El proyecto comunista para nuestros días (2006)

El proyecto comunista para nuestros días 


Joaquín Miras y Joan Tafalla [*] 




El sábado 10 de junio se celebró en Barcelona una interesante jornada de debate teórico titulada “Balance del Comunismo”, auspiciada por diversas organizaciones culturales comunistas y de izquierdas: Espai Marx, Asociación Catalana de Investigaciones Marxistas, Fundación de Investigaciones Marxistas y la revista El Viejo Topo. Tanto por el fuste de las ponencias presentadas (modestia a parte, y estamos encantados de habernos conocido), que creemos debe ser considerado muy notable y muestra de creatividad intelectual, como por el número de los asistentes, gran parte de ellos jóvenes, las jornadas merecen ser objeto de reflexión.

Por la tarde, durante el turno de intervenciones abierto tras la lectura de la última ponencia que habíamos elaborado los firmantes de este artículo, Navascués, director de la Fundación Investigaciones Marxistas (y miembro del PCE) expresó su desacuerdo con un punto planteado por nosotros. Negábamos nosotros, entre otras cosas, que el cometido central de los comunistas consistiese en la elaboración de un programa político y en el conjunto de tareas que de esto se desprenden, en la medida en que las verdaderas tareas que son inherentes al comunismo quedan así abandonadas y sustituidas por otras que impiden siempre el ejercicio de aquellas. 



Nominalismo y procedimentalismo frente a sustantividad

El pensamiento dominante ha logrado imponer una concepción de la política que la desnaturaliza y hace perder su carácter sustantivo. A nuestro juicio son particularmente graves dos distorsiones conceptuales. 

La primera es sobre la concepción de la democracia. En el pensamiento actual, se denomina democracia a un conjunto de reglas y normas políticas legalmente estatuidas. Estas reglas y normas son las que posibilitan una serie de procedimientos: elecciones con voto secreto y universal para todos los mayores de edad, cargos institucionales dependientes de las mismas, a comenzar por el parlamento o centro de elaboración y sanción de la legislación, y de la propia carta que establece y regula los procedimientos y reglas de funcionamiento, etc. Y a esto se limitaría la idea de la democracia. 

Si se admite como válida esta concepción de lo que es la política, el partido comunista tendría como función trabajar en las instituciones que ordenan la actividad política. En consecuencia, la elaboración de programas políticos y la participación en las elecciones serían entonces los momentos eminentes de la acción política. Servirían para educar a los explotados sobre sus intereses y sobre las posibilidades que abre la democracia para que una fuerza comunista –o radical de izquierdas- encabece una evolución social hacia el socialismo mediante la promulgación de leyes y la apertura ideológica que la pedagogía electoral produce en las clases subalternas. En frase de un dirigente del comunismo catalán, las elecciones son el momento álgido de la lucha de clases. Dentro de este modelo el sindicato desempeña un papel de acompañamiento. La estructura de funcionarios profesionales del sindicato ejercen también una función de mediación entre los asalariados y el empresariado, que - se considera-, es la primera pedagogía ejercida. La política general es concebida como la actividad de mediación desarrollada por el partido y sus órganos anejos entre la sociedad civil ya existente y los aparatos de estado. 



La democracia sustantiva

Este modelo supone la aceptación e interiorización de una derrota ideológica de graves consecuencias. Sin embargo, los estudios empíricos que se han elaborado sobre la realidad de la democracia no coinciden en nada con este planteamiento. Durante los últimos decenios, tras la crisis del sistema político demoliberal, que se abre en los años setenta y se manifiesta en toda su plenitud desde los años 80, en la que quiebran los pactos que fundamentaban el Estado de Bienestar, diversos investigadores honestos y sinceros, procedentes tanto de la izquierda radical, como de la izquierda liberal y de la social democracia han realizado esfuerzos por estudiar y comprender la causa de tal situación, lo que les ha llevado a interpelarse y a indagar sobre las verdaderas características de la democracia. 

Este es el origen, por ejemplo, de la recuperación, desde el liberalismo de izquierdas, de la tradición republicanista. Pero preferimos representar estos esfuerzos intelectuales refiriéndonos al trabajo intelectual de un social demócrata de izquierdas: Geoff Eley. Escribe Eley: “los avances más importantes y duraderos para la democracia sólo se han conseguido mediante la turbulencia y el desorden: como resultado de las movilizaciones populares más amplias y la acción colectiva organizada, con frecuencia en medio de enfrentamientos públicos de creciente gravedad, normalmente acompañados por una crisis social generalizada” [1]. Y cuando se interroga sobre la pervivencia de la democracia y de la paralela pervivencia de los partidos socialistas y comunistas durante el periodo ya clausurado, escribe: “No debería permitirse que la dominación de los modelos centralistas y burocráticos de la organización política socialista de ámbito nacional desde comienzos del siglo XX ocultara la importancia continuada del activismo local basado en la comunidad para ayudar a convertir a las personas en socialistas y permitir a los movimientos ganar partidarios. [en lo que respecta a] Esta soberanía, basada localmente en la iniciativa democrática popular (.) escribir la historia del socialismo sin esta dimensión es sin duda oscurecer el poder popular de resistencia de la tradición…” [2].

No otra es la idea expresada con mayor agudeza y alcance, y con lenguaje menos morigerado, por el comunista Arthur Rosenberg, muchos decenios antes: “La democracia como cosa en sí, como abstracción formal no existe en la vida histórica: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un estado democrático es, por tanto, un estado en que el movimiento democrático detenta el poder” [3]. También esta es la idea de democracia sostenida por Georg Lukács en sus últimos textos políticos, de fines de los años sesenta, respecto de los cuales, Manuel Sacristán, atento analista de los mismos, destacaba la adopción de las ideas de Gramsci por parte del húngaro. La idea que lanza Lukács, aparentemente más moderada, que la de Rosenberg, es la de la necesidad de constituir un movimiento antimanipulatorio, basado en la organización ciudadana y popular directa que, al correr el tiempo, permita plantearse la reorganización de una fuerza política comunista [4]. Este “movimiento antimanipulatorio”, la democracia, sin duda ni equívoco, es una idea tan sólo aparentemente más moderada, pues lo que denuncia como manipulación, y frente a lo que se organiza el movimiento es, precisamente, la democracia entendida como reglas y procedimientos, esto es, la democracia liberal. La democracia así entendida es, por decirlo con Marx, mero “moyen de duperie”, consustancial e inherente al bonapartismo político: elites dominantes que hacen su juego desde los aparatos de estado y las finanzas, en connivencia con la plutocracia capitalista, y elecciones periódicas, con exclusión de actividad popular organizada. Lo de cada día. 

El sistema está trucado. Pero no es este el aspecto sobre el cual deseamos extendernos aquí y ahora nosotros. Sino sobre la inexistencia de una condición previa para la posibilidad del ejercicio de la representación política que está implícito en los textos expuestos. Nos explicamos. La democracia comprendida como instrumento de representación o de mediación política a través del cual ejerce su guía y pedagogía el partido político parte de una idea mítica previa. Que hay alguien que necesita representación. Recalquemos y aclaremos, el mito no está en la circunstancia de que un eventual sujeto organizado, por ejemplo la burguesía, pueda tener necesidad de instrumentos políticos orgánicos, mandatados y subordinados a sus intereses [5]. El mito consiste en creer que el sujeto subalterno, la clase, el proletariado, el bloque social histórico subalterno, o como se quiera denominar, con sus intereses, etc., existe ya a priori, por naturaleza, y como resultado de una determinada organización económica, y que basta tan sólo despertarlo, hacerle comprender sus intereses, dirigirlo y representarlo. Y no sólo porque ese estado -este orden político- hacia el que se ejerce la mediación política y la representación, no sea nuestro estado, sino un instrumento que reproduce la división del trabajo entre mandantes y mandados. 

Más allá –o más acá- de que la política actual sea un acto de “merchandasing” manipulado por los medios habituales de orientación del consumo –TV, radio, prensa, agencias de publicidad, encuestas sociológicas, etc.-. Y también, más allá de que las fuerzas políticas de la izquierda se encenaguen en la “larga marcha por las instituciones”, vana es la tarea de querer representar en las instituciones, o de querer dirigir en la calle, mediante la elaboración de programas “científicos”, al sujeto colectivo, cuando este no existe. 

Porque el sujeto social antagonista, como todo en el ser humano, desde la gastronomía a la nacionalidad, sólo existe si es construido. Nos remitimos a la excepcional obra de E. P. Thompson para corroborar esto [6]. Los explotados, desde sus diversas culturas locales y profesionales diferenciadas, de vida común y lucha, fueron tejiendo una red organizativa, de comunicación y de lucha contra el capitalismo. Por fin, en un determinado momento histórico, individuos formantes de esas culturas en lucha se apropiaron del pensamiento político jacobino, democrático, procedente de la experiencia popular revolucionaria de la Revolución Francesa, y lo pusieron a disposición de los de abajo para que reelaboraran sus experiencias y sus expectativas de lucha con el mismo. El nuevo paso producido por la incorporación del pensamiento jacobino fraguó en la creación de una cultura de lucha políticamente fundamentada, que abandonaba la protesta para desarrollar un proyecto político en positivo: la clase obrera había nacido. 

La clase obrera, la plebe, el demos, existe cuando hay gentes que se consideran y actúan políticamente, como tal. Es fruto del movimiento organizado de lucha y resistencia frente al capitalismo. Es la lucha de clases la que crea la clase. Y ¿cómo se denomina al movimiento generador de esa realidad?: el movimiento de la democracia.

Viceversa, una ciudadanía atomizada, esto es, carente, a la vez, de cultura autónoma en cuyos valores inspirar su vida y de organización inmediata, en su soledad y desprotección, sólo puede pensar su futuro en términos de intereses inmanentes al mundo existente, el capitalista, y de opciones “estratégicas” de negociación. En lo político le sale más a cuenta hacerse cliente –“votar”- de un partido fuerte que esté en condiciones de ofrecer alguna mejora real a su situación inmediata, por su accesibilidad y connivencia con el poder –PSOE, PP, Forza Italia, o, antaño, el fascio de Mussolini- que atender a una pequeña fuerza que elabora programas rotundos desde la periferia de la política, y que está constituida, ella también, por una lejana nomenclatura de profesionales de la política, sólo conocida en la medida en que accede a abrirse un hueco en los mismos medios de comunicación. 

La democracia se comprende aquí, por tanto, como una fuerza sustantiva que se organiza e instaura su poder La democracia no es, pues, el nombre de un conjunto de procedimientos civilizados de actuación. Democracia es el nombre sustantivo de una realidad práxica y organizativa, que constituye el nuevo sujeto social como movimiento real, organizado, sin cuya existencia es pura ficción plantearse una política de izquierdas por moderada que esta sea. 



El comunismo sustantivo. Educar al educador 

Si la democracia es el demos o plebe organizada que lucha contra la plutocracia con la intención de constituirse en Soberano e imponer su ley y su poder, y esa es la concepción sustantiva de la misma. ¿Qué es el comunismo? No por cierto un programa político pretendidamente científico, adornado por un conjunto de ideologemas y definiciones preceptivas, con el que nos dirigimos a las masas para mostrarles el camino y para constituirnos, a la par, en la mediación representativa de las mismas. 

En esta esperanza, transcurren las décadas, se suceden los programas y hasta ¡oh sorpresa!, los siervos de los siervos del señor. En el ínterin, en Europa la democracia se desvanece en el aire, y con ella, el comunismo y la izquierda en general. O sea que algo distinto habrá que hacer, y no precisamente ponerse a gritar “las mujeres y los niños, primero”. 

Repasemos los clásicos en búsqueda de sugerencias. “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones [de posibilidad] de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente [el capitalismo. O mejor, la sociedad civil en el grado de desarrollo conseguido durante el capitalismo] [7]”. También en El Manifiesto puede encontrase explicitada esta idea. 

En estas citas –y otras de muy diferentes épocas- el comunismo, la práctica política revolucionaria es definida como la actividad crítica y de orientación práctica que los comunistas ejecutan desde el interior del movimiento con su actividad directa, personal. Esto es, el comunismo es una actividad crítico praxeológica interior y orgánica del movimiento democrático, sin el cual no puede existir. 

Podría objetarse que volvemos a las andadas: si no existe movimiento democrático, qué tarea tienen los comunistas. La misma que la de otros individuos conscientes de que sin movimiento democrático, ciudadano, no hay política. La tarea de ayudar al desarrollo de un nuevo movimiento democrático, desde sus bases, lo que incluye hoy día la reconstrucción de una nueva cultura de vida, de usos y costumbres, autónoma y diferenciada basada en valores distintos de los que impone el capitalismo, análoga a la que existió antes de los años sesenta del siglo XX, momento en que el capitalismo para el consumo penetró la vida cotidiana y disolvió las culturas autónomas de las clases sociales subalternas [8]. 

La historia concreta de todos los países donde ha habido verdadero movimiento democrático y por tanto, verdadera democracia, nos remite a este tipo de proyecto político cultural. También la nuestra. Hacia 1890, tras la derrota de la revolución y de la primera República y tras la consiguiente instauración de la restauración monárquica, paulatinamente, una multitud de activistas comenzó a reconstruir un tejido social, impulsando la constitución de microorganizaciones de base, para la actividad directa de la gente, de muy diverso tipo: de instrucción y autoilustración, editoriales, cooperativas de consumo, mutualistas, de defensa y reivindicación, de lectura y debate, festivas, etc. Los militantes individuales que ejercían esta tarea organizativa de base, pertenecían a diversas organizaciones y a menudo estaban peleados entre sí –socialistas, anarquistas, comunistas libertarios, republicanos diversos- pero todos trabajaban con parecido talante. Durante el proceso de reconstrucción cultural y organizativa emprendida por la militancia, que constituyó el nuevo movimiento democrático, se fue levantando también, inserto en el movimiento, un nuevo conjunto de fuerzas políticas orgánicas del mismo. Decenios después, un 14 de abril de 1931 el bloque social constituido, movimiento democrático y partidos políticos, instauró su poder. 

En la actualidad no contamos con nada de esto. Por tanto, hay que decir que el hipotético bloque social futuro, puede surgir o no: depende de que, capilarmente, multitud de militantes civiles se sumen con su trabajo directo, intelectual y de organización: el que guste más a cada uno –más intelectual y de especulación teórica o más basado en la propuesta inmediata para la actividad concreta-, pero en disrupción, siempre, con la cultura material y organizativa dominante y con vocación de ayudar a que se confluya en un movimiento democrático. En segundo lugar, también hay que decir que nada sabemos sobre cómo puede llegar a ser ese nuevo movimiento democrático de masas. Sí podemos decir que si los militantes comunistas, con los niveles de organización de que disponen ahora –ninguno “un partido”- trabajan en su construcción y recogen y aportan su cultura política, que abarca la entera tradición política revolucionaria y plebeya de la humanidad, el saber crítico praxeológico del pasado de las luchas de clase, y si este bagaje pasa a ser patrimonio del movimiento democrático, el Soberano que surja de él será muy distinto y muchísimo más potente y preparado. 

También podemos decir que, en el proceso de creación de ese nuevo movimiento democrático de masas, desde el interior del mismo, de abajo arriba –el ser social determina la consciencia social- podrá surgir, a través del debate público democrático, orgánicamente, un nuevo partido comunista. La adhesión de la ciudadanía a una nueva fuerza política no se produce por la adhesión de cada individuo singular a un proyecto, que se supone encarnado en la dirección del partido, y que lo difunde e irradia. Reflexionando sobre la constitución de un partido comunista, escribe Antonio Gramsci: “Una consciencia colectiva, es decir, un organismo viviente, no se forma sino después de que la multiplicidad se ha unificado a través del desacuerdo [attrito] entre los individuos: [a contrario] no se puede decir que el “silencio” no sea multiplicidad. Una orquesta que hace las pruebas, cada instrumento por su cuenta, da la impresión de la más horrible cacofonía; y sin embargo, estas pruebas son la condición para que la orquesta viva como un solo “instrumento” [9]. 

En ese proceso, también el “educador” habrá sido educado, y las formas organizativas internas, etc. del mismo –el comunismo- serán nuevas, distintas; desde nuestra actualidad presente, inaferrables con la imaginación. Así ocurrió también durante el periodo de lucha contra la dictadura. Las organizaciones políticas en las que militábamos –PCE, PSU de Cataluña- fueron capaces de acompañar el viaje de auto creación de un movimiento democrático de masas, de inspirarlo y protegerlo –hasta que lo desmontamos-, con lo cual, nuestras organizaciones se refundaron y convirtieron en verdaderos partidos políticos aún en condiciones de clandestinidad. Precisamente la parte de nuestras organizaciones radicada en el exterior, que había vivido aislada de toda realidad de masas, al margen de todo trato con el movimiento durante decenios, introdujo, al volver, el comportamiento típico de los grupos políticos sectarios, que vemos en la actualidad: el instrumentalismo político, el fanatismo, la manipulación, y la desconfianza más radical hacia las posibilidades políticas reales del movimiento democrático organizado. Si comparamos su forma de actuar con la de las formaciones y los grupúsculos políticos actuales, podemos encontrar la explicación. 

Antes de terminar, permítasenos volver sobre una diferencia cualitativa respecto del pasado histórico, con la que tendrá que habérselas el intento de construir un nuevo movimiento democrático. Esta es la destrucción de las culturas populares subalternas, pero autónomas del capitalismo, antes existentes, y de sus redes organizativas, de cuya autonomía partía la izquierda y en cuyo tejido moral reclutaba sus fuerzas.

La tarea de la izquierda es más compleja hoy día. Debe comenzar por la reconstrucción de una nueva cultura autónoma como forma de constituir el nuevo movimiento democrático. Como decía Sacristán, al recordar que Gramsci planteaba como condición previa para la revolución la existencia de plena autonomía cultural del sujeto revolucionario, nunca como hoy día fue tan necesario recalcar esta premisa. Sin embargo está claro que el modelo civilizatorio que organiza nuestras vidas es inviable a corto plazo y ello ayuda a que muchos decidan empujar en esa dirección.



Notas:


[1] Geoff Eley, Un mundo que ganar, historia de la izquierda europea, 1850- 2000, Ed. Crítica, B. 2003, p. Xll. Esta idea es reiterada nuevamente y casi en paráfrasis en la página XlV

[2] Ibidem p. XIV

[3] Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo, Ed. Pasado y presente, México, 1981, pp. 335, 336

[4] Para la propuesta del “movimiento antimanipulatorio”, de Lukacs, ver: Conversaciones con Lukacs, Ed. Alianza, M. 1969, descatalogado. Sobre democracia en general, de Lukacs, ver El hombre y la democracia, Ed. Contrapunto, Buenos Aires, 1989. Sobre la valoración de Manuel Sacristán respecto de las ideas políticas del último Lukacs, ver: Seis Conferencias, edición al cuidado de Salvador López Arnal, Ed. Viejo Topo, B. 2005, p. 182.

[5] Resulta aleccionador el comportamiento de la burguesía, la cual no consiente nunca que se le desmande ningún político mandatado por ella, al extremo de poner en riesgo el proyecto social antes de consentir no vengar cualquier acto burocrático de sus políticos –sus criados- contra ella.

[6] Edgar P. Thompson, La Formación de la clase obrera en Inglaterra, Ed. Crítica, B. 1989, dos tomos

[7] Marx y Engels, La ideología alemana, Ed. Grijalbo, B. 1970, p. 37, 38

[8] Para un desarrollo más por extenso de esta idea, remitimos al lector a nuestra ponencia: Joan Tafalla y Joaquín Miras: El comunismo, consciencia crítica del movimiento democrático, con indicaciones bibliográficas incluidas .

[9] Antonio Gramsci Quaderni del carcere, Q.15, p.1771. A la interpretación de que el partido sea una organización a la que se adhieren los individuos personalmente, al margen del movimiento, Gramsci la define con la palabra que titula este subapartado de su obra: “fetichismo”. Traducimos “atritto” por “desacuerdo” y no por “fricción”, que es el otro sentido posible, porque el ejemplo que pone Gramsci es el de una orquesta formada por individuos, en la que la no coincidencia es lo no “acorde”, por excelencia; la comparación, y la metáfora de la palabra son musicales, a nuestro juicio. La “fricción” haría referencia metafórica a la física de las moléculas: al movimiento browniano, o rozamiento de las partículas del que acaba surgiendo el hervor de un líquido, en cuyo caso el papel de la consciencia de los individuos quedaría excluido.





[*] Texto inédito, no publicado por El Viejo Topo. Redactado después del encuentro "Balance del comunismo", de 2006, a propósito de la ponencia de Joaquín Miras y Joan Tafalla "El comunismo, consciencia crítica del movimiento democrático", recogida en este mismo blog, y algunos puntos de vista encontrados con compañeros militantes.

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