1930-1980, Giulia Adinolfi (2006)

1930-1980

-Giulia Adinolfi-


Joaquín Miras [*]




La notable cantidad de textos y semblanzas últimamente aparecidos sobre la figura de Giulia Adinolfi, sin duda por su deseo de recuperar para el presente su legado intelectual, ofrecen a menudo una interpretación excesivamente “modernizada” -“presentista”- de la misma. En ella, Giulia Adinolfi es convertida en una pensadora feminista, etc. Giulia no era lo que hoy se denomina una feminista; ni por época, ni por cultura política. Su contribución intelectual, recogida luego por feministas, ciertamente, se encuadra en otra línea de pensamiento. La del comunismo gramsciano.

Sirvan estas líneas, encabezadas con las fechas respectivas del nacimiento y muerte de Giulia, para devolverle a la persona la historicidad que le restituye toda su talla histórica.

Giulia Adinolfi conocía profundamente el pensamiento de Gramsci. Al hilo de la elaboración intelectual de este gran pensador comunista, Giulia había emprendido una reflexión sobre las culturas populares o culturas subalternas, hegemonizadas por el capitalismo, pero que poseían, a pesar de ello, entidad y autonomía, lo que las hacía válidas para tenerlas en cuenta en la lucha por la construcción de otro orden civil y político alternativo, y de otro sujeto social o bloque histórico, de carácter revolucionario, instaurador de ese nuevo orden. Precisamente porque ese acervo cultural, fruto de la creatividad anónima de las masas subalternas, podía ser la condición de posibilidad desde la que éstas desarrollasen la reforma moral que diera luz a la nueva civilización. Giulia era una enamorada de las culturas campesinas italianas, que, recuerdo, una vez dijo que eran “espléndidas”, y creo, había dado clase como maestra en el campo, cuando joven.

Movida por estos intereses intelectuales, precisamente, ella elogiaba mucho, por aquel tiempo, el libro recientemente aparecido, de Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos, en el que se trataba de la asimilación y la autonomía de las cosmovisiones populares respecto del pensamiento de las clases dominantes. El libro analizaba los escritos de un inquisidor que había sometido a proceso inquisitorial por herejía a un pobre molinero, semi culto, autodidacta, y estudiaba cómo se relacionaban las dos culturas, alta y baja, y hasta qué punto se comprendían entre sí, se interpretaban, etc.

Además, Giulia conocía muy bien los escritos de otro gramsciano célebre, y comunista crítico: Pier Paolo Passolini, del que, incluso, había traducido al castellano una obra inconclusa, extraordinaria, La Divina Mimesis, publicada luego por Editorial Icaria. Giulia había quedado muy impresionada por el artículo sobre “las luciérnagas” de Passolini, publicado en Il Corriere della sera en febrero de 1975, con el título “El vacío de poder en Italia”; en ese texto Passolini auguraba la extinción de las culturas populares, autónomas, a cuenta del nuevo capitalismo, que penetraba la vida cotidiana, arrasaba la autonomía de los grupos sociales subalternos y destruía las culturas y los valores inherentes a ellas, con lo cual, desaparecía la base social y cultural no orgánica del capitalismo que había alimentado a la izquierda.

Esta línea de reflexión gramsciana, propia del pensamiento de Giulia Adinolfi, permite explicar, a mi juicio, el interés que ella sentía por las culturas subalternas populares y por las subculturas de las mujeres en concreto, dentro de un proyecto de reorganización de la hegemonía política; supongo que había en ella una matización respecto de los planteamientos de Passolini, el cual hablaba de la liquidación de esas culturas, mientras que ella mostraba su pervivencia en el presente.

Creo que de Passolini le interesaba también su distanciamiento crítico con la política del PCI, aunque no sé si coincidían en los extremos políticos concretos, de disenso.

Aprovecho que he introducido ya referencias a varios textos publicados en Italia y que habían merecido la atención de Giulia, para recordar también que Giulia y Manuel Sacristán habían quedado impresionados por el debate planteado por el socialdemócrata Norberto Bobbio, reproducido y respondido por Rinascita, revista periódica del PCI, sobre la carencia en Marx de teoría del estado. Todo esto era poco después de la época en que yo trabé amistad con ella (1974), fecha máxima de mis recuerdos “hacia atrás”.

Giulia Adinolfi vino a España, precisamente por haberse formado en su país como hispanista. Las raíces de su interés por España procedían de la cultura antifascista europea del periodo de la guerra civil española. Debemos recordar que en aquel periodo, en el que parecía que el fascismo era imparable e invencible, durante tres años, el pueblo español, abandonado a su suerte, sin armas casi, se había alzado en defensa de su República, y se había enfrentado, a la vez, contra la reacción interior, contra las potencias nazi fascistas y contra las demás grandes potencias capitalistas; que la defensa de Madrid –¡No pasarán!- fue un aldabonazo en las conciencias de los demócratas antifascistas de todo el mundo. El imparable ascenso del fascismo había sido frenado en seco por un pueblo soberano insurrecto, y sólo una cruel guerra apoyada por una coalición internacional beligerante que aislaba a la República, pudo acabar con ella. Este heroísmo atrajo a muchos antifascistas en todo el mundo al estudio de la cultura española, y entre ellos, a Giulia Adinolfi.

En tanto que estudiosa de la cultura española, ya en los años 50, en Italia, había publicado, p.e., un artículo, sobre el asunto de la autoría de La Celestina, en el que defendía la tesis de la autoría única.

Precisamente por ser filóloga hispanista, Giulia Adinolfi fue contratada, durante los años setenta, tras largos años de docencia en la enseñanza media, como profesora de literatura castellana, previo concurso escrito, en la facultad de letras de la Universidad que actualmente se denomina de Bellaterra.

Precisamente, oí a Giulia dejar bien claro, en diversas ocasiones, cuál había sido el procedimiento mediante el que ella había accedido, recientemente, a la docencia universitaria, y que, como he indicado, había sido un concurso público, consistente en una prueba escrita, mediante el que se había asignado provisionalmente la plaza de profesor no numerario que ella ocupaba. Esta reiterada apostilla iba acompañada, siempre que se la oí, de un comentario irónico, si bien genérico, sobre las formas clientelares de acceso a la docencia en la universidad, y del enchufismo y compadreo que se daba entre los intelectuales, tanto viejos como jóvenes, incluidos los de izquierda. Conocedora penetrante de la obra de Gramsci, no la engañaba el comportamiento de aquellas capas, en las que se profesaba oficialmente un antifranquismo radical, pero que se habían educado en la cultura del fascismo, y que en aquella coyuntura, en que la inmediatez del cambio de régimen era una obviedad y se olfateaban sus posibles granjerías, mostraban una propensión al “descuido moral”, que poco después derivaría en -para decirlo con el lenguaje de su maestro, Antonio Gramsci- el transformismo, la revolución pasiva y el restauracionismo.

Un asunto de fundamental importancia para conocer al personaje histórico que fue Giulia Adinolfi es su militancia comunista; lo he pospuesto hasta aquí obligado por la necesidad de claridad expositiva. Giulia murió antes del desplome del PCI. No creo que algo semejante hubiese podido caberle en la cabeza. Creo que, con matices, se podría considerar a Giulia como una comunista Togliattiana; no era poca cosa. Togliatti era, según había expresado alguna vez el propio Manuel Sacristán, un político práctico enorme, y su proyecto político había sido de gran aliento. Para las fechas de los años finales de Giulia, el aliento de este proyecto se agotaba, pero durante la mayor parte de su vida, le había sido útil, había sido productivo para ella. Rinascita y Crítica Marxista eran revistas orgánicas del PCI que estaban en su casa.

La militancia política de Giulia había comenzado a muy temprana edad, durante los últimos años de la guerra mundial, en el movimiento clandestino antifascista, auspiciado por el PCI. Por lo tanto, a pesar de sus pocos años, Giulia pertenece al grupo generacional que se auto educa en la experiencia de la lucha clandestina y en la constitución del movimiento democrático antifascista que surge en Europa, como respuesta a la catástrofe de la guerra, durante los dos últimos años del conflicto, y al que también pertenece –y a él se refiere- Pier Paolo Passolini, menos precoz que ella.

Precisamente Passolini defendió la verdad de un movimiento antifascista, democrático, popular, de masas, existente, hijo de la Resistencia antifascista, contra los tempranos ataques de una historiografía revisionista que negaba la existencia de ambos: movimiento democrático antifascista y resistencia armada.

En relación con esto, Giulia me comentó en una ocasión que el parlamento final de Chaplin en El gran dictador, era un discurso en el que el gran actor de izquierdas recogía todas las esperanzas y anhelos que las masas populares europeas creían posibles y realizables durante aquellos años finales de la guerra y en la inmediata posguerra, y, añadió, hablando en primera persona del plural, algo así como: “por eso nos resulta muy difícil volver a ver esa película y poder contener las lágrimas y no emocionarnos”. Era una generación, la generación de la lucha antifascista, la que se expresaba en esa frase. Giulia compartía su experiencia y sus vivencias. Creo que todo esto puede ayudar a comprender mejor cuál fue la experiencia formadora de Giulia Adinolfi, qué vivencias constituían el núcleo de aquella maravillosa personalidad.

En cuanto a la prensa española, Giulia fue cofundadora de Materiales y, tras las desavenencias que acabaron con ella, de Mientras Tanto; ambas revistas que reflexionaban sobre la nueva realidad en clave comunista. Además, y mientras se publicaron, fue lectora habitual del semanario Triunfo, y del mensuario El Viejo Topo, y hablamos en múltiples ocasiones de artículos publicados en ambas. Sobre El Viejo Topo, me dijo que era una publicación que le “gustaba” y además le “divertía”. 

El marxismo era concebido por Giulia, a la manera de Gramsci, como un filosofar praxeológico. Los textos de Marx que ella recomendaba eran los que orientaban al lector a la práctica política; La Miseria de la filosofía, El Manifiesto Comunista, El dieciocho Brumario de Luis Napoleón Bonaparte, El Prólogo largo a la Contribución a la crítica de la economía política, junto con la Antología sobre Gramsci, de Manuel Sacristán y el capítulo “¿Qué es el marxismo ortodoxo?” de Historia y conciencia de clase, de Georg Lukács, traducido también por Sacristán, fueron los libros que me recomendó leer, cuando le pedí consejo como neófito.

El suyo era un marxismo humanístico. En su forma de concebir la política, la categoría de la experiencia de los seres humanos era fundamental, como corresponde a una persona convencida de la importancia de la práctica y que concebía el marxismo como praxeología. La experiencia de quien hubiese practicado la política o, simplemente, la del trabajador en su trabajo, eran consideradas por ella fuente de conocimiento y de ulterior creatividad humana. A partir de esa experiencia práxica inmediata adquiría sentido acudir a la literatura teórica, que no debía sustituir en ningún caso a la primera. Su marxismo era radicalmente ético, y su aprecio por los principios morales era tajante y sin compromiso. Su marxismo no era positivista.

Giulia había militado durante muchos años en el clandestino partido de los comunistas de Cataluña, el PSUC, y apreciaba, en general, a los militantes del interior. Tenía, en contrapartida, en poca estima a los dirigentes políticos de París, de nuestra dirección; creía que Santiago Carrillo era un elemento de cuidado, un cacique astuto. En cuanto al partido, Giulia estaba en desacuerdo con la línea política desarrollada durante la transición; creía que la Ruptura Democrática era posible y que el pactismo del partido era un disparate político, pero creo que ella votó, con el partido, por la Constitución –creo, sin embargo, que no hizo lo mismo Manuel Sacristán-. 

Creo que lo que sostenían Giulia y su compañero, a saber, que había que empujar la movilización de masas al máximo, y que había que desechar toda negociación secreta, era lo acertado, si bien no creo que hubiese sido posible la ruptura. Pero ellos no estaban nada despistados sobre el día a día de las cosas, y su sentido práctico no se perdía por estar en favor de la Ruptura Democrática. Por eso, cuando se funda la UGT, su buen juicio político les llevó a ambos a reconsiderar el proyecto de congreso sindical constituyente y central única de los trabajadores, que había sido elaborado por los cuadros del movimiento obrero ilegal, y plantearon la urgente necesidad de constituir las CCOO como sindicato. Dentro de este proyecto impulsaron la organización de sindicatos de CCOO en todas las ramas de trabajadores intelectuales, en contra de la política del partido inspirada por la derecha del mismo -Sole Tura, Jordi Borja, Antoni Gutiérrrez, etc.- la cual propugnaba sindicatos autónomos para los trabajadores asalariados intelectuales.

Tanto Giulia Adinolfi como Manuel Sacristán, en su calidad de docentes y de personas influyentes por su prestigio moral e intelectual en el mundo de la enseñanza, tuvieron un destacadísimo papel en la constitución del Sindicato de enseñanza de CCOO. El proyecto socio político con el que nació CCOO de enseñanza era la Escuela Pública, nombre que no denominaba algo existente, sino un objetivo a lograr, porque ellos distinguían claramente entre escuela estatal y escuela pública –La crítica al programa de Gotha, de Marx, puede ser informativa sobre lo que quiere decir lo uno y lo otro-. Luego el término se fue pervirtiendo y vaciando de sentido y ha dejado de ser una propuesta.

Una última palabra sobre la larga permanencia de Giulia en España: una vez, interpelada por unos estudiantes de hispánicas, mayoritariamente chicas, y todos alumnos de ella, Giulia habló de su anterior vida en Italia; una de las chicas le hizo alguna pregunta, precisamente, sobre su posterior permanencia en España durante tantos años, y luego debió poner cara de extrañeza; Giulia, se echó a reír con su carcajada habitual, abierta y alegre, irónica, pero cariñosa, y poco sonora, y después añadió: “se necesita amor, ¿eh?”.

Estas líneas recogen, en lo fundamental, el recuerdo que guardo de Giulia en tanto que personaje público e histórico. Espero que sirvan para ayudar a restituir la personalidad de Giulia Adinolfi y permitan a quienes no la conocieron acceder a claves de interpretación sobre su trabajo intelectual más ajustadas a la realidad. 





[*] Texto publicado dentro de Del pensar, del vivir, del hacer: escritos sobre "Integral Sacristán" de Xavier Juncosa, J. Benach, X. Juncosa y S. López Arnal (eds.), publicado y disponible en Els Arbres de Farenheit, biblioteca virtual de espaiMarx, 2007.

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