Apuntes de lectura de Futuro Pasado, de Reinhart Koselleck (2006)

Apuntes de lectura de Futuro Pasado, de Reinhart Koselleck, Ed. Paidós, Barcelona, 1993

Joaquín Miras



Capítulo 5

HISTORIA CONCEPTUAL E HISTORIA SOCIAL

p. 105) “[Epícteto] Nos recuerda la fuerza propia de las palabras, sin cuyo uso nuestro obrar y sufrir humanos a penas serían inteligibles”.

p. 106) “Sin conceptos en común, no existe ninguna sociedad, y sobre todo, no hay unidad para la acción política”. 

“Al contrario, nuestros conceptos se basan en sistemas sociopolíticos que son mucho más complejos que su mera concepción como comunidades lingüísticas bajo determinados conceptos rectores. Una “sociedad” y sus “conceptos” se encuentran en una relación de tensión…” 

p. 106, 107) “...conceptos, cuya capacidad semántica es más amplia que la de "meras" palabras...”

p. 109) “hay que tomar en consideración la tradición fisiocrática dentro de la cual fueron redefinidos los antiguos estamentos por primera vez desde criterios económicos funcionales…” [como clases sociales, por los funcionarios prusianos a comienzos del XIX].

p. 109, 110) “Los momentos de la permanencia, del cambio y de la futuridad contenidos en una situación política concreta quedan comprendidos en la adquisición del lenguaje”.

p. 110) “Para el ámbito de la lengua alemana se puede mostrar que desde 1770, aproximadamente, surgieron una gran cantidad de nuevos significados para palabras antiguas y neologismos que modificaron, junto con la economía lingüística, todo el ámbito social y político de la experiencia y fijaron un nuevo horizonte de esperanza” (...) “La lucha por los conceptos “adecuados” alcanza actualidad social y política”.

p. 111) “La lucha semántica por definir posiciones políticas o sociales y en virtud de esas definiciones mantener el orden o imponerlo corresponde, desde luego, a todas las épocas de crisis que conocemos por fuentes escritas. Desde la Revolución Francesa, esta lucha se ha agudizado y se ha modificado estructuralmente: los conceptos ya no sirven solamente para concebir los hechos de tal o cual manera, sino que se proyectan en el futuro. Se fueron acuñando progresivamente conceptos de futuro, primero tenían que pre- formularse lingüísticamente las posiciones que se querían alcanzar en el futuro, para poder establecerlas o lograrlas [carácter normativo del discurso], de este modo disminuyó el contenido experimental [pasado] de muchos conceptos aumentando proporcionalmente la pretensión de realización [normativa] que contenían. Cada vez podían coincidir menos el contenido experiencial y el ámbito de esperanza. Se corresponden con esto las numerosas denominaciones acabadas en -ismo, que sirvieron como conceptos colectivos y de movimiento para activar y reorganizar a las masas, permanentemente desarticuladas”.

p. 112, 113) “[la historia conceptual] comenzó como crítica a la transferencia desapercibida al pasado de expresiones de la vida social del presente y ligadas a la época [p.e.: Losurdo retrotrae el concepto “liberal” al siglo XVII y convierte en liberales a los republicanos aristocráticos, que creían en una sociedad civil como poder político]; en segundo lugar pretendió una crítica a la historia de las ideas, en tanto que estas demostraban como baremos constantes que sólo se articulaban en diferentes configuraciones distintas sin modificarse esencialmente. (...) en la historia de un concepto se comparan mútuamente el ámbito de la experiencia [el pasado, sus posibilidades, lo que está ya dado] y el horizonte de esperanza de la época correspondiente [lo que se cree posible y se desea para el futuro a partir de lo experimentado]”.

p. 114) “La palabra “ciudadano” sufre una ceguera de significado aún pronunciándose del mismo modo a no ser que se investigue esa expresión en su cambio conceptual: desde el ciudadano (de la ciudad) en torno al 1700, pasando por el ciudadano (del Estado) alrededor de 1800, hasta el ciudadano (no proletario) de 1900, por mencionar sólo una imagen tosca” [ojo: en el Covarrubias, “ciudad” es voz que se refiere a un régimen político, un conjunto de ciudadanos que viven en común bajo unas leyes y un gobierno, y añade que a veces, se usa esta palabra para los edificios, como acepción menor, escasa y quizá nueva. “Ciudadano” es voz que se refiere a un individuo caracterizado como individuo que vive en ciudad (se supone que régimen) y que vive de su “renta, hacienda o heredad”, de sus recursos: es libre; estado intermedio entre hidalgo y “oficiales mecánicos”. Es decir, en castellano y en la Corona de España ya en 1600 no tiene significado de derechos locales de un individuo dentro de una ciudad-villa, por oposición a otras: no habla de privilegios locales, sino de Estado. Como está muy en la estela de la traditio republicana y hay una Monarquía -no así en Alemania-, Ciudad habla de Estado político, no de villa medieval con derechos y privilegios].

p. 114)[SOCIEDAD CIVIL] La articulación profunda de un concepto descubre, principalmente variaciones de estructuras a largo plazo. Así, el cambio latente y lento del significado desde la “societas civilis” como sociedad organizada políticamente, hasta la “sociedad ciudadana” sine imperio que, en definitiva, se concibe conscientemente como separada del Estado, es un conocimiento sociohistóricamente relevante que sólo puede lograrse desde el plano reflexivo de la historia conceptual”.

[Societas civilis “cum imperio”, con poder político, es decir, como poder político, sin estado burocrático, es la idea de la traditio republicana, reflexionada de diversa manera a partir de los contextos históricos de recepción de esta idea: el republicanismo. El ciudadano es el miembro de la soberanía: no se pueden separar derechos políticos y derechos civiles: algo impensable e inconcebible. Sociedad civil “sine imperio”, es decir, como conjunto de individuos declarados ciudadanos, pero tan solo dotados de derechos civiles, pero no de derechos políticos, es el modelo liberal, que separa público/político, delegado en manos de representantes y a parte de la sociedad civil, y privado o sociedad civil. Gramsci: parte del concepto político de Sociedad Civil, de los republicanos, Maquiavelo, etc.; y quiere conferirle el poder a la Sociedad Civil: primero, no la separa de Estado; la Sociedad Civil ha de tener poder político en sí, reabsorbiendo en lo posible parte de Estado y segundo, ha de atar y someter la máquina de burocracia no absorbible. La Sociedad Civil debe constituirse como resultado de la deliberación y la lucha en dos frentes: de los diversos grupos subalternos entre sí: reconocimiento cruzado de derechos, de igualdad, elaboración de ethos a partir de todos los formantes, creación de proyecto común. Frente al proyecto de Sociedad Civil liberal como atomización de ciudadanos, arrancando parcelas mediante la lucha, sometiendo parcelas de poder del estado y de la clases dominantes. La absorción de parcelas del estado burocrático en la Sociedad Civil política organizada por el Bloque Social Histórico, es un proyecto de Soberanía republicano que avanza empíricamente. La política ha recuperado su centralidad y su independencia: no es algo a realizar desde las fábricas –no elimina el proyecto de democracia de fábrica, pero este es un eslabón de un proyecto político más complejo: la sociedad es muy compleja y requiere que la política se elabore con todos los sujetos formantes y en los ámbitos sociales reales existentes: el conjunto de la Sociedad Civil. El Estado monstruo, en un periodo en que no es creíble que baste con 6 meses de dictadura del “cónsul” para eliminar al enemigo y en que la técnica de gestión se complejiza, porque los instrumentos de poder son muy sofisticados –moneda, comercio, etc.- debe ser repensado, reabsorbido en lo posible, mantenido para aterrorizar y dominar a la plutocracia que se atrinchera fuera y dentro, sin liquidar la legitimidad y el estado de derechos y -es decir:-, dominado por los nuevos señores, cuyos derechos deben ser siempre defendidos, cuyo poder político real debe ser el dominador y debe subordinar a sus servidores. Gramsci sí reconoce la nueva situación de complejidad del mundo y la necesidad de repensar el asunto del poder político, sin renunciar al horizonte republicano. Extraeré mas rendimiento a Gramsci tras leer a Rousseau].

p. 115) “La permanencia, el cambio, o la novedad de los significados de las palabras tienen que ser concebidos, sobre todo, antes de que sean aplicables a estructuras sociales o a situaciones de conflicto político, como indicadores de contenidos extralingüísticos”. [Ejemplo que pone. La palabra “democracia”, desde Aristóteles y los clásicos] 

“[democracia] se convirtió (...) [en el XVIII / XIX] en concepto de esperanza que requería (...) satisfacer las nuevas necesidades que surgían –ya fueran legislativas o revolucionarias- para hacer efectivo su sentido…” 

p. 116, 117) “La restricción del análisis sólo a conceptos (...) La restricción metódica a la historia de los conceptos, que se expresan en palabras, exige una fundamentación que diferencia las expresiones “concepto” y “palabra” (...) Cada concepto depende de una palabra, pero cada palabra no es un concepto social y político. Los conceptos sociales y políticos poseen una concreta pretensión de generalidad y son siempre polisémicos (...) [pero] la polivocidad [es propiedad] de todas la palabras, de la que participan, en tanto que palabras, los conceptos. Ahí está su cualidad histórica común. (...) Ciertamente, los significados, ya ideales o de cosas, se adhieren a la palabra, pero se nutren igualmente del contenido pretendido, del contexto hablado o escrito, de la situación social (...) esto es válido (...) para las palabras y para los conceptos [demasiado “referencial” esta interpretación del lenguaje y de la carga semántica de las palabras, así no se ve cómo el lenguaje construye el mundo compartido humano y cómo podemos hacer cosas con el lenguaje: desde los actos performativos a proponer-construir proyectos de mundos, que ya existenen cuando existen en el lenguaje, aunque ese no sea el Estatu perfectionis de su ser]. Ahora bien, una palabra puede hacerse unívoca –al ser usada- . Por el contrario, un concepto tiene que seguir siendo polívoco para poder ser concepto (...) una palabra se convierte en concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado [más que experiencia –de lo que hay-: esperanza, propuesta de futuro] sociopolítico en el que se usa y para el que se usa una palabra, pasa a formar parte globalmente de esa palabra. (...) Un concepto reúne la pluralidad de la experiencia histórica y una suma de relaciones teóricas y prácticas de relaciones objetivas en un concepto que, como tal, sólo está dado y se hace experimentable por el concepto”

p. 118) “… queda claro que los conceptos abarcan ciertamente contenidos sociales y políticos, pero que su función semántica, su capacidad de dirección [de la praxis política] no es deducible solamente de los hechos sociales y políticos a los que se refieren. Un concepto no es sólo indicador de los contextos que engloba [ahora sí, ahora supera el mero referencialismo o referirse a la realidad exterior “función referencial”, de los conceptos y de las palabras], también es un factor suyo. Con cada concepto se establecen determinados horizontes, pero también límites para la experiencia posible y para la teoría concebible [que son realidades al margen de las cosas, como es real que se quiera socializar los medios de proa. Aunque no se haya dado nunca en ningún lado]. Por eso la historia de los conceptos puede proporcionar conocimientos que desde el análisis objetivo no se tomarían en consideración [por ejemplo, no hay una fuerza política organizada, del demos, pero la gente usa la palabra “injusticia”; “desigualdad”; “explotación”: está en el ambiente algo que puede ser despreciado desde la materialidad institucional, pero, de repente, “cuaja”: Evo Morales, etc. Por eso es tan terrible perder palabras: “democracia” es una mentira, etc.] El lenguaje conceptual es un medio (...) para tematizar la capacidad de experiencia y la vigencia de las teorías” [porque generan la experiencia. La teoría revolucionaria está en grave riesgo si no se vincula a los conceptos que generan experiencia].

p. 119) [Contra la idea de autoidentidad sujeto-concepto=historia. Los conceptos no agotan la totalidad ontológica de lo que es histórico] 

“Sería un cortocircuito que no se pude desempañar teóricamente al concebir la historia sólo desde sus propios conceptos, como si se tratar de una identidad entre el espíritu de una época articulado lingüísticamente y el contexto [institucional, económico, etc.: social] de los acontecimientos. Entre el concepto y el estado de cosas existe más bien una tensión [el concepto sin embargo es el orientador de la praxis, un orientador que se retroalimenta de las consecuencias de la praxis sobre el mundo, aunque no puede pretender agotar la realidad, no identidad sujeto objeto, pero eso es lo que hay: una aproximación, un arte, una frónesis]”.

p. 198) “La separación entre hecho y enjuiciamiento fue ya aceptada por Hegel al subordinar metódicamente el establecimiento de los hechos a la imparcialidad al exigir que sólo se tomara partido por la formación del hecho histórico (...) [párrafo confuso por autocontradictorio, borrado]. Si Luis XVI (...) fue asesinado, o si fue ejecutado o simplemente castigado, ésa es la cuestión histórica, pero no el “hecho” de que que una guillotina de tal o cual peso separara su cabeza del tronco”.

p. 199) [sigue la defensa de la objetividad] “Lo que concierne a lo que se ha llamado puro establecimiento de los hechos es que es metódicamente indispensable y que remueve en la vía de la revisabilidad general. El método histórico tiene su propia racionalidad. Cuestiones sobre la autenticidad de los documentos, datación de los mismos, datos estadísticos, tipos de lectura y variantes de textos, su recepción o su desarrollo: todo esto se puede determinar con la misma exactitud que tienen las ciencias de la naturaleza, de modo que los resultados, independientemente de la posición del historiador, son comunicables y controlables universalmente (...) Pero la auténtica disputa sobre “objetividad” de los “hechos” que hay que establecer desde fragmentos no tiene lugar tanto en el campo de trabajo de la técnica científica (...) 

En el conocimiento histórico se trata siempre de algo más que los que nos encontramos en las fuentes (...) cada fragmento que convertimos en fuente con nuestras preguntas, nos remite a una historia que es algo más o algo menos que el propio fragmento y, en todo caso, algo distinto. Una historia no es nunca idéntica a la fuente que da testimonio de ella”.

p. 200) “(...) la ciencia de la historia precisa, desde el principio, interrogar a las fuentes para descubrir contextos de acontecimientos que se encuentran más allá de las fuentes. En esta necesidad se encuentra también el límite de toda teoría de la comprensión que permanece orientada primariamente hacia personas, hacia sus testimonios o sus obras, de cuya interpretación se trata. Pero los modelos explicativos [subrayado mío] por ejemplo, para interpretar económicamente cambios a largo plazo, se sustraen a una teoría de la comprensión que se origine en las propias fuentes. En tanto que historiadores, tenemos que dar un paso más si es que queremos hacer consciente la historia o recordar el pasado [límites del pensamiento hermenéutico o filosofía hermenéutica; la interpretación del texto no da la calve de la historia, se necesitan modelos interpretativos historiográficos].

(...) precisamos de (...) una teoría de la historia (...). Implícitamente existe en todas las obras de historiografía (...). 

Desde la experiencia cotidiana no se puede negar que una crisis económica o el estallido de una guerra podría ser concebido por los afectados como un castigo de Dios”.

p. 200, 201) “Si los historiadores aceptan una explicación de este tipo o prefieren buscar fundamentaciones que expliquen la catástrofe como resultado de un cálculo erróneo de las fuerzas, o que lo hagan psicológicamente, económicamente o de cualquier otro modo, ninguna de estas cuestiones se puede decidir en el plano de las fuentes (...) La decisión respecto a qué factores deben contar y cuáles no, cae, en principio en el plano de la teoría que es la que fija las condiciones de la historia posible (...) Sólo cuando se ha tomado esta decisión, comienzan a hablar las fuentes [en realación con la hipótesis sostenida: un “hablar” no referido a su propio sentido interno, que puede ser teológico como el texto de Adalberón de Laon] (...) la primacía de la teoría obliga también a la valentía en la formación de hipótesis sin las que no se puede pasar a una investigación histórica. Con esto no se le le proporciona en absoluto un privilegio a la investigación. Pues la crítica de las fuentes conserva su función inconmovible. Después de lo que se ha dicho hasta ahora de la función de las fuentes, de su crítica e interpretación, tiene que determinarse con mayor precisión, como era usual en el horizonte de la teoría de la comprensión [papel de la hermenéutica textualdentro de la historiografia, subordinado, pero imprescindible].

Estrictamente una fuente nunca nos puede decir lo que nosotros debemos saber. Ahora bien, nos impide hacer afirmaciones que no podríamos hacer. Las fuentes tienen derecho de veto (...) Las fuentes nos protegen frente a los errores, pero no nos dicen lo que debemos decir.

Eso que constituye la historia como historia, no se puede derivar sólo de las fuentes: es precisa una teoría de la historia posible para hacer hablar a las fuentes. 

La parcialidad y la objetividad se limitan de un modo nuevo en el campo de la tensión entre la formación de la teoría y la exégesis de las fuentes. La una sin la otra son inútiles”.

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