Una antología de textos clásicos sobre la democracia (2005)

Una antología de textos clásicos sobre la democracia

Joaquín Miras [*]



La presente selección es por fuerza incompleta. Se han preferido textos de autores republicanistas democráticos, o que, si no lo son, traten sobre la democracia. Queda fuera de la nómina nombres como los de Cicerón, Plutarco o Tito Livio, del periodo clásico, o los de Maquiavelo, Spinoza, Saint-Just, Locke, Kant o Adam Smith, y otros, entre los que también hay demócratas. La clasificación de alguno de ellos como republicanista, y en consecuencia, como antiliberal, puede sorprender al lector, y exigiría pruebas. Quede todo para otra ocasión.


Platón (n. 427 - m. 347 a N.E.), República. De 557a hasta 558c

-Nace, pues, la democracia, creo yo, cuando habiendo vencido los pobres, matan a algunos de sus contrarios, a otros los destierran, y a los demás los hacen igualmente partícipes del gobierno y de los cargos, que, por lo regular, suelen cubrirse en este sistema mediante sorteo.

-Sí -dijo-, así es como se establece la democracia, ya por medio de las armas, ya gracias al miedo que hace retirarse a los otros.

-Ahora bien -dije yo- ¿de qué modo se administran éstos? ¿Qué clase de sistema es ese? Porque es evidente que el hombre que se parezca a él resultará ser democrático.

-Es evidente -dijo.

-¿No serán, ante todo, hombres libres y no se llenará la ciudad de libertad y de franqueza y no habrá licencia para hacer lo que a cada uno se le antoje?

-Por lo menos eso dicen -contestó.

-Y, donde hay licencia, es evidente que allí podrá cada cual organizar su particular género de vida en la ciudad del modo que más le agrade.

(...)

-Estos, pues -dije-, y otros como éstos son los rasgos que presentará la democracia; y será según se ve, un régimen placentero, anárquico y vario que concederá indistintamente una especie de igualdad tanto a los que son iguales como a los que no lo son,


Platón, "Discurso de Aspasia", en Menéxeno, 238, 239

Aspasia fue una mujer libre, demócrata, de gran sabiduría y maestra retórica. Educó al gran político democrático Pericles, quien se convirtió en su amante. Los entendidos dicen que el discurso que a continuación pone en su boca Platón, para burlarse, corresponde verdaderamente a uno pronunciado por ella, y que es ella, también, la que escribió o inspiró muy de cerca el famoso discurso de Pericles, que incluimos más adelante.

Engendrados e instruidos de tal modo, los antepasados de éstos vivían organizados bajo una constitución que es preciso recordar brevemente. Pues una constitución es alimento de hombres, una hermosa de hombres buenos, la contraria de hombres malos. (...) Sin embargo, la mayoría tiene el dominio de la ciudad en la mayor parte de los asuntos, y da los cargos y el poder a quienes en cada caso estima que son mejores, y nadie, ni por debilidad ni por pobreza ni por el anonimato de sus padres es excluido y tampoco es honrado por los motivos contrarios, como ocurre en otras ciudades. Antes, al contrario, hay una sola regla: el que se estima que es sabio y bueno, ejerce el mando y el dominio. Causa de esta constitución nuestra es la igualdad de nacimiento. Pues las otras ciudades están compuestas de hombres de todo tipo y desiguales, de modo que son desiguales también sus constituciones, tiranías y oligarquías; viven unos pocos considerando a los demás esclavos y éstos, a su vez, considerándolos amos. Nosotros y los nuestros, todos hermanos nacidos de una sola madre, no creemos que seamos esclavos ni amos de otros, sino que la igualdad de nacimiento según la naturaleza nos fuera a buscar una igualdad política según la ley y no ceder entre nosotros ante ninguna otra cosa sino ante la opinión de la virtud y de la sensatez.


Aristóteles (n. 384, m. 322 a N.E.), Política. De 1279b hasta 1280a

Hay oligarquía cuando los que tienen riqueza son dueños y soberanos del régimen; y por el contrario, hay democracia cuando son soberanos los que no poseen gran cantidad de bienes, sino que son pobres. Una primera dificultad concierne a la definición. En efecto, si la mayoría fuese rica y ejerciera el poder de la ciudad, y si, igualmente, en alguna parte ocurriera que los pobres fueran menos que los ricos, pero por ser más fuertes ejercieran la soberanía en ese régimen, podría parecer que no se han definido bien los regímenes, puesto que hemos dicho que hay democracia cuando la mayoría es soberana, y oligarquía cuando es soberano un número pequeño. (...) Lo que diferencia la democracia de la oligarquía entre sí es la pobreza y la riqueza. Y necesariamente cuando ejercen los pobres, es una democracia. Pero sucede, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos, pues pocos viven en la abundancia, mientras que de la libertad participan todos. Por esas causas unos y otros se disputan el poder.


Aristóteles, Política. De 1317b hasta 1318a

El fundamento básico del sistema democrático es la libertad (pues eso suelen decir, en la idea de que sólo en ese régimen se participa de la libertad, pues éste es, como dicen, el objetivo a que tiende toda democracia). Una característica de la libertad es gobernar y ser gobernado por turno. De hecho, la justicia democrática consiste en tener lo mismo según el número y no según el mérito, y siendo eso lo justo la muchedumbre forzosamente debe ser soberana, y lo que apruebe la mayoría, eso debe ser el fin y lo justo. En efecto, dicen que todo ciudadano debe tener lo mismo, de modo que en las democracias los pobres son más poderosos que los ricos, ya que son más, y la opinión de la mayoría es la autoridad soberana. Ese, pues, es un signo distintivo de la libertad, que todos los demócratas consideran como elemento definidor de su régimen. Otra característica es vivir como se quiere; pues dicen que esto es obra de la libertad, si precisamente es propio del esclavo vivir como no quiere. Este es, pues, un segundo elemento definidor de la democracia, y de ahí vino el no ser gobernado preferentemente por nadie, y si no es posible, por turno. Y de esta manera se contribuye a la libertad fundada en la igualdad.


Tucídides (n. apud 455, m. apud 404 a N.E.), Historia de la Guerra del Peloponeso, "Discurso de Pericles" LL, 36, 37

Pericles fue el gran dirigente democrático de Atenas durante el periodo más esplendoroso de esta ciudad en el siglo V a N.E. Pronuncia este discurso durante la Guerra del Peloponeso, a la llegada de los cuerpos de los soldados muertos en campaña.

Explicaré, en cambio, antes de pasar al elogio de nuestros muertos, qué principios nos condujeron a esta situación de poder, y con qué régimen político y gracias a qué modos de comportamiento este poder se ha hecho grande. (...) Tenemos un régimen político que no emula las leyes de los otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia. Lo que concierne a los asuntos privados, la igualdad, conforma a nuestras leyes, alcanza a todo el mundo, mientras que en la elección de los cargos públicos no anteponemos las razones de clase al mérito personal, conforme al prestigio de que goza cada ciudadano en su actividad; y tampoco nadie en razón de su pobreza, encuentra obstáculos debido a la oscuridad de su condición social si está en condiciones de prestar servicio a la ciudad. En nuestras relaciones con el Estado vivimos como ciudadanos libres y, del mismo modo, en lo tocante a las mutuas sospechas propias del trato cotidiano, nosotros no sentimos irritación con nuestro vecino si hace algo que le gusta y no le dirigimos miradas de reproche, que no suponen un perjuicio, pero resultan dolorosas. Si en nuestras relaciones privadas evitamos molestarnos, en la vida pública, un respetuoso temor es la causa de que no comentamos infracciones, porque prestamos obediencia a quienes se suceden en el gobierno y a las leyes, y particularmente a las que están establecidas para ayudar a los que sufren injusticias, y a las que, sin estar escritas, acarrean a quien las infringe una vergüenza por todos reconocida.


Jean-Jacques Rousseau, El contrato social, 1762

Rousseau, dentro de la tradición republicana, intenta unir inseparablemente el principio político de la mayoría numérica, denominado hoy formal o "procedimental", y el sustantivo, que hace referencia a las reales relaciones de poder establecidas por la real participación en la política de la totalidad de la ciudadanía, plebe incluida, y en consecuencia, por el tipo de medidas concretas adoptadas por el cuerpo político.

Libro segundo, capítulo primero:

Afirmo, pues, que la soberanía, no siendo más que el ejercicio de la voluntad general, no puede nunca ser enajenada y que el soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede estar representado más que por sí mismo: el poder puede transmitirse, pero no la voluntad (...) es absurdo que la voluntad se encadene para el futuro.

Libro segundo, capítulo segundo:

Por la misma razón que la soberanía es inalienable, es indivisible, pues la voluntad es general o no lo es; es la del cuerpo del pueblo o solamente la de una parte. En el primer caso, esa voluntad declarada es un acto de soberanía, hace ley. En el segundo, no es más que una voluntad particular, o un acto de magistratura; es, a lo sumo, un decreto.

Libro tercero, capítulo cuarto:

Discute aquí Rousseau sobre la forma de gobierno, no sobre el poder legislativo: da por sentado que en todo régimen legítimo el legislativo está compuesto por toda la ciudadanía que delibera y legisla, y trata del "ejecutivo"; democracia es para él el régimen en que la mayoría de los ciudadanos, además de legislar, gobierna.

De la democracia

No es bueno que el que hace las leyes las ejecute, ni que el cuerpo del pueblo desvíe su atención de las cosas generales para ponerla en las particulares. Nada más peligroso que la influencia de los intereses privados en los asuntos públicos, y el abuso del gobierno es un mal menor frente a la corrupción del legislador, consecuencia infalible de los designios particulares. Entonces, alterado el Estado en sustancia, resulta imposible toda reforma. Un pueblo que no abusara nunca del gobierno no abusaría tampoco de la independencia; un pueblo que gobernara siempre bien no necesitaría ser gobernado. Tomando el término en su rigurosa acepción, no ha existido nunca verdadera democracia, ni existirá jamás. Va contra el orden natural que el gran número gobierne y el pequeño sea gobernado. No se puede imaginar que el pueblo permanezca continuamente reunido en asamblea para vacar a los asuntos públicos, y fácilmente se ve que no podría establecer para esto delegaciones sin que cambie la forma de la administración. (...) Si hubiera un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres.

Libro tercero, capítulo décimosegundo:

Como el soberano no tiene otra fuerza que el poder legislativo, no actúa sino mediante leyes; y como las leyes no son más que actos auténticos de la voluntad general, el soberano no podrá actuar más que cuando el pueblo está reunido.

Libro tercero, capítulo décimoquinto:

La soberanía no puede estar representada, por la misma razón por la que no puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad general no se representa; es la misma o es otra; no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser, sus representantes, no son más que sus mandatarios; no pueden concluir nada definitivamente. Toda ley no ratificada por el pueblo en persona es nula; no es ley. El pueblo inglés cree ser libre, y se engaña mucho: o lo es sino durante la elección de los miembros del parlamento; desde el momento en que éstos son elegidos, el pueblo ya es esclavo, no es nada. El uso que hace de los cortos momentos de su libertad merece bien que la pierda.

La idea de los representantes es moderna: nos viene del gobierno feudal, de ese inicuo y absurdo gobierno en el que la especie humana es degradada y en el que el nombre del hombre es deshonrado. En las antiguas repúblicas y hasta en las monarquías, el pueblo nunca tuvo representantes.


Robespierre, Sobre los principios de moral política, 5 de febrero de 1794

¿Hacia qué objetivos nos dirigimos? Al pacífico goce de la libertad y de la igualdad; al reino de la justicia eterna cuyas leyes han sido escritas, no ya sobre mármol o piedra sino en el corazón de todos los hombres, incluso en el del esclavo que las olvida y en el del tirano que las niega.

Queremos un orden de cosas en el que toda pasión baja y cruel sea encadenada: en el que toda pasión bienhechora y generosa sea estimulada por las leyes; en el que la ambición sea el deseo de merecer la gloria y de servir a la patria; en el que las distinciones no nazcan más que de la propia igualdad; en el que el ciudadano sea sometido al magistrado, y el magistrado al pueblo, y el pueblo a la justicia; en el que la patria asegure el bienestar a todos los individuos, y en el que todo individuo goce con orgullo de la prosperidad y de la gloria de la patria; en el que todos los ánimos se engrandezcan con la continua comunión de los sentimientos republicanos, y con la exigencia de merecer la estima de un gran pueblo; en el que las artes sean el adorno de la libertad que las ennoblece, el comercio sea la fuente de la riqueza pública y no de la opulencia monstruosa de algunas casas.

En nuestro país queremos sustituir el egoísmo por la moral, el honor por la honradez, las costumbres por los principios, las conveniencias por los deberes, la tiranía de la moda por el gobierno de la razón, el desprecio de la desgracia por el desprecio del vicio, la insolencia por el orgullo, la vanidad por la grandeza de ánimo, el amor al dinero por el amor a la gloria, la buena sociedad por las buenas gentes, la intriga por el mérito, la presunción por la inteligencia, la apariencia por la verdad, el tedio del placer voluptuoso por el encanto de la felicidad, la pequeñez de los "grandes" por la grandeza del hombre; y un pueblo "amable", frívolo y miserable por un pueblo magnánimo, poderoso y feliz; es decir, todos los vicios, y todas las ridiculeces de la Monarquía por todas las virtudes y todos los milagros de la República.

En una palabra, queremos realizar los deseos de la naturaleza, cumplir los destinos de la humanidad, mantener las promesas de la filosofía y liberar a la providencia del largo reinado del crimen y de la tiranía.

Que Francia, en otro tiempo ilustre entre países esclavos, eclipsando la gloria de todos los pueblos libres que jamás hayan existido, pueda convertirse en modelo de las naciones, en terror de los opresores, consuelo de los oprimidos, adorno del universo; y que sellando nuestra obra con sangre, podamos ver brillar la aurora de la felicidad universal... Esta es nuestra ambición: este es nuestro objetivo.

¿Qué tipo de gobierno puede realizar estos prodigios? Solamente el gobierno democrático, o sea, republicano. Estas dos palabras son sinónimos a pesar de los equívocos del lenguaje común, puesto que la aristocracia no es república, lo mismo que la monarquía.

La democracia no es un estado en el que el pueblo -constantemente reunido- regula por sí mismo los asuntos públicos; y todavía menos es un estado en el que cien mil facciones del pueblo, con medidas aisladas, precipitadas y contradictorias, deciden la suerte de la sociedad entera. Tal gobierno no ha existido nunca, ni podría existir si no es para conducir al pueblo hacia el despotismo.

La democracia es un estado en el que el pueblo soberano, guiado por las leyes que son fruto de su obra, lleva a cabo por sí mismo todo lo que está en sus manos, y por medio de sus delegados todo aquello que no puede hacer por sí mismo.

Debéis, pues, buscar las reglas de vuestra conducta política en los principios del gobierno democrático.

Pero para fundar y para consolidar la democracia entre nosotros, para conseguir el pacífico reinado de las leyes constitucionales, es necesario llevar a término la guerra de la libertad contra la tiranía, y atravesar con éxito las tempestades de la Revolución. Tal es el objetivo del sistema revolucionario que habéis regularizado; y el plan del espíritu revolucionario combinado conjuntamente con los principios generales de la democracia.

Entonces, ¿cuál es el principio fundamental de gobierno democrático o popular, es decir, la fuerza esencial que lo sostiene y lo mueve? Es la virtud. Hablo de aquella virtud pública que tantos prodigios obró en Grecia y Roma y que en la Francia republicana deberá obrar otros mucho más asombrosos, hablo de la virtud que es, en sustancia, el amor a la patria y a sus leyes.

Pero dado que la esencia de la república, o sea, de la democracia, es la igualdad, se deduce de ello que el amor a la patria implica necesariamente el amor a la igualdad. Además, este sublime sentimiento presupone la prioridad del interés público sobre todos los intereses particulares; de ahí resulta que el amor a la patria presupone también -o produce- todas las virtudes. En efecto, ¿acaso las virtudes son otra cosa que la fuerza de ánimo que hace posibles tales sacrificios? ¿Acaso puede el esclavo de la avaricia o de la ambición sacrificar sus ídolos a la patria? (...) Pero los franceses son el primer pueblo del mundo que han instaurado la verdadera Democracia, concediendo a todas las personas la igualdad y la plenitud de derechos del ciudadano. Esta es, en mi opinión, la verdadera razón por la cual todos los tiranos aliados contra la República serán vencidos.


Gracus Babeuf, Carta al ciudadano Bodson, 28 de febrero de 1796

Mi opinión sobre los principios no ha cambiado nunca. Pero sí ha cambiado la que tenía de algunos hombres. Hoy confieso de buena fe el no haber visto claro, en ciertos momentos, el gobierno revolucionario, ni a Robespierre, Saint-Just, etc. Creo que (...) su gobierno revolucionario estaba diabólicamente bien pensado (...) Robespierre y Saint-Junt (...) [son] los primeros defensores generales del pueblo que, antes que nosotros, habían señalado el mismo objetivo de justicia y de felicidad que el pueblo debía alcanzar. (...) El "robespierrismo" existe en toda la República, entre la clase juiciosa y clarividente y naturalmente entre todo el pueblo. La razón es simple, es que el "robespierrismo" es la democracia, y estas dos palabras son perfectamente idénticas: revelando el "robespierrismo" podéis estar seguros de revelar la democracia.


Philippe Buonarroti. Conspiración por la igualdad, llamada de Babeuf, 1828

Democracia en Francia: lo que es. No hay que creer que los revolucionarios franceses hayan atribuido a la democracia que ellos exigían el sentido que le atribuían los antiguos. A nadie se le ocurría en Francia convocar al pueblo entero a deliberar sobre los actos de gobierno. Para ellos la democracia es el orden público en el que la igualdad y las buenas costumbres ponen al pueblo en condición de ejercer útilmente el poder legislativo.

Escaso número de amigos sinceros de la democracia en la convención nacional. Los acontecimientos posteriores han probado suficientemente, a mi juicio, que los demócratas nunca fueron numerosos en la convención nacional, fue completamente necesario que la insurrección del 31 de mayo hubiese otorgado la suprema influencia a los únicos amigos sinceros de la igualdad (...). Entre los hombres que brillaron en la arena revolucionaria, hay algunos que se pronunciaron desde el comienzo por la liberación real del pueblo francés. Marat, Maximilien Robespierre y Saint-Just figuran gloriosamente, junto a algunos otros, en la lista honorable de los defensores de la igualdad.


Friedrich Engels, "La fiesta de las naciones en Londres"

¿Qué nos importa la República Francesa? (...) La confraternización de las naciones, tal como actualmente la lleva a cabo, por doquier, el partido proletario extremo, (...) vale más que todas las teorías alemanas acerca del verdadero socialismo. La confraternización de las naciones bajo la bandera de la democracia moderna, tal como emanó de la Revolución Francesa y se desarrolló en el comunismo francés y el cartismo inglés, demuestra que las masas y sus representantes saben mejor cómo están las cosas que la teoría alemana (...) La vinculación de la mayor parte de las insurrecciones de aquella época con una hambruna, la significación que tiene, ya a partir de 1789, el aprovisionamiento de la capital y la distribución de reservas, (...) las leyes contra el acaparamiento de los alimentos, el grito de batalla de los ejércitos revolucionarios -"Guerre aux palais, paix aux chaumières"- el testimonio de la Carmagnole, según la cual el republicano, además de du fer y du coeur, también debe tener du pain y cien otros rasgos externos evidentes demuestran (...) hasta qué punto la democracia de entonces era algo totalmente diferente a una organización meramente política. Ya de por sí, se sabe que la constitución de 1793 y el terrorismo emanaron del bando que se fundó en el proletariado insurrecto, que la caída de Robespierre marca el triunfo de la burguesía sobre el proletariado, que la conspiración de Babeuf por la igualdad evidenció las últimas consecuencias de la democracia del 93, en tanto eran posibles por entonces. De principio a fin, la Revolución Francesa fue un movimiento social y, después de ella, una democracia puramente política se ha convertido en un absurdo liso y llano.

La democracia de hoy día es el comunismo. (...) La democracia se ha convertido en principio proletario, en principio de masas. Es posible que las masas tengan mayor o menor claridad acerca de éste, el único significado correcto de la democracia, pero para todos radica en la democracia, cuando menos, la oscura sensación de la igualdad de derechos sociales. Al calcular las huestes comunistas, se pueden contar tranquilamente también a las masas democráticas. Y si los partidos proletarios de diversas naciones se unen, tendrán toda la razón para inscribir la palabra "democracia" en sus banderas, ya que, con excepción de quienes no cuentan, en 1846 todos los demócratas europeos son comunistas con mayor o menor claridad. (...) todo el movimiento social europeo de hoy es sólo el segundo acto de la Revolución, es sólo la preparación del denouement del drama que se inició en París en 1789 (...) ha llegado el momento de evocar la memoria de uno de esos grandes años en los que un pueblo entero arrojó de lado, en un instante, toda cobardía, todo egoísmo y toda miseria, en los que hubo hombres que tenían el valor de la ilegalidad, que no se arredraban ante nada y cuya energía de acero logró que en toda Francia, entre el 31 de mayo de 1793 y el 26 de julio de 1794, no pudiera dejarse ver (...) ni un solo burgués.



Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo, historia política de los últimos 150 años (1789-1937), 1938

Rosenberg desarrolla aquí una crítica al formalismo procedimentalista, y fundamenta de forma inteligente el criterio sustantivo para analizar qué es la democracia, entendido como: relación de fuerzas histórico-concretas que se establece en la medida en que existe un movimiento organizado de la plebe que lucha por su proyecto. Democracia es el nombre del movimiento popular o bloque social plebeyo, no un conjunto fijo de reglas o de leyes y procedimientos.

Contribución a una crítica general de la democracia (Epílogo)

La democracia como cosa en sí, como abstracción formal no existe en la historia: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un estado democrático es, por tanto, un estado en el que el movimiento democrático detenta el poder.

(...) La diversidad de los distintos tipos de movimientos democráticos modernos es extraordinariamente grande. Pertenecen a la historia de la democracia moderna los bolcheviques de Lenin y los republicanos progresistas de Th. Roosevelt y el movimiento por la reforma aduanal de Chamberlain. Los movimientos democráticos gobiernan en los cantones serranos suizos, en los poblados pescadores de la costa noruega y en los distritos industriales de Lancashire. Esto permite ver la poca utilidad que tiene dar una formulación uniforme y universal de democracia. (...) Si se quiere evaluar correctamente la realidad social de un estado, no basta observar la constitución escrita o tradicional vigente, sino es preciso observar cómo funcionan realmente las instituciones del estado, cómo se relacionan entre sí las distintas clases y quién detenta verdaderamente el poder del estado en un momento dado. Aristóteles escribió la forma clásica de semejante investigación (...) indagó de la manera más precisa posible en cada uno de los casos, las condiciones sociales reales y comprobó quién tenía realmente el poder.

(...) [Los] tipos de democracia burguesa (...) se basan todos (...) en el compromiso entre capital y trabajo, entre ricos y pobres (...) No existe, sin embargo, ninguna constricción física, fuera de la libre voluntad y del juicio sobre las necesidades económicas, que obligue a las masas al compromiso. (...) No es ciertamente casual que todos los países que pudieron desarrollar formas estables de democracia burguesa, como los Estados Unidos, Inglaterra y sus dominios, Suiza y Noruega, tengan puntos en común. Antes de 1914 y durante el periodo de paz todos tenían únicamente una modesta fuerza militar permanente y una administración descentralizada altamente desarrollada.



[*] Texto publicado en el dossier sobre republicanismo, en la revista El Viejo Topo, nº 205-206. Págs 97 a 103. Abril de 2005.


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