La dificultad de desnaturalizar nuestra forma de vida (2009)

La dificultad de desnaturalizar nuestra forma de vida
-o sobre la aseidad de la escoba-

Joaquín Miras Albarrán [*]


Somos seres culturales. Vivimos conforme a principios y expectativas, actuamos conforme a saberes de actuación. Hemos producido el mundo objetivo a partir de la materia, pero según normas, según pensamientos en los que se determinan o coagulan los saberes; saber hacer, saber producir, saber emplear, saber planear, saber de los fines. El ser humano se objetiva. Si partimos de esta idea, a saber, la de que la cultura humana es objetivación nuestra, esperamos que sea fácil deliberar colectivamente sobre el cómo cambiar de cultura. Tratamos de invitar a la gente a ello –una objeción previa: ¿lo hacemos? ¿de verdad lo hacemos? ¿tenemos instancias dedicadas a sugerir, a promover el debate sobre los usos, sobre los hábitos de vida? ¿tenemos instituciones que ayuden en el nivel cotidiano y micro a construir, a organizar, entre varios, nuevas instancias directas de pensar para hacer, y de ejecutar, allí donde se pueda, aquello que es posible? ¿de darse esta circunstancia, podríamos ser ya, al menos, el 20%, el 15%, el 10% –el 16% en 1977 en Cataluña- de la sociedad? ¿Quizá, un “simple”, “solo” 5% de seres humanos organizados en nuestra sociedad? Puede que, si acaso esto no se hace, si estas instituciones no existen, antes de pasar a un segundo considerando debiéramos detenernos aquí y reflexionar sobre ello. Es un primer nivel a superar. Segundo nivel: podemos percatarnos de que sólo pocos de entrada se suman a la cosa. Podemos preguntarnos: ¿por qué? Y concluir, entonces, -no antes-, reflexionando sobre la maldad de la naturaleza humana, naturaleza egoísta, que sólo vela por lo suyo. Pero, ¿es egoísta y vela por lo suyo quien destruye bienes finitos, recursos limitados… etc.? Cabe detenerse un momento antes de dictar la conclusión, y plantearse aunque solo sea especulativamente, y para nuestra tranquilidad de alma: ¿hay acaso otra respuesta? ¿Cómo, si no es por el egoísmo, podemos explicar ese hacer?

Busquemos la respuesta en la humilde escoba. Interpelémosla como si fuese un dios. Leámosla. Si leemos la escoba, si nos concentramos en su ser escobil, en su trascendente aseidad [1] de escoba –risum teneatis; voy en serio-: si le preguntamos a alguien cualquiera sobre lo que es la escoba, nos dirá: “es una cosa que sirve para barrer”. Pero, ¿Es eso así?

En una novela de Julio Verne, me parece que un capitán de quince años, cuando el barco arriba a África como consecuencia de las siniestras artes del malvado portugués Negoro, y los buenos caen en manos de una horda salvaje de negros, el cacique de éstos toma de entre el botín que han hecho con las pertenencias de aquéllos, una camisa de algodón… ¡embute cada una de sus piernas en sendos brazos de la camisa, y se ata los faldones a la cintura!

O sea los negros no saben leer ni entender el mensaje cifrado supuestamente inherente a la naturaleza de la camisa: pónteme por los brazos, abróchame en tu pecho, soy tu camisa, digno atavío de tu torso, no de tus partes pudendas. ¿Es esto un dislate de la mente del escritor; acaso una insidia racista? ¿Es quizá una peripecia imaginaria simplemente novelesca eso que nos escandaliza en la novela?

Es que hemos fetichizado los objetos. Creemos que son dioses exteriores que poseen inherentemente inscritas en sí mismas, las propiedades, los usos, los saberes, las habilidades que sólo nosotros poseemos, y sabemos darles, que sólo nosotros sabemos “hacerles dar” y “hacerles hacer”. Una escoba no es, -en consecuencia, no lo es-, una cosa que sirve para barrer. Es un bastón en uno de cuyos extremos hay un haz de hojas de palma. Faraón podría hacer que lo usaran para abanicarlo, y Goliat podría usarlo, él mismo, como brocha para afeitarse. Narciso podría usarlo para llamar la atención metiéndoselo públicamente por el culo, y poniéndose a cacarear a voz en grito –nec rideatis, voy en serio-.

Fetiche: se atribuye a un objeto propiedades humanas, se atribuye a las cosas las capacidades y facultades que operamos nosotros. Y se las naturaliza: forman parte del objeto. Lo que hacemos nosotros cotidianamente, lo que ponemos por obra para producir y reproducir nuestro vivir, y que surge de nuestros actos, que es controlado como hacer por nuestra mente productiva, sin embargo, es pensado por nosotros como algo ajeno a nosotros. Como algo que en realidad no gobernamos nosotros, como algo que es externo a nosotros y que impone causalmente el mundo de cosas existente, por la propia naturaleza de las cosas mismas. Que las cosas que hay porque las hemos creado y las operamos nosotros, son ontológicamente lo primero, y que las propiedades naturales que ellas poseen, nos imponen el uso, nos imponen el vivir, un vivir, el que existe, sin posibilidad de otro. Perro esclavo, úsame para barrer, yo te lo ordeno. El mundo está concluido y cerrado –perfectum-. Nos vemos obligados en consecuencia a seguir haciendo según “lo que hay”. Nos resignamos: nada distinto de lo existente es posible.

Bueno ya podéis ver por dónde voy. Voy por una de las características inherentes a la mente humana. Al pensamiento cotidiano. Nunca, nada, ha sido, jamás, más difícil, para nadie, que objetivar el interior del ser humano: su propio interior subjetivo. “Nunca”, “nada”, “jamás”, “para nadie”, más difícil. El interior humano, es decir, no el complejo de Edipo –ni la mancha del pecado original en el alma-, sino el mundo constitutivo nuestro: los usos, las costumbres, los principios, los valores, los hábitos, los saberes práxicos, el saber cómo se debe sentir, qué acto ya se pasa de lo correcto y aceptable, qué acto es heterodoxo, el saber qué es el “tacto”, el saber cómo se utiliza una máquina y cómo un concepto, el saber cómo se diseña y se objetiva una máquina y cómo un concepto o un algoritmo… y el saberlos, no como cosas externas a nosotros, que existen gracias a su propia, divina, aseidad, sino el saberlos como lo que son: productos de nuestra mente activa, creaciones de nuestro espíritu, recreaciones reproducidas, recreadas, en nuestros espíritu de creaciones previas, a su vez, productos de la actividad creativa de otros espíritus. …Porque todo eso no nos parece ser, existir y depender de nosotros, sino ser algo natural o externo a nosotros mismos. Y sin embargo es lo que nos constituye como seres humanos, es lo que nos hace seres humanos, y además, es el mundo producido por nosotros mismos, por cuya mediación nos constituimos y creamos a nosotros mismos como seres humanos… es nuestra sustancia que hemos de hacer operar, que hemos de aprender a operar y que existe porque la operamos, la hacemos ser, la creamos en nuestros actos, las reproducimos como dioses creadores, perennemente, una y otra vez, la enseñamos a los que nos suceden… pues esa nuestra sustancia la sentimos como algo externo, ajeno, inmodificable, naturaleza.

Consiguientemente, objetivar la cultura en su esencia, objetivar lo que es la cultura en su esencia es fundamental para poder tratar de pensar en su cambio. Pero objetivarla es un proceso para el que nos debemos dirigir, no como se hace espontáneamente, según el pensamiento cotidiano, hacia la cosa misma, considerándola algo en sí externo a nosotros, sino que debemos volver nuestra atención hacia el interior nuestro, donde está radicada, donde habita el espíritu creador –“…creator spiritu mentes tuorum visitans”: risum teneatis, voy en serio- que somos nosotros mismos, y allí, en el interior nuestro, tomar consciencia de su objetividad, de su ser en nosotros, de su ser parte objetiva, constituyente, de nuestro singular Espíritu Subjetivo; parte de nuestra subjetividad, de nuestro interior. Cuando nos percatamos de que la escoba no posee manual alguno de instrucciones inherente a su aseidad de escoba, a su esencia escobil, que nada esencial trascendente determina su divina aseidad, sino que somos nosotros los que lo hacemos; cuando tomamos consciencia de que si no nos tratamos de afeitar a escobazos es porque vimos a mamá barrer, y aprendimos los gestos, los pasos, -las operaciones, según Leontiev- de las manos, las cadencias, los ritmos, y los esquemas integradores de todos estos elementos (“actos” según Leontiev) y los fines a los que se dirigen (“actividades”, según Leontiev) y los pre juicios orientadores que dan sentido a las mismas: “que un comedor no debe tener migas”, “que no somos animales”, y, además, “que esta tarde viene mi suegra”… cuando alcanzamos a desdoblarnos en nuestro mundo interior, respecto de eso, y a objetivar, a tomar conciencia de que todo esto está en el en sí interior nuestro, que eso no es algo externo a nosotros, ajeno a nosotros, enajenado, natural por ser de naturaleza distinta a la nuestra, sino que es nuestro actual en sí cultural –nuestro actual “Espíritu Objetivo”-, cuando hemos tomado consciencia de eso que es la escoba, o sea un proyecto producto de nuestra mente, al que hemos dotado de un soporte externo objetivándolo en un material mediante nuestra praxis, entonces hemos “elevado a consciencia”, hemos “objetivado”, hemos aferrado un “En sí” como lo que es: como parte de nuestra “subjetividad interior”: es decir –y ahora, por favor, música de Haendel: el ¡Aleluya! del Messias, a ser posible- hemos hecho que el “En sí”, que es nuestro mundo cultural interior autocreado, sea aferrado y pasado a consciencia como “Para sí” -¡¡¡aleluya, aleluya, paraparapararará!!!-. Bueno, pues esta es la operación más difícil, siempre, desde siempre, para la mente humana. Nada más difícil que el aferrarse uno a sí mismo como objeto de su propio saber, y comprender, en consecuencia, que el objeto, los objetos que uno percibe no son sino el propio saber del ser espiritual intelectualmente activo que somos, y el ser espiritual activo de otros semejantes a nosotros. Nada más difícil que eso. Hegel así lo entendió. Y antes que él, Fichte. También lo entendió así Vigotsky.

Conócete a ti mismo como el producto de un proceso histórico desarrollado hasta hoy”: ¿el oráculo de Delfos? ¡¡¡No, no, no…!!! El “marxista subjetivo” Antonio Gramsci… Esa tarea la ayuda, a esa tarea subviene, esa tarea la realiza –esa es, su misión autorreflexiva, su “¡esencia!”- la filosofía. Esa es la “aseidad” de la filosofía: ser reflexión segunda sobre el mundo interno humano a partir de la experiencia que en tanto que sujetos, hemos desarrollado como consecuencia de nuestra praxis de vida. La filosofía surge y arraiga cuando un orden cultural moral se descoyunta y las expectativas que había generado en los sujetos de salud, de felicidad, de…, de buena vida en resumidas cuentas, es autocontradictorio con lo que produce… (“signo de los tiempos”: hoy el liberalismo ya no se puede vender como matute intelectual… pero ¿reparamos en ello en todo su significado? Si es así, si el pensamiento legitimador levantado con tanto trabajo y costos económicos, y con tan feroces ataques al pensamiento libre, por el capitalismo para manipular las consciencias se esfuma en el aire; si el liberalismo se mantiene sólo –no es poco ciertamente- por controlar todos los resortes de poder y por haber cooptado materialmente a las elites, a las vanguardias de la izquierda, ¿ignoraremos que el enemigo se encuentra en crisis moral e intelectual y que nos toca estar a la altura de las circunstancias?): entonces, en esa situación, este saber autorreflexivo se generaliza y extiende –él, o sus sucedáneos espurios, las religiones, las psicologías individualistas, los misticismos, las fantasías apocalípticas, que sustituyen al logos [2] creador autoconsciente del sujeto– y entonces, a partir de esa experiencia entramos los plúmbeos marxistas subjetivistas con nuestro erre que erre filosofante… pero no filosofía como discurso en libro: “el En sí, oh Kalikatres sapientísimo, debe ser transformado en Para sí”… etc.; sino con la propuesta filosofante que se vuelve de inmediato hacia la praxis y propone un intento de hacer cosas en grupo, en pequeño grupo, cosas que sean otras, nuevas. Acciones que salgan, al igual que las anteriores que producían y reproducían la cultura material del capitalismo, de nuestras mentes, a través de nuestros actos. Cambiar la cultura. Comenzar a cambiar la cultura desde las formas de vida. Tomarnos en serio la propuesta Gramsciana de reforma moral e intelectual que cambie el espíritu objetivo, esto es, la cultura –civilización existente. Que asuma medirse con ella en combate. Para ello tenemos a nuestro favor el nuevo “espíritu del tiempo” –“¡¡¡zeit geist!!!”-: tanta gente explotada que creyó en el discurso individualista orgánico del capitalismo, tanta gente explotada que creyó poder medrar, se haya en el desengaño, o en la desesperación. Y la cosa no para. Datos dicen que el crédito sigue reduciéndose, sigue y sigue reduciéndose, en EEUU un 10% anual. Y siguen destruyéndose empleos a mansalva… El mundo intelectual propagado por el enemigo se desvanece. Cambia el espíritu del tiempo en las mentes de las personas: “Época”, nosotros, en romance, le llamamos así. Un periodo hace época. No podemos seguir, como el boxeador sonado, sin percatarnos de las deficiencias, de las dificultades del enemigo. Porque no es que nos las estemos inventando nosotros, imaginándonos por enésima vez la “lucha final”. Esta vez ocurre que la gente cambia de forma de experimentar y pensar su vida; es la gente, la que se inquieta, se angustia, se desengaña; esto no es una especulación gratuita nuestra, unas curvas Kondriateff…

…Hasta aquí nosotros hemos cumplido con nuestra tarea; no hemos sido asimilables, no nos hemos dejado, nos hemos negado; hemos resistido. Hemos hecho gala y exhibición de nuestro arrojo. Nos hemos seguido denominando -¡¡¡ …et caos et flegetonte et omnia loci terribile dictu!!!, ¡¡¡Eneas a las puestas del Averno!!!-: ¡¡¡comunistas!!!. Nos hemos reclamado herederos de la derrota. Nos hemos negado sin transigencia: “non serviam” “no te serviré”. Ahora, hemos de dar un paso más. Pequeñito, a la altura de nuestros recursos, pero en la confianza de que el mundo es grande y que, seguro, como nosotros, hay más personas. Y que entre las cosas a hacer, está el reconocernos y el juntarnos. Debemos recordar que el marxismo es el nombre de una práctica; de una actividad reflexionada filosóficamente, pero praxis. Que tratamos de reflexionar esa actividad utilizando para ello toda la sabiduría cultural de la cultura, en sentido antropológico, en la que el marxismo, la filosofía de la práctica arraiga. La filosofía para la vida de la clasicidad, el saber de la Revolución Francesa, con la nueva aparición de la plebe en la escena política, que marca el nacimiento de la nueva era, la Edad contemporánea. El monumento de reflexión sobre ese gran acontecimiento, y que es la obra de Hegel, las revoluciones del siglo XIX, y la revolución rusa y sus consecuencias. Pero, ante todo, la filosofía de la práctica es un saber práctico, un saber para ser vivido, y para vivir reflexivamente. Una praxeología. Hasta ahora, en tiempos muy difíciles, fuimos como Jerónimo, el indio apache que se negó a pactar, y asumió la derrota; se asumió a sí mismo como derrotado, como prisionero, pero no esclavo, no como vencido. Recurrimos para ello, al igual que él, no a la racionalidad estratégica, sino a la moral. Y seguimos aquí. Hemos demostrado que la cruda respuesta negativa, “tosca”, “primitiva” es mil veces superior a la turbulenta, aparentemente sabia y culta, finezza del Doctor Fausto, quien una vez se aviene a transar con su alma para prolongar su vida, desaparece, implota y se esfuma, se pervierte. Nadie puede querer conocer qué es lo acertado hacer para adaptarse y preservarse en el futuro sin perderlo todo, sin perderse a sí mismo, ya en el presente. Nadie puede pensar lo que ha de venir, que es por su propia naturaleza tan incognoscible que incluso depende de lo que estemos haciendo todos ahora. Por eso, es de sentido común, nosotros hemos hecho lo que debíamos hacer y podemos estar orgullosos de ello. Pero ahora conviene dar un nuevo paso. Conviene recuperar la iniciativa práctica, arraigarla en los miles de recovecos y escondrijos posibles que ofrece esta compleja sociedad. Conviene que nos busquemos los unos a los otros para comenzar a organizar eso.

Es decir, llegados aquí, se echa en falta, necesitamos de nuestro intelectual orgánico filosofante para partir de la crisis moral que hay, para asentar nuestra reflexión filosófica en la experiencia de insatisfacción que hay ya, y luego, tras proponer pequeñas prácticas cotidianas directas, sobre la nueva experiencia emergente que acompaña a las nuevas capacidades activas y a las nuevas pautas culturales y valores y principios inherentes al nuevo hacer. Un intelectual filosofante que sea orgánico, esto es, interno al movimiento de reforma cultural, que esté en la vanguardia, esto es, en las trincheras y casamatas donde corre la vida, no en el “estado mayor”, o al arrimo de los presupuestos generales del estado. Que considere que sobre eso, habrá de ser el movimiento el que delibere, y que sean las personas que lo constituyen quienes, a la luz de la información, a la luz de las ideas que hagan públicas en el seno del movimiento quienes posean saber técnico, decidan cómo actuar en relación con esos presupuestos, y a quién mandatar como agente fiduciario bajo toda sospecha, siempre bajo toda sospecha, para delegarle provisionalmente la operación de los mismos ¿no habrá ni un 5%, un 10%, o un 16 %, de personas interesadas en estas ideas, dispuestas a adoptar pequeñas resoluciones activas ya desde ahora?

Debemos recordar una vez más lo que nos explicaba Rosenberg sobre la democracia. Para no olvidar que hablamos de política. Que la democracia no es votar, sino el nombre de un movimiento organizado, activo, que se construye a sí mismo como cultura de vida, se dota de un ethos, y, precisamente a consecuencia de esto, como su consecuencia, se construye a sí mismo como poder soberano que hegemoniza y ordena un mundo, una sociedad. La democracia es una forma de vida, un vivir libre, libre de esclavitudes, un vivir colectivo que posibilita la libertad, esto es la situación en “que el desarrollo de cada uno es condición del desarrollo de los demás” –Manifiesto Comunista-, y que este desarrollo colectivo, cultural, de nueva vida pueda desembocar en un cambio de sociedad. Que el movimiento denominado la democracia es el que genera con su praxis política y cultural, -política por tener la ambición de crear un orden cultural nuevo, por ser cultural- el bloque social, la nueva hegemonía.

Anoche tuve un sueño. Me visitó en visión profética la sagrada escoba. Y me advirtió sobre el futuro ya presente. Sobre “el presente del presente” en tanto que futuro del pasado –las escobas son muy suyas a la hora de expresarse cuando profetizan-. Y me advirtió: “El capitalismo está entrando, él también y a su vez, en su “periodo de las consecuencias”. Ya sé que tú como buen latino prefieres esta denominación a la de “neue zeit geist” el “nuevo espíritu del tiempo”. Hemos entrado en otra Época, en la época nueva en que la “moda” que se imponga sea la de la “ciudadanía” la de la “democracia”, y por ahí, por ahí, también, la de aquello de “proletarios de todo el mundo, uníos”.

Así me dijo la sapiente escoba. Y esta es la profecía que yo os he revelado. Desde luego, y estaremos, seguro, de acuerdo todos en esto, no hay mejor modo de que se cumplan las profecías que el de romperse los cuernos para sacarlas adelante, criándolas a pechos de nuestra actividad: ¡lo dice Kant!; ¡¡¡os lo juro, lo dice Kant!!! Risum teneatis, todo, completamente todo esto, lo digo en serio-



Notas

[1] Diccionario de la Real Academia (DRAE): aseidad. (Del lat. a se, por sí).1. f. Atributo de Dios, por el cual existe por sí mismo o por necesidad de su propia naturaleza.

[2] DRAE: logos. (Del gr. λόγος). 1. m. Fil. Discurso que da razón de las cosas. 2. m. Razón, principio racional del universo. 3. m. En la teología cristiana, Verbo o Hijo de Dios.





[*] Texto publicado en espaiMarx, el 18 de octubre de 2009

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