Modernización, NEP (2006)

Modernización, NEP

Joaquín Miras [*]




En la tradición comunista pugnan en lucha dos conceptos de modernidad. La idea de la Modernidad Política y la de la Modernización o racionalización industrial. El comunismo se autocomprende como parte de la Modernidad Política cuando asume su propia historia. El comunismo nace en el origen de la Modernidad política -o Contemporaneidad-, en la Revolución Francesa. Surge como filosofar político a partir de la praxis y de la consiguiente experiencia de lucha en la que el cuarto estado, la plebe, los artesanos, los obreros, -en expresión de Robespierre, los ciudadanos proletarios-, los intelectuales pobres y los campesinos, irrumpen por primera vez en el ámbito de la política, se constituyen en sujeto político y luchan por imponer su soberanía e instaurar su poder político o “poder de los pobres”: la democracia. Para ello se apropian y reelaboran, desde abajo, de forma original, el legado político ilustrado y mediterráneo. La Montaña, -el “Jacobinismo”-, de la que son herederos directos Babeuf y Buonarroti es la tradición intelectual orgánica de este movimiento popular con el que nace la contemporaneidad. Su filosofar, conscientemente recogido y preservado para ser legado a las generaciones posteriores, es el pensamiento originario de la corriente comunista del movimiento popular o democrático. Por tanto, son inherentes al filosofar originario del comunismo los elementos característicos de la Modernidad Política: el rechazo de toda heteronomía social –estado burocrático y fuerzas productivas y económicas-; la Soberanía del Pueblo sobre su sociedad; la ciudadanía o ejercicio real del poder político de los de abajo; los derechos del individuo y a la vez prioridad de la comunidad sobre el interés particular de cada individuo; la organización de un orden social que instaure la felicidad, lo que implica que la revolución cambia la vida cotidiana y lucha por lograr la felicidad de los vivos, en el presente. 

El comunismo se mantiene como corriente en el seno de los movimientos populares sucesivos durante el siglo XIX. Por definición, no se constituye en partido a parte; es la consciencia crítica inherente a cada movimiento de masas, al que dota de legado intelectual con el que reflexionar, de sentido político o frónesis y de espíritu autocrítico. “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones [de posibilidad] de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente [el capitalismo. O mejor, la sociedad civil en el grado de desarrollo conseguido durante el capitalismo]” [1].

Este espíritu es recuperado por Lenin y pasa a formar parte de la tradición operante en el movimiento de masas revolucionario ruso -1905 / 1917-. Desde 1902, como tarde, Lenin, reivindica el espíritu jacobino. Él, junto con algunos otros dirigentes, estudia y se inspira en el legado de la Revolución Francesa, y en la continuidad del mismo, que cuaja en la Comuna de París [2]. El objetivo primordial de la política inspirada por Lenin consiste en la liquidación del estado burocrático y la constitución de un poder popular o democrático basado en la alianza de obreros y campesinos. Y a tal efecto, incluso la economía es un medio al servicio de la constitución de este bloque social de poder, y el ordenamiento de la misma obedece a los deseos de las masas y a sus decisiones [3]. Sólo la aceptación de la soberanía de las masas en las decisiones políticas y económicas garantizaba la existencia del movimiento de masas. Este mismo propósito es el que inspiró la NEP, más allá de toda preocupación por el desarrollo industrial [4]. 

Sin embargo, tras la derrota de la Comuna de París, esta tradición praxeológica de pensamiento había entrado en crisis, tan sólo era sostenida por grupos minoritarios, y había sido sustituida por una ideología de cuño positivista, doblada de una concepción ingenieril de la política ejercida en representación de la plebe por el partido político –teoría liberal de elites-. El legado de la Modernidad política es deshechado y se sustituye por la ideología del desarrollo económico, y la industrialización: la Modernización o desarrollo de las fuerzas productivas entendidas como potencia industrial instalada. A esta se le confía, para el futuro, el cambio de la sociedad. Es la tradición social demócrata, que rechaza y rehuye todo protagonismo de la política por parte de las masas organizadas y preconiza la representación política y la aceptación del aparato de estado. Esta otra corriente desarrollista, denominada “Modernización”, elitista, confluía también entre los miembros que constituyeron el partido comunista del movimiento revolucionario ruso. A la postre, fue la que se impuso y supeditó los destinos de la sociedad soviética naciente a un terrorífico proceso de insdustrialización forzada, cuya “acumulación originaria” salía del campesinado y que era dirigido por una omnipotente burocracia de estado.



Notas

[1] K. Marx y F. Engels, Ideología Alemana, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1974, p. 37 y 38.

[2] A. Mathiez: “Lenin, como todos los socialistas rusos, se ha nutrido de la historia de nuestra gran revolución, se inspira en sus ejemplos, y los pone en práctica adaptándolos a su país y a sus circunstancias. Querría mostrar, mediante un breve análisis, que entre los métodos de los bolcheviques y de los montagnards franceses, las analogías no son solamente aparentes”(p. 5) (...) “Las semejanzas que nuestro análisis ha puesto de manifiesto entre las dos grandes crisis de 1793 y 1917 no son ni superficiales ni fortuitas. Los revolucionarios rusos imitan voluntariamente y a sabiendas [sciemment] a los revolucionarios franceses. Ellos están animados por el mismo espíritu. Se mueven en medio de los mismos problemas y de una atmósfera análoga” (p. 23). En A. Mathiez, Le bolchevisme et le jacobinisme, Ed. Librarie du Parti Socialilste et Humaniste, Paris, 1920, p. 5-23.

[3] V.I. Lenin: “Se dice que el decreto y el mandato [de la parcelación de la tierra] han sido redactados por los social revolucionarios. Sea así. No importa quién lo haya redactado; mas como gobierno democrático no podemos dar de lado a la decisión de las masas populares, aun en el caso de que no estemos de acuerdo con ella. En el crisol de la vida, en su aplicación práctica, al hacerla realidad en cada lugar, los propios campesinos verán dónde está la verdad. (...) La vida nos obligará a acercarnos en el torrente común de la iniciativa revolucionaria, en la concepción de nuevas formas de Estado. Debemos marchar al paso con la vida; debemos conceder plena libertad al genio creador de las masas populares. (...) los campesinos han aprendido algo en estos ocho meses de nuestra revolución y quieren resolver por sí mismos todos los problemas relativos a la tierra. Por eso nos pronunciamos contra toda enmienda a este proyecto de ley (...) Confiamos en que los propios campesinos sabrán, mejor que nosotros, resolver el problema con acierto, como es debido. Lo esencial no es que lo hagan de acuerdo con nuestro programa o con el de los eseristas. Lo esencial es que el campesinado tenga la firme seguridad de que han dejado de existir los terratenientes, que los campesinos resuelvan ellos mismos todos los problemas y organicen su propia vida”. V.I. Lenin, “Informe acerca de la tierra ante el segundo congreso de los Soviets de Rusia del 8 de noviembre de 1917”, Obras Escogidas, en tres tomos, Ed. Progreso, Moscú, 1978, tomo 2, p. 492. 

El mismo principio democrático era el vigente para los obreros: V.I. Lenin: “Es fácil promulgar un decreto aboliendo la propiedad privada, pero sólo los obreros mismos pueden y deben llevarla a la práctica. (...) No hay ni puede haber un plan concreto de organización de la vida económica. Nadie puede proporcionarlo. Eso sólo pueden hacerlo las masas desde abajo, por medio de la experiencia”. En V. I. Lenin, “Informe sobre la situación económica de los obreros de Petrogrado… del 17 de diciembre de 1917”, Obras Escogidas, en tres tomos, Ed. Progreso, Moscú, 1978, tomo 2, p. 522.

Y A. Mathiez (1920): “los bolcheviques no han creado los sovietes que ya existían antes de su acceso al poder. Los soldados rusos no habían esperado a Brest-Litovsk para hacer la paz con los alemanes. Los mujiks no han esperado en primer lugar al prikaze de 25 de octubre de 1917 para hacerse con la posesión de las tierras de los monjes y de los señores. En las fábricas, los obreros se habían organizado ya en comités de explotación antes de que Lenin hubiese triunfado en su golpe de mano (...) este es otro rasgo de semejanza con el jacobinismo” (p. 17 y 18) (...) “[medidas impuestas por las masas en la Revolución Francesa] Jacobinos y bolcheviques fueron llevados por una corriente más fuerte que ellos mismos. Estos dictadores obedecen a sus tropas para poder mandarlas”.

[4] G. Lukács: “Habíamos tratado de demostrar anteriormente cómo para Lenin la preservación y continuación de la revolución popular (la alianza entre el proletariado y el campesinado) era el problema estratégico central [p.e.: pp. 81, 88, 107]. La reconstrucción de la producción industrial, problema decisivo de la NEP, era para él sobre todo un instrumento indispensable para la reconstrucción real de esta alianza, lo que en las revoluciones de 1905 y 1917 constituyó el centro de su política. (...) después de su muerte, el problema de quién debía ser la parte beneficiaria del proceso de reconstrucción económico y a expensas de quién debía ser prácticamente realizado, se convirtió en una cuestión central”. En G. Lukács, El Hombre y la Democracia, Ed. Contrapunto, Buenos Aires, 1989, p. 107 y 108.




[*] Texto inédito de 2006. Tercer apartado de un artículo que debía ser una colaboración con otros autores.

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