Memoria biográfica sobre la literatura (2006)

Memoria biográfica sobre la literatura

Joaquín Miras




El otro día, viernes 24 de febrero, un profesor de ciencias naturales se quejaba de la poca capacidad de aceptación que tenían sus ideas en la asignatura de Ciencias de la tierra, que es una asignatura sobre eso que se denomina “medio ambiente”. Él decía que cuando señalaba la necesidad de plantearse las cosas de forma global: reciclar, pagar más impuestos parea tener mejores servicios de recogida de basuras, más selectivos, etc., había (¿muchos?) alumnos que reaccionaban diciendo que lo importante era que ellos pudiesen hacer lo que deseaban, rechazaban la idea de pagar más impuestos, y, en definitiva, el tener en cuenta la globalidad de las relaciones en la que se hallan metidos. Otro profesor, de literatura, señaló con acierto que eso pasa porque no han leído novela. Fue así de escueto, per es verdad. La primera posibilidad de reflexionar sobre la unidad y universalidad del mundo, de nuestro propio mundo inmediato, desde la experiencia vital, conscientemente antropomórfica, que se ofrece a un individuo, a comenzar por el adolescente, es la novela; no la novela gazmoña, “pedagógica” cursi, elaborada para “niños de 8 años” o así, sino la novela que plantea las ambiciones del protagonista por vivir su vida en el mundo, por tener un proyecto individual de vida en el mundo, por influir sobre los demás queriéndolo o no, y viceversa, las influencias y choques con el medio. La literatura es la primera toma de consciencia o filosofar sobre la experiencia de vida que uno tiene: un primer “filosofar”, el primer saber segundo reflexivo, directo al que se tiene acceso o al que se puede tener acceso, en el que se presenta al individuo y sus deseos en relación ineliminable con el mundo, y en el que la experiencia individual es explicada, adquiere sentido porque se la muestra en sus relaciones cismundanas o materialistas en el mundo real. Además, se someten a consideración del lector joven, posibles salidas o desarrollos evolutivos de sí mismo, impensados, por él, pero que apelan a sus deseos de ser y hacer en el mundo. Héctor como modelo de ser, p.e.

Recuerdo, gracias a ciertas obras que me influyeron, cuando comencé a hacerme adulto. Fue durante los 15 años. Me puse a leer libros de “adultos” que tenía mi padre porque –pensaba yo- había leído tantas veces mis libros que ya no me interesaban; en realidad los había releído muchas veces, pero era que ya no me resarcían o saciaban, aunque yo me lo explicara de otra forma, como quien busca “novedades” literarias. Stendhal, Mauriac, La Ilíada, Valle Inclán… Unamuno.

Caí sobre los libros que había en mi casa y comencé, por casualidad por El rojo y el negro, de Stendhal. Aquel joven Julián Sorel, que desea ser en el mundo; lleno de anhelos y de ambiciones; la complejidad del mal, las relaciones con los demás, los modelos de vida: Napoleón, Mme de Rênal, Matilde con su modelo Margarita de Francia, la carrera religiosa como salida profesional, los mundos distintos como resultado de una guerra: antes y después de Waterloo, etc. Y sin embargo, era un personaje simpático. Leí luego a continuación La cartuja de Parma, con su reflexión sobre el individuo en el mundo y en la historia, con su querer ser importante en la vida social, con su no saber dónde se estuvo: Waterloo, su reflexión bis –aquí Sanseverina, en la otra Rênal y Matilde- sobre el amor; la diferencia entre Fabrizio del Dongo y su hermano. El individuo en el mundo tras la liquidación de la Revolución Francesa y sus expectativas y la instauración del mundo burgués, todo contado desde la experiencia antropomórfica, del érase una vez. Luego Teresa Desqueiroux y El fin de la noche, de François Mauriac, el existencialista católico. El existencialismo francés; desde el catolicismo... pero qué maravilla, a pesar de todo. Quizá hubiera debido leer Mme Bovary, pero lo que había en mi casa era Teresa Desquiroux. La que trata de envenenar a su marido, por la vida torpe, falta de salida para sus expectativas existenciales, individuales que le proporciona el materialismo de aquella vida, y la falta de saber cómo afrontar las cosas, y sin embargo, es la protagonista y es la buena: la complejidad del mundo moral: la complejidad del ser en el mundo. La segunda parte: “Teresa había llegado con su cruz a la cima del Gólgota, y ahora descendía del monte con la ligereza y suavidad de quien ha terminado de sufrir…” o así.

La Ilíada: desde que en cuarto de bachillerato, en los libros compilaciones de pruebas de reválida había leído la escena del diálogo entre Andrómaca y Héctor, del canto 6º: su capacidad de aceptar la derrota, su serenidad, su grandeza consistente en saberse un derrotado y no renunciar a sus principios y valores. Ese libro lo compré yo luego, porque no estaba en casa, a los 16 años. ¿Leí la escena en las compilaciones de cuarto de bachillerato, para la reválida de cuarto –así creo-, o en las de sexto de bachillerato, para la reválida de sexto? A los quince sí leí La anábasis que me influyó muchísimo. Lo compré en verano; a principios de setiembre. El día en que murió mi bisabuela Antonia. Lo estaba comenzando a leer sentado en Gran Vía, en los jardines que había entre Rambla de Cataluña y Paseo de Gracia, delante de aquel hotel, cuando llegó a buscarme mi padre: que nos íbamos a Torrelavega y no nos quedábamos al entierro. El mundo histórico se me hizo grande, y apasionante con aquella obra. El mundo griego y clásico adquirió vida y realidad.

Luego, la grandeza enloquecida y grotesca de Sonata de estío de Valle Inclán. Ese personaje loco, malvado, cruel, burlón, retorcido… y protagonista; ese mundo del mal, que me atormentaba, que zarandeaba mis valores morales de forma tormentosa, pero que me parecía soberbio…

Fue el “gran periodo”. Luego leería a Unamuno… pero no creo ya que pudiera tener el peso que estos tuvieron. Antes había leído el anticlericalismo de Baroja en Memorias de un hombre de acción –Eugenio de Aviraneta (hallazgo al azar de un libro de él, de Ed. Planeta en una ínfima librería papelería, ¿la de Gran Vía Entenza, que tanto tiempo tuvo en su escaparate, sin que nunca nadie lo comprara, el volumen de El Don apacible?; ¿o la de Vilamarí Entenza? Quizá en la primera, algo mejor surtida). Pero no me causaron la influencia de los antes citados.

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