Rosenberg

El autor Arthur Rosenberg es un pensador marxista revolucionario y gran intelectual formado en la universidad alemana anterior a la Primera Guerra Mundial. Un pensador que debería ser un clásico para los marxistas, pero que ha resultado siempre incómodo para todas las corrientes del marxismo.

Arthur Rosenberg nació en Berlín en 1889 y falleció en Nueva York el 1943. Estudió en la universidad de Berlín, la mejor universidad de un Estado que poseía, en aquella época, el mejor sistema universitario del mundo

Arthur Rosenberg se especializó en historia antigua. Por su inteligencia y capacidad de estudio, Rosenberg fue el alumno predilecto de uno de los grandes estudiosos de la historia de Grecia, el historiador helenista Eduard Meyer (1855-1930), fundador de una escuela de estudios cuya tradición se ha sostenido hasta la actualidad, y del que podemos encontrar obra traducida al castellano en Ed. Fondo de Cultura de México: Eduard Meyer, El historiador y la historia antigua.

Arthur Rosenberg asumió las tesis fundamentales del pensamiento historiográfico de Meyer.

Para Meyer, el motor de los cambios históricos, de los acontecimientos políticos, económicos, etcétera, debía ser buscado en los hechos sociales, en la conflictividad social de cada época. Tesis que no debe ser considerada de inspiración marxista, sino que era compartida por otras corrientes de pensamiento. Recordemos que el propio Marx nos explica que él reparó en la importancia de las luchas de clases gracias a los estudiosos liberales, Guizot y Thierry.

Otra tesis, elaborada por Meyer y sostenida en continuación por Rosenberg, es que el fundamento de la producción material del mundo griego no era el trabajo esclavo, mayoritario, sino la producción material generada por pequeños productores y trabajadores pobres, que eran mayoritarios.

Una última tesis, no necesariamente vinculada a la anterior, sostenida por Meyer y Rosenberg, y la mayoría de los estudiosos actuales, es la de que las luchas de clases en la Antigüedad fueron, en lo fundamental, entre hombres pobres libres y hombres ricos. No entre esclavos y amos. Así lo testimonian los documentos y textos procedentes de la Antigüedad, tanto los de historiadores como los de los filósofos clásicos griegos y latinos.

Fueron los trabajadores y pequeños propietarios pobres los que se organizaron para luchar contra los oligoi. Y este sector social de pobres es el que da lugar, en algunas polis helénicas, entre ellas Atenas, a la democracia, o poder de los pobres, tal como lo define Aristóteles.

Rosenberg no solamente estudió con Meyer, sino también con otro gran historiador alemán de la Antigüedad, investigador de Roma, el erudito Otto Hirschfeld, que continuaba los estudios de Roma de la escuela fundada por Theodor Mommsem, y que en sus investigaciones sobre Italia también ponía su interés en los acontecimientos sociales como motor de la historia. Precisamente la tesis de habilitación para poder trabajar en la universidad de Arthur Rosenberg fue una investigación sobre el mundo romano.

Rosenberg participaba de ese mundo de grandes señores de la universidad alemana. Un mundo culto y reaccionario.

En resumen, desde su juventud, Rosenberg estuvo alejado del pensamiento de izquierdas, y en concreto, del marxismo, pensamiento al que se aproximaría tan solo al final de la Primera Guerra Mundial.

Antes de la Gran Guerra, Arthur Rosenberg había llegado a ser ya una figura de primer rango en la universidad del Reich.

En 1914, en pleno periodo de histeria chovinista y belicista, previo al estallido de la Primera Guerra Mundial, Rosenberg firma, junto con la cuasi totalidad de los profesores universitarios de Alemania, el manifiesto redactado por el célebre filólogo helenista noble, Ulrich von Wilamowitz, que daba apoyo al militarismo alemán del Kaiserreich.

Al estallar la guerra, Rosenberg es movilizado e incorporado a los servicios de inteligencia alemanes como Consejero del Estado mayor prusiano. Unos servicios de inteligencia organizados por el verdadero hombre fuerte del régimen, el general Ludendorff, monárquico ultrareaccionario. Este aparato de poder se dedicaba al espionaje, al contraespionaje y, además, a la creación de opinión pública interior. Y se dotó de una estructura que le permitía sustituir al poder político además de dirigir la opinión pública mediante el control de la prensa.

Según estudios posteriores del propio Rosenberg, la estructura creada por Ludendorff era ya un partido único protonazi que controlaba el aparato de Estado.

Rosenberg estuvo muy pronto adscrito al departamento del coronel Walther Nicolai, tan ultrareaccionario como Ludendorff, y quien organizaba y dirigía la sección de espionaje dentro de la estructura de poder organizada por Ludendorff. Rosenberg estaba encargado del análisis de los países enemigos, y muy en particular, de los EEUU.

Ese joven Arthur Rosenberg, que es considerado, con razón, hombre de confianza del poder prusiano, era en esas fechas, como se puede conjeturar, un intelectual por entero ajeno al marxismo.

Es la experiencia del horror de la guerra, y el acceso de primera mano a la información verdadera sobre lo que acontecía, tanto en la sociedad y el frente alemanes como en las sociedades y ejércitos de las potencias enfrentadas con Alemania, y la catástrofe subsiguiente de la derrota militar y el hundimiento económico alemán, consecuencia de la guerra, lo que le hizo cambiar drásticamente. Al aproximarse el fin de la guerra, el hundimiento del mundo en el que se había educado produjo en él, al igual que en algunos otros grandes intelectuales de la época, una crisis moral y política.

El 1918 se produce un vuelco ideológico. Su conocimiento sobre el comportamiento de las denominadas potencias democráticas, en relación con sus propias sociedades, al que había accedido por ser analista de las mismas, le llevó a rechazar como alternativa al régimen reaccionario alemán, la hipócrita alternativa de las democracias occidentales, que él conocía y sabía que ni eran democráticas ni eran igualitarias. En consecuencia, Rosenberg simpatiza y se esperanza con el nuevo poder revolucionario soviético que se había iniciado en noviembre de 1917.

Rosenberg se adhirió al Partido Socialdemócrata Independiente, cuya mayoritaria ala izquierda se unificaría con otros grupos y daría lugar a la creación del Partido Comunista de Alemania (DKP) en 1920. Rosenberg acompañó ese viaje.

Hay que destacar que Rosenberg, militante desde 1918, optó por permanecer en el PSI, y no se adhirió a la Liga Espartakista, que se escinde del mismo a finales del 18. Arthur Rosenberg, que sostendría posiciones políticas izquierdistas, tanto en el PSI como en el futuro DKP, no tuvo sin embargo en gran consideración política -sí moral- a los dirigentes de la Liga Espartakista, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. Su opinión, a mi juicio, era acertada. Era un sinsentido y un error sectario escindirse por impaciencia de una fuerza política que, poco después, y de forma mayoritaria, pasaría a formar parte del nuevo partido comunista.

En 1920 Rosenberg milita en el Partido Comunista. Esta ruptura con las opciones moderadas, a las que se había acogido la inmensa mayoría del mundo académico, lo aísla del resto de intelectuales universitarios y acarrea el final de su carrera académica.

Hasta su abandono de la universidad en 1930, nunca pasará de ser "privatdozent", profesor no titular o adjunto, no numerario, contratado a tiempo parcial.

Desde su ingreso en el partido se dedica con todas sus energías al activismo político. En esta organización pasa a desempeñar de inmediato cargos de importancia. Aprovecha todo su conocimiento adquirido en el estado mayor del espionaje prusiano sobre la organización de prensa y de instrumentos de propaganda para ayudar a organizar prensa escrita, dar mítines, etc.

En 1921 se incorpora como miembro electo por el DKP al consejo municipal de Berlín, y asiste como delegado al congreso de Jena. Nombrado responsable de las publicaciones del partido, desempeña esta función durante los años 1922 y 23. Cuando se constituye la corriente de izquierdas del partido, Rosenberg se incorpora a la misma.

También, en 1921, pasa a ser miembro de la redacción de la prensa en lengua alemana de la Komintern -Inprekor-, donde escribe de política internacional, utilizando los conocimientos adquiridos durante su etapa como analista de espionaje.

En 1924, cuando la dirección del DKP queda bajo el control del ala izquierda, Rosenberg pasa a formar parte del Comité Central, y es elegido diputado por el DKP.

Ese mismo año, en el V congreso de la Internacional Comunista pasa a formar parte del ejecutivo ampliado del presidium de la Komintern.

Durante esos años, publica obras de divulgación sobre la lucha de clases en el mundo antiguo, con el fin de que el movimiento revolucionario tuviera elementos intelectuales de reflexión sobre la política: su muy interesante Historia de la República Romana, que El Viejo Topo publica ahora, y su importante trabajo Democracia y lucha de clases en la Antigüedad, libro publicado anteriormente por esta misma editorial, cuya traducción y prólogo corrieron de mi cuenta.

Estos textos sobre el mundo político clásico nos permiten comprender el tránsito natural de Arthur Rosenberg hacia el bolchevismo revolucionario.

Arthur Rosenberg había entendido el régimen político de la democracia, desde siempre, y con independencia de la valoración política que éste le mereciese, según la explicación que Aristóteles da del mismo en su obra.

Según Aristóteles, la democracia no es el régimen de la mayoría, sino el régimen político en el que mandan los pobres.

Escribe Aristóteles: "No se debe considerar democracia, como suelen hacer algunos en la actualidad, simplemente donde la multitud es soberana (pues también en las oligarquías y en todas partes es soberano el elemento mayoritario); ni tampoco oligarquía donde unos pocos ejercen la soberanía del régimen. En efecto, si fueran mil trescientos ciudadanos, y de entre estos, mil fueran ricos y no fuesen partícipes del gobierno los trescientos pobres, pero libres e iguales a ellos en lo demás, nadie diría que esos se gobiernan democráticamente. Igualmente también en el caso de que unos pocos sean pobres, pero más fuertes que los ricos, aunque estos sean más, nadie llamará a tal régimen una oligarquía si los demás, aun siendo ricos no participan de los honores. Más bien hay que decir que existe democracia cuando los libres ejercen la soberanía, y oligarquía cuando la ejercen los ricos. Pero sucede que unos son muchos y otros pocos, pues libres son muchos y ricos pocos" [1].

Como se puede ver, Aristóteles define un régimen político como democracia si en el mismo el poder soberano es ejercido por los pobres, con independencia del número de personas que constituya la clase social de los pobres. Para Aristóteles, la característica analítica que define la democracia es que los pobres dominen; la democracia es el poder de los pobres, no el poder de las mayorías. Aunque en su texto se reconocen también otras dos cosas. En primer lugar, el hecho empírico de que los pobres son siempre la mayoría. En segundo lugar, y también de mucha importancia -"pues también en las oligarquías y en todas partes es soberano el elemento mayoritario"- que todo régimen que se instaura y se sostiene, si consigue estabilizarse y permanecer en el tiempo es gracias a que el núcleo social dirigente es capaz de organizar en torno de su proyecto social un consenso mayoritario.

La democracia ateniense, aristotélica y platónica es, pues, el poder de los pobres. Se puede comprender fácilmente que, una vez Rosenberg asume como válida para el presente la alternativa político social de la democracia entendida según la interpretación clásica, identifique la democracia, el concepto clásico, histórico, de la misma, con la dictadora del proletariado instaurada en Rusia en 1917, con el poder soviético obrero y campesino. Y por tanto que a su vez Rosenberg se identifique y asuma con gran lucidez y capacidad de comprenderla en su sentido profundo, la revolución rusa, una vez ha aceptado como válida la tradición democrática clásica.

En lo sucesivo, Rosenberg adoptará la democracia en su interpretación aristotélica como hilo heurístico de toda su futura reflexión política marxista. Así seguirá haciéndolo en la que es su obra culmen, publicada en 1943, Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), que está pendiente de edición en El Viejo Topo [**], publicada anteriormente en México, Ed. Pasado y presente, en 1981, y en Argentina, Ed. Claridad, en 1966 -ambas, ediciones agotadas.

En esta última obra suya, verdadero testamento monumental del pensamiento político marxista, y tal como nos explica Luciano Canfora [2], Rosenberg ahonda la reflexión sobre la cita aristotélica a partir del matiz que he destacado y en el que se recalca que todo régimen político que se sostiene, revela precisamente por ese mismo hecho que ha sido capaz de crear un consenso mayoritario -una hegemonía social, diría Antonio Gramsci. Todo régimen político estable es resultado de que una clase o fracción de clase ha sido capaz de constituir un bloque social que aúna a la mayoría social y canaliza y resuelve las necesidades materiales, y se vale de la praxis de la mayoría para producir y reproducir consensualmente su orden.

Por tanto, el consenso mayoritario no es una característica específica de las democracias en oposición a los demás regímenes existentes. Con independencia del tipo de régimen que se instaure, sea este el fascismo, el liberalismo, el poder absolutista, etcétera, todo régimen que perdura lo hace porque ha logrado sumar una mayoría social.

La interpretación alternativa, muy en boga, es muy perniciosa porque nos impide analizar y dar explicación de las estabilidades y cohesiones sociales que hay detrás de todo orden social estable. Una vez caídos en la misma, nos vemos obligados a recurrir a explicaciones extravagantes como la de la estupidez de los subalternos que constituyen la base de apoyo de un régimen, o la del "totalitarismo", explicación que achaca el sostenimiento de un régimen a un omnipotente dominio ejercido por la policía sobre la vida cotidiana de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, sobre la vida cotidiana de las gentes.

El terror, un golpe de Estado, puede ser el origen de un régimen político, no puede ser, sin embargo, lo que explica su existencia y estabilidad.

La democracia, tal como lo explica Rosenberg, se caracteriza por ser siempre un movimiento de masas capilarmente autoorganizado; un movimiento generador de poder inmediato sobre la propia sociedad, que es hegemonizado por una u otra fracción social.

La democracia es el nombre de dicho movimiento histórico sustantivo, de masas, autoorganizado desde la base y autoprotagonizado por ella misma.

Mientras existe tal movimiento, existe la democracia. Si ese movimiento deja de existir, la democracia no existe.

"La democracia como una cosa en sí, como una abstracción formal, no existe en la vida histórica: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un Estado democrático es, por tanto, un Estado en el que el movimiento democrático ostenta el poder" [3].

Vuelvo, para terminar, a la biografía de Arthur Rosenberg. En 1927, Rosenberg abandona el partido comunista.

Este mismo legado de la democracia clásica y de la historia de la democracia, sobre el que Arthur Rosenberg nunca dejará de investigar hasta su muerte, explica el porqué del alejamiento de Rosenberg respecto de la revolución rusa y su abandono de la Komintern.

La razón principal es que, a su juicio, con la desarticulación del movimiento revolucionario de masas, esto es, de la democracia revolucionaria de los soviets o auténtica dictadura del proletariado y de los campesinos pobres, y con la contención y la desarticulación del movimiento de masas en el resto de Europa, la revolución había dejado de ser una posibilidad inmediata.

La crisis económica seguía abierta en esas fechas, pero las masas habían sido derrotadas, desorganizadas y enfrentadas entre sí, y la dirección política del partido no podía pretender ser el sustituto de las mismas, no tenía la capacidad de recrear ni de sustituir la subjetividad destruida.

La revolución es un proceso de masas, de auto protagonismo de masas, y sin la organización y el protagonismo de los explotados sobre el proceso histórico, no puede existir dictadura democrática del proletariado, poder de los pobres o democracia. La política revolucionaria queda convertida en discursividad, en mito.

Rosenberg consideraba que la Unión Soviética no era una verdadera dictadura del proletariado, una verdadera democracia popular.

Y el comunismo, en la situación política que se abría en Europa, era solo una fraseología. En esas condiciones, la Komintern ya no tenía razón de ser.

En el último periodo de su vida, Rosenberg vivió exiliado en los Estados Unidos, lo que le permitió conocer de primera mano la evolución de esa sociedad, el que él había comenzado a investigar sistemáticamente como miembro del servicio del gabinete de estudios del espionaje del Kaiserreich. Y pudo comenzar a elaborar hipótesis comparativas entre los Estados Unidos, la Unión Soviética y la Alemania nazi.

El último Rosenberg percibía notables paralelismos en la evolución de las sociedades y regímenes de los Estados Unidos de Roosevelt, y en general los países desarrollados capitalistas, y la Unión Soviética de Stalin y la Alemania nazi, formaciones sociales industrialistas, fordistas, regímenes de masas modernos, tecnológicos, no democráticos. En consecuencia, pensaba que, ganase quien ganase la guerra, las alternativas de evolución social que se impondrían en el mundo serían semejantes.

Me permito recordar aquí, en paralelo, el cuaderno de Antonio Gramsci sobre "Americanismo y fordismo", respecto del cual, entre otros, André Tosel nos explica que es un cuaderno en el que Gramsci estudia la nueva, sistemática, Revolución Pasiva, contemporánea, en marcha, asociada al fordismo. Y de la reflexión elaborada por Gramsci en dicho cuaderno, surge una crítica consciente, no solo al modelo de los Estados Unidos, que es el modelo puntero de Revolución Pasiva actual, sino también a la Unión Soviética, que evoluciona en el mismo sentido fordista [4], y queda caracterizada como otra forma o modelo de Revolución Pasiva. Un cuaderno que ha resultado críptico, e incluso que ha sido malinterpretado, dado que nos hemos negado a darle la interpretación que se concluía del mismo, como insiste Tosel.

Los regímenes políticos, incluida la democracia, son regímenes sustantivos, órdenes sociales integrales; no asunto de simple procedimiento político -procedimentalismo político frente a sustantivismo. La forma de organizar la materialidad del vivir, y el poder de control real sobre la misma, eso es lo que determina cuál será el régimen, sus características fundamentales, la antropología de sus miembros, y el alcance de la posible intervención continuada de sus aparatos de Estado. Solo un régimen en el que los pobres pasen a controlar cotidiana y capilarmente la materialidad del vivir, y se hayan organizado, para ello, en movimiento de masas, puede ser una democracia. El fordismo no abre esa posibilidad, sino, por el contrario, favorece la jerarquía y la acumulación de poder.


II. Algunas notas explicativas sobre Historia de la República Romana, de Arthur Rosenberg

El presente libro, la Historia de la República Romana, versa sobre Roma, desde su origen como comunidad socio política hasta el inicio del Imperio, tras la disolución de la República.

Su fin es explicar cómo se constituye Roma como República, y cuál es el proceso histórico que da lugar al paulatino ascenso de las clases subalternas dentro de la República, hasta constituir parte del régimen e imponer un determinado tipo de democracia. Qué especificidad posee esa democracia, como consecuencia de los límites impuestos por las características de las fuerzas sociales constitutivas de la República, y del mismo proceso histórico social que se genera entre ellas. Y cuál es la dinámica histórica posterior que conduce a la quiebra de la democracia y, a la par, de la propia República, y da lugar al Imperio.

El libro, de poco más de 130 apretadas páginas, fue publicado por Arthur Rosenberg en 1921, durante su periodo de la militancia del autor en el partido comunista. Como ya he adelantado en la breve semblanza biográfica, este libro, igual que el otro texto coetáneo que escribiera Rosenberg sobre Atenas, publicado también en esta editorial, Democracia y lucha de clases en la Antigüedad [5], fue redactado como material de reflexión para el movimiento de masas, y en concreto para los cuadros y militantes comunistas, en un periodo de la historia de Alemania de fortísima lucha de clases y agitación social, de asesinatos de militantes izquierdistas y demócratas, que se produce durante el periodo de precaria estabilización de otra República, la República de Weimar, recién constituida y en constante crisis de régimen.

Rosenberg pretende ayudar a la reflexión política de la militancia comunista sobre la concreta realidad social en la que se encuentra, la de una República que no es socialista pero cuyo fundamental apoyo se limita casi en exclusiva al movimiento obrero organizado, tanto en el DKP, o partido comunista, como en la SED o Social democracia.

Ese mismo año de 1921 se desata en Alemania la hiperinflación del marco, y se produce el golpe militar, profascista, denominado golpe de Kapp, fracasado, contra la República de Weimar, a cargo de fuerzas militares ilegales, según los acuerdos de rendición firmados por la República, sostenidas bajo mano [6], golpe que fue protegido por el aparado de estado de la propia República, repleto de reaccionarios pro imperiales, y no fue perseguido por los tribunales.

La caracterización de la obra, de su contexto histórico y de la intención política que el autor le confiere a la misma como instrumento para la reflexión de la militancia comunista, puede precaver al lector que se aproxime a la misma. Un libro sobre la Antigüedad escrito para militantes levanta la sospecha doble del esquematismo y de lo que se denomina críticamente como "Presentismo" historiográfico.

En primer lugar, quiero recordar de nuevo que el autor, Rosenberg, era un historiador eminente, perteneciente a la que entonces era la mejor escuela historiográfica de la Antigüedad, la alemana, que había tenido precedentes tan señeros durante la segunda mitad del siglo XIX como Theodor Mommsen (1817-1903), cuya monumental obra sobre Roman, Historia de Roma, marca un hito en el estudio de Roma y todavía hoy sigue siendo tenida en cuenta. Una escuela historiográfica que en la época de Rosenberg tenía en Berlín a una eminencia indiscutida, a quien ya me he referido, el maestro de Rosenberg, Eduard Meyer (1855-1930), una de las cimas de la historiografía mundial, mencionado encomiásticamente por el coetáneo Ortega y Gasset, y cuya escuela de trabajo historiográfico se basaba en una crítica textual refinada y rigurosa, ejercida a partir de una erudición vastísima. Hasta la Guerra Mundial, Rosenberg fue uno de los discípulos predilectos de Eduard Meyer, dada su capacidad intelectual y el rigor y potencia de sus investigaciones.

La tesis de investigación de Rosenberg, de la que he hecho ya una breve referencia, versó sobre los procedimientos electorales, complejísimos, de los denomiados Comicios Centuriados de la República de Roma, que entregaban el poder al Patriciado romano. Según Luciano Canfora, los descubrimientos hechos en ella por Rosenberg siguen siendo saber válido actualmente.

Por lo tanto, la síntesis historiográfica que se nos presenta en esta obra corre a cargo de un especialista y está hecha con conocimiento de causa.

En segundo lugar, el presente libro sí está escrito en un estilo que se caracteriza por su claridad expositiva, su precisión, su escaso barroquismo y, en general, por su accesibilidad. El propósito de la escritura es aproximar un saber al lector. Pero el rigor y sencillez del estilo de redacción está al servicio de la exposición de una síntesis de argumentos explicativos, seleccionados críticamente por el autor, que dan cuenta de la historia de Roma. En las páginas se acumulan sin cesar, apretadamente, explicaciones historiográficas que dan razón del proceso histórico, en constante cambio, de la República de Roma.

Este volumen no es, en lo fundamental, una narración descriptiva de acontecimientos, sino una explicación rigurosa del decurso de la historia de Roma a partir de la presentación de las fuerzas sociales en conflicto que, en cada momento de la historia de Roma, impusieron cada transformación concreta en el decurso de la misma.

Esta constante aportación acumulativa de teorías explicativas de primer nivel, que resulta necesaria para hacernos comprender los cambios sociales que impulsan la transformación de una comunidad social durante 300 años, si bien viene expuesta sucintamente, también es presentada sin concesiones, y esto crea otro tipo de dificultad, doblada por el hecho de que se invita al lector a reflexionar políticamente sobre esa explicación. El lector que lea con poca atención aunque sea tan solo una página puede estar perdiendo elementos explicativos de importancia.

Nos encontramos ante una obra que es una gran síntesis, redactada por un gran especialista, con claridad, no ante un esquema didáctico narrativo.

Precisamente, por ello, el gran historiógrafo Luis Canfora asume como propia la explicación detallada y matizada, compleja, que Rosenberg da de la caída de la República y el advenimiento de un nuevo orden cívico social, el Imperio, tras el fracaso de los diversos intentos de imponer una monarquía a la oriental -César, Marco Antonio- y la imposibilidad de sostener la antigua República. Luciano Canfora se atiene a esa explicación elaborada por Rosenberg en una de las más importantes y extensas obras del italiano publicadas en castellano, en la que Canfora estudia el periodo final de la República y el advenimiento del Imperio. Me refiero a la obra de Luciano Canfora, Julio César, un dictador democrático, Ed. Ariel, Barcelona, 2000 (primera y segunda ediciones), 480 páginas.

Comparar periodos históricos, cuando se hace con la vastedad de conocimientos y la capacidad de comprender la sociedad que posee Rosenberg, y con la experiencia que le confiere -que le marca- el haber observado la Primera Guerra Mundial desde el privilegio observatorio de la oficina de espionaje alemán, esclarece una y otra de las épocas contrastadas, permite aferrar la especificidad de cada una de ellas y, a la vez, inferir conclusiones válidas por analogía.

Precisamente sobre el interés, la validez y la reciprocidad de luces que arroja el trabajo historiográfico cuya investigación se realiza con rigor, pero incluyendo, también -pero no solo- en la heurística, la propia experiencia vivida por el historiógrafo, nos da también razón el gran historiógrafo, muerto hace muy pocos años, Edward Palmer Thompson. Como sabemos, Thompson trabajó sobre la constitución de la clase obrera inglesa, a comienzos del siglo XIX, y sobre lo que él denominó la "Economía moral de la multitud" y las luchas de clases, sin que aún hubiese clases sociales, durante el siglo XVIII, consciente de la especificidad irrepetible de aquellos periodos, pero iluminando esos periodos desde las experiencias que habían enriquecido su vivir durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial, y los años previos, así como desde su experiencia como voluntario en la reconstrucción de Bulgaria en los años inmediatos al final de la guerra; la experiencia de los Frentes Populares, tan inestimable como fugaz. Una experiencia de su mundo presente que le permitía comprender mejor el pasado estudiado, y que, a su vez, recibía luz desde otro mundo anterior.

Y viceversa, es el rigor intelectual, la comprensión concreta del conflicto social histórico de una época, aferrado en su singularidad específica, del que depende un decurso histórico irrepetible, lo que puede permitirnos extraer saber sobre nosotros mismos y nuestra singularidad, presentes; sobre las características contradistintas, singulares de nuestro hacer concreto, sobre sus posibles consecuencias, comparadas con las de aquella otra época; sobre la irremediabilidad de las consecuencias de lo hecho, y los límites que nos oponen las fuerzas con que nos confrontamos.

Vuelvo a la obra que nos ocupa. El lector que conozca la bibliografía marxista descubre que en la heurística explicativa elaborada por Arthur Rosenberg para esta obra, se incluye también, de forma capital, y junto a su propia experiencia de vida, uno de los grandes textos escritos por Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte. Breve redactado de poco más de 100 páginas que nacía originariamente, no como obra historiográfica, sino, al estilo de la obra de los "jístores" helénicos, como obra de reflexión sobre el inmediato presente: como conjunto de artículos sobre el reciente golpe de Estado de Luis Napoleón, que iban a ser publicados, en principio en un periódico de Nueva York.

El dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte es, también, a su vez, una obra periodística elaborada por un político práctico, que acumulaba experiencia de praxis política, tras el fracaso de la Revolución en Alemania, y que conoció los acontecimientos franceses de primera mano y los reflexionó a la luz de su experiencia política.

Sin embargo esa breve obra ha sido fundamental para la historiografía y también para el análisis político. Porque ha proporcionado a innumerables historiadores y políticos, entre ellos Antonio Gramsci, las claves para comprender las causas de los fracasos de las revoluciones habidas en Europa, con la excepción de la Rusa, y las características de los regímenes que se instauraron tras ellas. El fascismo italiano, por ejemplo. Regímenes políticos que poseían una característica novedosa, la aparición de regímenes reaccionarias surgidos con la participación de masas inorgánicas movilizadas.

La explicación elaborada por Marx en su obra sigue la actividad organizada de las diversas clases sociales, y de las fuerzas políticas orgánicas de cada una de ellas. En el caso de la obra de Marx, burguesía, clase obrera, campesinado, y clases pequeño burguesas o clases medias de pequeños propietarios.

Marx explica cómo la burguesía, que había accedido al poder tras el hundimiento del Imperio Napoleónico, como resultado de la intervención extranjera -1815- seguía siendo una clase endeble, porque no había conseguido organizar un proyecto social que atrajera y diese cabida y alternativa vital a la mayoría de la sociedad, de forma que se hubiese generado un consenso social mayoritario en torno a su proyecto social, ya fuese éste un consenso activo o pasivo.

Me permito recordar al lector que, tal como consta en este prólogo, ya el gran Aristóteles consideraba que todo régimen que posee continuidad en el tiempo y estabilidad política, la obtiene porque concita el consenso, la hegemonía -poder hegemonikós- sobre una mayoría social, que encuentra en ese orden social la posibilidad de vivir cotidianamente. Sea o no democracia.

Esa era la situación de fondo que posibilita el desencadenamiento de la revolución del 48 y la instauración de la Segunda República francesa. Por su parte, la clase obrera francesa, minoritaria dentro de las clases subalternas, a su vez, fue incapaz de atraerse y poner en pie al campesinado francés, que constituía el contingente mayoritario, con mucho, de las clases explotadas. Rosenberg explicaría años después, en otro de sus grandes libros, el más importante de los grandes libros escritos por él [7], la causa de esto. La clase obrera organizada cae en el error de aceptar la propuesta de la "República Social y Democrática" o Segunda República francesa, que preservaba sus intereses corporativos. Consistía esta propuesta en disminuir los impuestos a los trabajadores manuales, para compensar su nivel salarial, y en descargar, en contrapartida, el grueso del pago de los impuestos sobre el campesinado, que debía pechar con el costo de la República. Una clase campesina desorganizada políticamente por aquél entonces -cada familia campesina es comparada por Marx con una patata dentro de un saco de patatas en la que cada unidad vivía de espaldas al resto-, y sometida al poder implacable de los usureros [8]. Estas medidas le enajenaron, tanto a la República como a la clase obrera, el apoyo de la clase social explotada mayoritaria, el campesinado [9].

Una vez aislada, la clase obrera organizada, que vertebra la única posibilidad real de alternativa política y social, pudo ser exterminada. La lucha de la clase fue heroica, y un ejemplo de dignidad. Pero ya no tenía posibilidades de éxito, debido a su ceguera previa. Cuarenta mil muertos en tres días de junio de 1848, en las barricadas de París.

En esa situación de incapacidad general de las diversas clases sociales para poder organizar un proyecto de sociedad y de vida, por mutua destrucción, surgen grupos sociales que se organizan al margen de las agregaciones sociales orgánicas, y que establecen nuevas posibilidades alternativas de poder, cuya viabilidad se abre paso precisamente por el fracaso de las alternativas de las clases sociales existentes, por la necesidad de hallar soluciones para la vida, que siente toda la sociedad, y por la existencia, en esos mundos sociales, de miles, o decenas de miles, centenas de miles, quizá, de individuos que han generado experiencias de vida al margen de las clases organizadas existentes.

El "Imperialismo" es otra de las nociones interpretativas fundamentales, junto con la experiencia política y la obra de Marx citada, utilizada por Rosenberg.

La noción de Imperialismo es el fundamento heurístico de valor inestimable, a mi juicio, del análisis geopolítico de la izquierda.

Como sabemos, desde fines del XIX se desarrolla una nueva fase del capital, expansiva, consistente en tratar de dominar mediante el control directo de nuevos territorios las fuentes de materias primas necesarias para la producción y los mercados en los que vender las mercancías producidas, en un mundo en el que la saturación comercial era un hecho. Es el colonialismo moderno, que implica la expansión de las grandes potencias, tanto las europeas, como Estados Unidos y Japón, por todo el planeta. Para lo cual se crean poderosos ejércitos coloniales y grandes escuadras, y grandes cuerpos administrativos coloniales, que instauran el Estado europeo en un territorio exterior a Europa.

Por esas mismas fechas, el capitalismo genera o elabora nuevas formas intelectuales de estudio, adecuadas a la nueva situación de sistemática intervención internacional por motivos inmediatamente económicos, y de subsiguiente choque inevitable con otras potencias europeas expansivas. Se elabora, por ejemplo, la misma noción de "geopolítica" -1899 a cargo del sueco Rudolf Kjellem; su obra más afamada data de 1916. En 1902, un intelectual de izquierdas, no marxista, da la réplica y construye un concepto heurístico fundamental para el pensamiento de izquierdas, y que inaugura la interpretación geoestratégica de la izquierda que permite comprender y estudiar el comportamiento de las grandes potencias colonialistas: Imperialismo. Noción elaborada por John A. Hobson, un intelectual no marxista, reformista, socialdemócrata inglés [10]. En 1916, Lenin publica su clásica obra sobre el imperialismo.

El concepto no pertenece a Marx, que muere en un periodo en el que, si bien se daban ya pasos hacia la creación de nuevas colonias -Inglaterra, Francia, Estados Unidos y sus anexiones-, no se percibía la amenaza de una confrontación inminente entre ellas por el reparto del mundo.

Las potencias exitosas en el dominio de nuevas grandes regiones planetarias se garantizaban, de una parte, que la metrópoli recibiera cantidades masivas de riqueza; también la administración del Estado sorbía gran cantidad de riqueza por vía de impuestos. Todo ello podía permitir clielentizar a partes de la propia población pertenecientes a las clases dominadas o subalternas de la metrópoli. La necesaria creación de nuevas y colosales instituciones administrativas y represivas, tales como el ejército permanente, y la administración, cuyas bases estaban compuestas normalmente por individuos procedentes de las clases pobres, permitía la integración de los mismos, en tanto que funcionarios o militares, de forma inmediata, en una comunidad de vida diversa de la de su clase social originaria, sostenida de manera prolongada. Este hecho constituía para ellos una experiencia formativa que acuñaba una caracterización social diversa, específica y distinta a la de la clase social de origen de estos grupos, que iba mucho más allá de los simples intereses económicos, y que también les permitía aspirar sensatamente a alcanzar, al retirarse de la vida activa, funcionarial o militar, un nivel de vida interesante.

Este es el caso de los soldados, movilizados en ejércitos coloniales permanentes, semejantes a los existentes durante el periodo final de la República de Roma.

La experiencia formativa que implicaba la participación durante un periodo prolongado de tiempo en un ejército de guerra, es también un hecho que se produce masivamente en la Europa de la Primera Guerra Mundial, y que Rosenberg observa en esos momentos. Millones de campesinos arrancados de sus aldeas, sometidos a condiciones de vida -y muerte- excepcionales, a la inactividad cuando no había combate, y a la percepción de que el único mundo real, del que dependía de forma inmediata su vida y su propia vida, era el ejército, sus compañeros de armas. Un mundo experiencial en disrupción completa con el mundo anterior, debido al cual desrealizaban y olvidaban sus anteriores formas de vida. Y al término de la guerra, resultaban ser masas de personas inadaptadas a la vida civil campesina anterior. Formaban bandas armadas -frei korps- que hacían de la guerra su modus vivendi, del ejército y el culto a la violencia, su cultura, y de los compañeros de armas sus únicos semejantes respecto de los que ejercer solidaridad. Como profesionales de la guerra exigían tener trabajo y un futuro. Como individuos sometidos a terribles experiencias formativas prolongadas y a solidaridades de cuerpo, a vida o muerte, eran seres asociales. Precisamente los primeros estudios sobre ese comportamiento extraño de los ex soldados vueltos a sus mundos de vida anteriores, sobre su sentimiento de pertenencia a un mundo militar y su sentimiento de ajenidad respecto de la aldea, donde su experiencia era imposible de ser entendida, datan de la primera postguerra mundial.

Hemos de tener esto en cuenta cuando Rosenberg documenta y destaca para nosotros el dato de que durante el periodo de guerras civiles previo al Imperio romano, solo en occidente llegó a haber 250 mil soldados formados por proletarios y campesinos pobres (pág. 158), acostumbrados a un tipo de vida diferenciada durante decenios, que participaban en los botines de guerra obtenidos por sus generales, y que exigen soluciones vitales satisfactorias, al margen de su sociedad.

Si el lector me permite una observación marginal, habitualmente las películas y series televisivas estadounidenses nos explica reiteradamente, si bien de forma excesivamente banal, este hecho que es actual para su sociedad. La existencia de más de dos millones de ex soldados jubilados, con altísimo índice de inadaptación a la vida civil, con tasas muy altas de suicidios, una vez se ven obligados a dejar el ejército, en el que han recibido buenas pagas, y gracias a cuyo servicio militar poseen privilegios económicos, sociales, etcétera.

En resumen, junto a la obra de Marx referida, también todo este conjunto de características, que son puestas de relieve por los estudios sobre el Imperialismo y sus consecuencias, incluidas las guerras masivas y devastadoras, y entre ellas, la misma experiencia de la Primera guerra imperialista mundial, en la que él mismo participó, son tenidas en cuenta por Arthur Rosenberg al analizar el mundo romano, y sobre todo, el periodo final de la República.

Rosenberg maneja todo ese caudal de conocimientos en un doble movimiento intelectual. Para explicar el periodo de inestabilidad de la República de Roma, y los factores que indujeron a su hundimiento. Y todo ello, mediado, matizado, y sin determinismos, para ayudar al militante comunista de los años veinte a comprender y reflexionar sobre la República de Weimar y sobre cómo poder intervenir en favor de las clases sociales subalternas, en esa situación de desestabilización política y atomización social.

Para que el lector pueda hacerse una idea de la finura e inteligencia con la que Rosenberg practica ese movimiento erudito y reflexivo, cómo recoge y reelabora las geniales interpretaciones de Marx, etcétera, me voy a permitir resumir aquí algunos elementos clave de su obra, que resultan esclarecedores. Algo necesario, dado que la experiencia inmediata nuestra como lectores no es la del público al que se dirige Rosenberg, que está recién salido de la experiencia de la Primera posguerra imperialista mundial.

En consecuencia, elementos cuya interpretación, una vez elaborados por Rosenberg, resultaría evidente a un lector alemán que viviera en la República surgida de la gran derrota del "Kaiserreich", necesitan, para nosotros, de una somera reinterpretación para que nos resulten inteligibles en aquel grado. Por ello, paso al esquema de la obra.

En la obra se nos presenta Roma, en el origen, como uno de los veinte cantones latinos existentes, que hasta el siglo VI antes de Nuestra Era, fue una monarquía. En el siglo V a N.E. pasa a ser una República patricia, dirigida por nobles. Sometidos a ellos, que eran terratenientes, estaban los campesinos, jornaleros, proletarios y comerciantes. Sin embargo, las clases subalternas, mayoritariamente, no eran esclavos, sino personas dominadas y explotadas.

Precisamente, y tal como adelanté, la escuela de historiografía antigua germánica insistió siempre en que la esclavitud, el esclavismo, no era la forma mayoritaria de explotación. Es más, el esclavismo -o el siervo de la gleba del final de Imperio Romano- crece al final de la Antigüedad y es causa del desplome de esas sociedades. De lo contrario, no sería posible la existencia de la historia de la polis, o civitas antiguas, de "Repúblicas".

La situación de dominio por parte del patriciado romano sobre los plebeyos, campesinos, tanto pequeños propietarios como jornaleros, y sobre los obreros y comerciantes de la ciudad, se sostiene hasta el 387 a N.E.

En esa fecha una banda de galos, perteneciente a las tribus galas que habitaban el norte de Italia, la denominada Galia Citerior, que se corresponde geográficamente, en buena parte, con el Lombardo Véneto, hace una incrusión sobre Roma. La banda derrota al pequeño ejército patricio de caballeros e invade Roma, y se debe pagar rescate por la ciudad.

Esto impone la necesidad de reclutar un ejército de infantería numéricamente suficiente, para lo que hay que recurrir a la leva entre los pobres proletarios y campesinos. Para ello, deben ser concedidos derechos a los pobres que se incorporan al ejército. Se consigue la organización de un ejército de infantería de 4 legiones -12 mil soldados de infantería. Los galos que vuelven a tratar de repetir la misma aventura al poco tiempo, son aplastados.

La consecuencia es que las clases subalternas emergen por vez primera a la vida de la República como sujeto cívico político e irán paulatinamente adquiriendo preponderancia. Es el estatus cívico, y las luchas subsiguientes, de índole política, por el reconocimiento pleno como ciudadanos, lo que se convierte en el motor de las luchas de clases entre patricios y plebeyos, no las luchas inmediatamente económicas.

Impulsada por la clase dominante, la República se irá expansionando por Italia, pero se practica una política de fusión y de federación con los pueblos sometidos. Esto garantiza una mayoría de personas libres, que son reconocidas como ciudadanos, lo cual redunda en la capacidad de movilización militar y de defensa de la República.

La clase numéricamente mayoritaria, y que es la más independiente y autónoma de las subalternas, en Roma es el pequeño campesinado libre. Existen también grandes terratenientes plutocráticos, que poseen esclavos y haciendas grandes. Rosenberg insiste en la posibilidad de la coexistencia de grandes latifundios junto a un numeroso campesinado libre dotado de tierras, debido a la gran extensión de las tierras no habitadas que había en ese tiempo en la península de Italia. Los pequeños campesinos no tenían esclavos. Recordemos que, según Aristóteles, el esclavo del pobre es el buey.

Para el 280 a N.E. la expansión mediante federación en igualdad con los pueblos derrotados posibilita la existencia en la República de 700 mil hombres libres y 3 millones de habitantes -familias de esos pater familias-, en su inmensa mayoría, campesinado. Un poder militar en potencia, inigualado en ninguna otra parte del mundo conocido por la época.

Hasta aquí, la consolidación de la República.


III. Origen de la democracia y límites de la misma

Pasa Rosenberg a explicarnos la génesis de la democracia republicana. Y también, los límites de la misma.

Las guerras para las anexiones territoriales habían sido constantes. Las nueve décimas partes del ejército, que aún no era profesional, sino que estaba constituido por las levas de conscriptos, provisionales, estaban constituidas por campesinos pobres y por proletarios. Rosenberg atribuye a esta característica el fundamento del cambio social y el éxito de los populares en las luchas sociales de clases que sobrevendrían. En cuanto el ejército de ciudadanos tuvo consciencia de esto, el poder del patriciado se derrumbó.

En el último cuarto del siglo III, el campesinado fue planteando nuevas exigencias de igualdad, que eran sistemáticamente rechazadas por el patriciado aliado con la nueva plutocracia de origen plebeyo, en su mayor parte, comercial. Pero el 289 a N.E. se produjo un levantamiento popular colosal que puso en pie a grandes masas de campesinos, que marcharon sobre Roma y ocuparon una de las riberas del río Tíber, el que transcurre por la ciudad de Roma. Era una revolución.

La institución de los tribunos de la plebe adquirió nuevos poderes, que fueron creciendo cada vez más desde ese momento. La asamblea que elegía a los tribunos, la asamblea de tribus -la raíz del nombre de la institución del tribunado-, que se basaba en una elección por territorio, o "comicios tribados", fue adquiriendo cada vez más capacidad de legislación, los tribunos crecieron en número.

La clase dirigente del movimiento democrático de masas fue, desde el comienzo al final de la democracia republicana, el campesinado. No el proletariado o pobres urbanos, que sin embargo había sido la clase dominante en la experiencia democrática ateniense, también estudiada por Rosenberg. Estos, sin embargo, en Roma, fueron subalternos al proceso y además, en lo que hace al proletariado de Roma ciudad, fue clielentizado.

El campesinado, por su propia característica, delegó el poder en cargos electos. Obligaba a ello el desperdigamiento territorial a lo largo de una extensión tan grande de tierras, el hecho de que los cargos electos no fuesen retribuidos por la República, y que se mantuviese y aún se organizase más rígidamente el Cursus Honorum, o carrera personal de escalafón para poder participar en la política. Se generó así una clase política profesional, formada por nobles y por hijos de plebeyos ricos, que podían pagarse la carrera política, y que alimentaba tanto al partido de los notables como al partido democrático. Sin que esto, de entrada, fuese un problema: Los Gracos, grandes tribunos democráticos de la plebe, defensores del campesinado, uno de los cuales fue asesinado por ello, eran miembros de una de las más ricas y aristocráticas familias de Roma.

Durante el siglo III sigue la política de expansión, se invade Sicilia, y esto provoca la guerra contra Cartago, que se disputaba la posesión de este colosal granero de trigo.

Las tres Guerras Púnicas provocarían cambios enormes, que a la larga, contribuirían a la liquidación de la democracia campesina y de la misma República. El Imperialismo.

De entrada, la posesión de Sicilia, y el posterior control de los territorios dominados por Cartago en todo el norte de África, y de los ocupados por la República por motivo de esas guerras -Sicilia, Hispania, Macedonia, aliada de Cartago...-, produjeron un colosal incremento de la riqueza que comenzó a fluir a raudales sobre Roma. Fue durante el siglo II a N.E., como consecuencia de esto, cuando comienza a aumentar considerablemente la esclavitud, pero sin llegar a constituir en absoluto el contingente social mayoritario de la República. El poder de la burguesía plutocrática, tanto terrateniente como comercial, creció en paralelo, de forma colosal. La burguesía comercial arrendaba los derechos de la República a cobrar impuestos en los territorios recién anexionados, entre otras nuevas bicocas.

Se eximió al campesinado romano de la necesidad de pagar impuestos, pero ese aumento colosal de poder económico de la plutocracia, debido al naciente Imperialismo, ponía en grave peligro el poder de los campesinos y, también, el de los políticos profesionales.

Un segundo elemento fundamental para la inflexión que se larvaba en el destino de la entonces República democrática campesina, y que surge como consecuencia también de las guerras imperialistas, fue la aparición de un factor nuevo que en adelante no dejará de crecer: la profesionalización del ejército, formado por masas de pobres que vivirán largos periodos de su vida como soldados, que, como hemos explicado anteriormente, participaban de los botines de guerra y que al final de su larga vida militar recibirán tierras. Las perpetuas guerras de ultramar no harán sino aumentar la acumulación de riquezas de los plutócratas y el tamaño del ejército profesional, con la emergencia de la larga sombra, inherente, del General Victorioso... el Cesarismo.

El campesinado intentó hacer frente, como nos explica Rosenberg, a esta situación, pero fue derrotado contundentemente. En dos ocasiones. La primera, en el intento de movilización campesina de la década del 140 al 130 a N.E., protagonizada por los Gracos. En la segunda ocasión, casi al final de la república, en el intento de Catilina, a comienzos de los años 60 a N.E. Con ello, desaparece como alternativa de proyecto político social organizado.

En ese periodo, tras la primera gran derrota del campesinado, según nos explica Rosenberg, aparece el capitalismo como partido organizado, que se hace con el control del partido democrático. En el año 89, el partido capitalista con los demócratas a su cabeza se subleva, y trata de hacerse con el poder bajo la dirección del general Mario. Sobreviene una guerra desde el 87 hasta el 82 a N.E., en el que Sila, miembro del partido optimate o patricio tradicional, al que apoyan los campesinos medios, reinstaura la constitución en el 83.

La clase capitalista sufre el descalabro del que ya no se repone. Sigue existiendo como colosal poder económico, capaz de comprar y corromper, de negociar y sostener relaciones con los poderes existentes, pero desaparece como proyecto social organizado capaz de vertebrar una alternativa republicana.

En el 67 se produce, tal como había adelantado, una última intentona democrática campesina, encabezada por Catilina. Tras ésta, el campesinado pobre, derrotado definitivamente, desaparece como columna vertebradora de la república. Las clases sociales como sujetos organizados con proyecto social se han ido aniquilando.

Las clases sociales fundamentales se muestran impotentes para poder organizar una alternativa de sociedad; se derrotan mutuamente entre sí, por falta de proyecto capaz de aglutinar mayorías y generar activamente un nuevo bloque hegemónico. Como en el periodo de Luis Napoleón Bonaparte, tal como nos explica Marx. No son capaces, en consecuencia, de elaborar una alternativa política que controle el Imperialismo y someta sus insospechadas consecuencias al poder de la clase dominante plutocrática, ni de frenar el mismo y derrotarlo, como le hubiese sido necesario hacer al campesinado para sostener la democracia republicana.

El crecimiento desbridado del Imperio, su gran extensión y colosal riqueza hace ineficaz la República, porque es impotente para poder controlar toda la extensión de territorio adquirido y administrar toda la riqueza acumulada, y por la corrupción que ello genera. Y con Pompeyo, surge definitivamente el caudillismo militar: el caudillo en quien confía el pueblo. El Cesarismo, refrenado a duras penas hasta entonces y desde las guerras púnicas.

La lucha por el poder queda entre los grandes propietarios y el patriciado, que tratan de ejercer su ascendiente sobre el ejército, y éste. Comenzarán los triunviratos militares. César llega a ser cónsul, favorece la creación de bandas armadas -como los frei corps- [11], y compra a la plebe de la ciudad de Roma. Tras ese periodo, otro miembro del mismo partido democrático, Clodio, un personaje del partido democrático, generaliza el poder de las bandas armadas en Roma, y persiste en la compra y clientelización de la plebe de la ciudad de Roma.

Tras su consulado, César, general en la Galia, acumula un colosal poder militar y económico. Una serie de circunstancias le impulsan a entrar en guerra con Pompeyo, que se pone de parte de los optimates republicanos. Y en esta situación de caos social y falta de clases sociales organizadas que promuevan proyectos políticos, César intenta llegar a organizar un nuevo régimen, inspirado en las monarquías asiáticas, a partir de su control sobre el ejército, y con la connivencia de cientos de miles de aventureros de todas las clases sociales, para decirlo con Marx.

Sobreviene la larga guerra, en la que todos los jefes de filas van muriendo, y que revela por igual la imposibilidad de la vieja República, como consecuencia del imperialismo y sus efectos, y la imposibilidad de una monarquía asiática. Habrá sobrevenido el Imperio de Augusto, un joven que extrae conclusiones de lo que él ha vivido y experimentado durante ese proceso destructivo y autodestructivo.

El lector que haya seguido hasta aquí esta sucinta explicación, podrá percatarse de lo mucho que ha aprendido -y lo mucho que nos enseña- Arthur Rosenberg de su lectura del libro de Marx antes citado, y de la historia del Imperialismo capitalista europeo, así como de su consecuencia inmediata para la época, y para la República de Weimar: la Primera Guerra Mundial. Y cómo utiliza ambos periodos, el de la Roma republicana y el del Imperialismo, y las luchas y el colapso de las diversas alternativas sociales de clase durante la segunda república francesa y de la antigua República de Roma, para ayudar a los militantes políticos de la Alemania de los años veinte del siglo XX a que reflexionen sobre como actuar políticamente en una situación tan compleja como aquélla en la que se encontraban.

No tenemos en nuestra época intelectuales de la talla de Rosenberg que nos enseñen.

Que enseñen, esto es, que nos ayuden a pensar sin pretender, por ello, sustituir a las bases organizadas y movilizadas de explotados en su toma de decisiones, y a sabiendas de que solo las bases movilizadas podrían ser las que llegasen a encontrar alternativas y salidas. Sin pretender utilizar a los individuos y movimientos como instrumentos, como ingenieril y subsidiaria "acumulación de fuerzas" o masa de maniobra, para los "objetivos" que la elite vanguardista trata de meter.

Llegados a este punto, tan solo, ya, unas palabras sobre la traducción. Como el lector podrá comprobar, nos hallamos ante una traducción de una gran elegancia y capacidad expresiva. Una prosa muy hermosa al servicio de la inteligibilidad del texto original. La traducción, desde el original alemán, es obra de la gran intelectual socialista española, de origen alemán, judío, Margarita Nelken. Fue publicada en 1926 en la editorial Revista de Occidente. El estilo de la prosa posee algún leve rasgo hoy, para nosotros, ligeramente arcaico, como el uso sistemático del pronombre enclítico. Pero no por ello deja de ser un privilegio para nosotros el poder contar con una traducción de semejantes rigor, claridad y hermosura.

Aquí da fin la tarea de presentación de la obra. Se incluye como apéndice el conjunto de obras de Rosenberg de las que existe traducción al castellano.


Obras traducidas de Arthur Rosenberg

La historia de la República de Roma (1921) traducida al castellano por Margarita Nelken, y publicada en 1926 por Revista de Occidente.

Democracia y lucha de clases en la antigüedad (1921), primera traducción al castellano, Ed. El Viejo Topo

Historia del bolchevismo (1923) Ed. Pasado y Presente, México, 1981

Democracia y socialismo. Historia política de los últimos 150 años (1789-1937) (1937). [**]

"El fascismo como movimiento de masas" (1941), en AA VV, Fascismo y Capitalismo, selección a cargo de Wolfgang Abendrtoth, Ed. Martínez Roca, B. 1976, pp. 80 a 149



Notas

[1] Aristóteles, Política, 1290 a, 1290 b, Ed. Gredos, M. 1988, pág. 225. Me permito añadir a continuación una cita de la República de Platón en la que también se caracteriza la democracia como el poder de los pobres: "Nace, pues, la democracia creo yo, cuando, haciendo vencido los pobres, matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran y a los demás les hacen igualmente partícipes del gobierno y de los cargos, que, por lo regular, suelen cubrirse en este régimen mediante sorteo", Platón, República, 557ª, Ed. Alianza, M. 1988, pág. 440.

[2] Luciano Canfora, Il comunista senza partito, seguito de Democrazia e lotta di clase nell'antichità, di Arthur Rosenberg. Ed. Sellerio, Palermo, 1984.

[3] Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), Ed. Cuadernos de Pasado y presente, México, 1981, pp. 335 y 336.

[4] André Tosel, Etudier Gramsci, Éditions Kimé, Paris, 2016.

[5] Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la Antigüedad, Ed. El Viejo Topo, B. 2006, 158 páginas. Traducción, prólogo y notas de Joaquín Miras Albarrán.

[6] La denominada "Reichswehr negra". Ver el libro clásico de Franz Neumann: Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional-socialismo. Para los años veinte, en especial, "Introducción" y "Capítulo Primero". Ed. FCE. México (1943), 2ª edición en español, 1983.

[7] Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), Ed. Cuadernos de Pasado y presente, México, 1981 (1938).

[8] Según nos explica Karl Marx, el campesinado, durante esa época, sí era diferenciable como clase en la medida que poseía una cultura material -antropológica autónoma, una "sittlichkeit", "eticità" o sistema de costumbres específico. Sin embargo estaba atomizado políticamente. "Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones. (...) En la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por su modo de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a éstas de un modo hostil, aquéllas forman una clase. Por cuanto existe entre los campesinos una articulación puramente local y la identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional, ninguna organización política, no forman una clase". El dieciocho brumario de Luis Napoleón Bonaparte (reproducción de la trad. de Ed. Progreso, Moscú, Ed. Espasa Calpe, col. Austral, M. 1985, p. 349).

[9] Que durante la década de los cuarenta el campesinado francés hubiese estado desorganizado, y por tanto, también en el "occidente" durante la contemporaneidad, hubiese habido una sociedad en su mayoría "gelatinosa" -para utilizar términos de Antonio Gramsci-, no quita que durante la Revolución Francesa el campesinado francés, organizado culturalmente y estructuradamente mediante una actividad de más de cien años, fuese el motor de la revolución. Y las seis jacqueries campesinas, de ámbito nacional, fuesen, al decir de Florence Gauthier, las seis diástoles que impulsaron los momentos revolucionarios del proceso iniciado en 1789.

[10] El lector podrá encontrar versión actual del libro de Hobson, junto con el libro sobre imperialismo escrito por Lenin, el volumen: John A. Hobson y Vladímir I. Lenin, Imperialismo, Ed. Capitán Swing, Madrid, 2009.

[11] "Este Bonaparte que se erige en jefe del lumpenproletariado, que solo en este encuentra reproducidos en masa los intereses que él personalmente persigue, que reconoce en esta hez, desecho y escoria de todas las clases, la única clase en la que puede apoyarse sin reservas...". En Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, Ibidem, p. 300.




[*] Prólogo de Joaquín Miras para la edición de Rosenberg, Historia de la República Romana, Ed. El Viejo Topo, 2018. Págs. 9 a 37

[**] Democracia y socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), de Arthur Rosenberg, ha sido finalmente publicado por la editorial El Viejo Topo en el 2022 (N. de los editores del blog)


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