Organizaciones sociales y vida cotidiana (1994)

Organizaciones sociales y vida cotidiana*

Joaquín Miras


El actual movimiento asociativo tiene sus orígenes, o prehistoria, en el sentido etimológico del término, en las luchas democráticas contra la dictadura franquista.

La fuerza mayoritaria de la izquierda organizada en la clandestinidad (PSUC), trabajaba entonces con el criterio político de organizar Espacios de libertad, y promovía todo tipo de microestructuras organizativas estables, plurales, territorializadas (desde la Comisión Obrera de empresa a la Asociación de Vecinos, con la Vocalía de Mujeres, los grupos de docentes dedicados a la renovación pedagógica desde la base, etc.), las cuales unían la lucha directamente política por la democracia, y la reivindicación y la protesta, con otros objetivos consistentes en la generación directa de actividades, en positivo (p. e. enseñar a mujeres de los barrios a bajar al centro de Barcelona, etc.) a partir de la propia participación de los miembros organizados en cada asociación.

La experiencia que poseía la militancia comunista española y la portuguesa -probablemente también la griega-, analizada retrospectivamente, era un patrimonio único en la izquierda europea, por su originalidad y su capacidad de crear en la práctica formas nuevas de participación popular en la política y por la vinculación de objetivos de protesta o reivindicación económica, salarial y laboral, con otros encaminados a exigir la democracia en las instituciones -elecciones libres, constitución, estatut de autonomía- e imponer la democracia directa en ámbitos de la vida cotidiana, al organizar democráticamente parcelas de la actividad humana desde las organizaciones de base existentes. Aunque no es menos cierto que la necesidad de lograr la liquidación de la dictadura franquista y la propia represión de la misma contra el movimiento popular y sindical y contra las fuerzas políticas de la izquierda, impusiese límites a la capacidad organizativa directa y, necesariamente, esto obligase a una inmediata politización de los objetivos por los que luchar.

En España, las Asociaciones de Vecinos constituían una unidad territorial, cuyo núcleo unitario estaba constituido por la asamblea de vecinos. Esta se descomponía en grupos estables de trabajo, cada uno de los cuales poseía representación en la Junta de la Asociación de Vecinos, mediante la incorporación a la misma de un miembro vocal. Las vocalías de diferentes asociaciones estaban vinculadas entre sí, y se reunían periódicamente para decidir objetivos comunes, etc. A su vez, cada vocalía -fundamento microorganizativo de un movimiento general- tiraba de los vecinos del barrio, y en primer lugar, de los organizados en la Asociación de Vecinos, pues se mantenía en relación estructural con todos ellos, y podía incluso, convocar reunión de la asamblea de vecinos.

También en el Movimiento Obrero organizado en la clandestinidad se produjo un debate sobre la necesidad de tener estructuras organizativas que lo territorializasen y permitiesen movilizar conjuntamente a todos los trabajadores de un lugar. Las Comisiones Obreras se estructuraron, en consecuencia, sobre dos "patas", la Federación y la Unión Local, que permitía desarrollar el carácter "sociopolítico, no meramente reivindicativo y laboral" de las CC OO.

Estas microorganizaciones territoriales que permitían relacionarse y coordinarse a gentes que luchaban en distintos ámbitos y a partir de distintos problemas, pero dentro de un mismo barrio, localidad, o comarca, eran embriones de contrapoder dentro de su ámbito geográfico, pues apuntaban, aunque en forma muy larvaria aún, hacia la posibilidad de lanzar propuestas políticas globales, que regimentasen de una nueva manera, distinta y permanente, el conjunto de actividades que reproducían la vida de la comunidad.

La tarea del militante de izquierdas era la de organizar sociedad y participar en la activación y movilización de las organizaciones populares, democráticas y del movimiento obrero.

Con la llegada del régimen democrático, las anteriores formas de lucha fueron consideradas implícitamente instrumentos excepcionales de intervención política, propios de la situación de clandestinidad, y fueron abandonadas en la práctica por una izquierda que pasó a considerar la gestión de las instituciones del estado -diferentes administraciones- su principal función, y, en consecuencia, sustrajo cuadros de las asociaciones para dedicarlos a las nuevas tareas, abandonó la elaboración política de plataformas y programas de acción asociativa, y comenzó a sentir en el magro movimiento asociativo un partenaire incómodo y fiscalizador para su gestión. También en el movimiento obrero, se pierde rápidamente el carácter sociopolítico de la actividad sindical, y las uniones locales, o pata territorial, entran en una fuerte decadencia. Adquieren preeminencia las federaciones de rama, lo que determina que la acción sindical se encauce hacia la reivindicación salarial y laboral de quienes poseen un puesto de trabajo. Y se pierde, de otra parte, el carácter asambleario del sindicalismo, hecho que se patentiza, por ejemplo, en el abandono de la definición de "sindicato asambleario" en los estatutos de CC OO.

El primer movimiento que comenzó a organizarse al margen de estas asociaciones de vecinos fue el ecologista, que prende en España tras el advenimiento de la democracia, cuando las asociaciones vecinales entran en decadencia por el abandono de las mismas por parte del partido. Y esto es una prueba de la debilidad en la que quedan las asociaciones populares a consecuencia de la inflexión producida en la política del partido y de las demás fuerzas políticas de la izquierda. También explica la ruptura o hiato que se produce entre la experiencia de los nuevos militantes sociales pertenecientes a este nuevo movimiento y los que continuaron, a pesar de todo, en los otros movimientos populares. Surgen así tradiciones o culturas liberadoras aisladas, que no intercambian experiencias, no evolucionan a la par, y generan recelos e incomprensiones recíprocas -sin comparación, por supuesto, con los recelos que los políticos de las instituciones sienten hacia todos estos movimientos-. Estos recelos están siendo superados en la actualidad, pues vemos cómo comienzan a darse formas de coordinación e intercambio, si bien muy elementales aún: por ejemplo, la candidatura a las elecciones europeas, de Joaquim Sempere, que aglutina en su apoyo a personas representativas de todos los movimientos, y es expresión política de un cambio en la relación entre los mismos.

Pero, volviendo al análisis histórico de las asociaciones populares, la valiente defensa del asociacionismo por parte de las individualidades y colectivos, que siguieron obstinadamente trabajando en ellas, (tanto las de nuestra tradición, dividida luego en PSUC y PCC, como las de otras fuerzas, que continuaron defendiendo la necesidad de su existencia), efectuada empíricamente, sin una reflexión teórica en profundidad sobre su papel, y, en resumidas cuentas, sobre lo que se debía entender por actividad política, no evitaron la subordinación de los mismos a la política institucional.

Causas de la subordinación de las asociaciones

Fines: Muy a menudo el fin o actividad planteado públicamente, al que se dirigen las diversas acciones, concretas y parciales, era y es puntual y "público" -lo que se entiende por tal en el mundo burgués que separa público y privado-: luchas concretas sobre problemas que afectan a toda la ciudadanía y que poseen un marcado carácter político. Leyes, impuestos, planes urbanísticos diseñados por los ayuntamientos, tarifas oficiales, sensibilización y denuncia sobre determinados problemas o ilegalidades, etc. Fines que, una vez son conseguidos, clausuran el movimiento que se haya constituido en torno a ellos.

Objetivos: La protesta reivindicativa implica que los movimientos asociativos exijan que sea el estado, los políticos, quienes asuman la solución real de los problemas, utilizando desde las instituciones los recursos económicos recaudados como impuestos y la legislación. Con lo cual se subordinan al modelo político institucional, que puede ser denostado -"ellos", "los políticos"-, pero del que se depende para conseguir resultados. El objetivo es que las instituciones del estado asuman la reivindicación y gestionen su solución. Puede acusarse a los políticos de resolver los problemas sólo para conseguir clientela -clientelismo de las instituciones, tan hábilmente manejado por la Generalitat, p.e.-, pero el comportamiento adoptado es funcional a esto: protesta y espera.

Medios o acciones: Los medios suelen ser las campañas de sensibilización e información ciudadana, la denuncia pública, la Protesta Reivindicativa, y la organización eventual de grandes acciones de masas, recogidas de firmas, manifestaciones, cadenas humanas, etc. Es decir, la expresividad pública de una mayoría social, que muestre su disconformidad ante la autoridad civil y haga sentir a la misma que se puede enajenar la voluntad de parte de la población en las próximas elecciones, etc.

Organización: Escasamente territorializada, con excepción del movimiento vecinal, sin microfundamentos que permitan la intervención permanente y directa, propagandística, de la mayoría de la sociedad. Excesivamente especializada en un tema y en la difusión del discurso ideológico sobre el mismo, planteada más como servicio permanente de información a la ciudadanía de la que se reclamará puntualmente su adhesión pública y una movilización o actividad de protesta (p.e. manifestaciones), y en nombre de la cual se harán proclamas, que como medio de organizar nuevas personas, para lo cual se debe disponer de un tipo de microorganización descentralizada y cuya función sea tratar los problemas directos e inmediatos de cada barrio, cada pequeña comunidad, y dentro de estos, cada grupo específico de problemas. A menudo, gira en torno a un comité, mesa, etc. formado por personalidades y notables del tema, que funciona a la manera de un estado mayor, y que propone movilizaciones generales. Eventualmente, puede haber una secretaría técnica de asesoramiento a los particulares interesados. Por ello, aunque, en la mente de los cuadros sociales, el fin intelectual perseguido no haya sido alcanzado con el logro de un éxito parcial, -p.e. el problema ecológico con la paralización del vertido de residuos de un río-, la plataforma organizativa conseguida se disuelve, y se vuelve a una situación de disgregación social análoga al principio. (Recordemos el ejemplo aleccionador del referéndum sobre el ingreso en la OTAN).

En resumen, los cuadros del movimiento asociativo, -pues ese carácter de cuadro posee el militante social de la izquierda- tienden a sustituir la intervención de la gente, en un doble sentido: de un lado la representan y realizan gestiones ante las instituciones, convocando asambleas informativas y movilizaciones en los momentos adecuados, y de otro lado, ofrecen otros servicios, además del de la representación, a los demás ciudadanos. A veces asumen ellos mismos los actos de protesta más vistosamente testimoniales: encierros, huelgas de hambre, ocupaciones de locales públicos, acciones románticas en botes neumáticos fuera borda, etc.

Esto los constituye potencialmente en cantera o filón de cooptaciones de los partidos de izquierda a las listas y cargos electorales e institucionales por ser personalidades de relieve público, y de las instituciones públicas a sus nóminas de funcionarios. Un mero ejemplo ilustrativo de esto último, de los tantos en los que se puede encontrar involucrada la consellería de Bienestar Social de la Generalitat, lo encontramos en el interés que sienten sus muy nacionalistas dirigentes por cooptar a los "jefes de las tribus bárbaras" de la Federación de Casas de Andalucía, alguno de los cuales está en nómina como funcionario con el fin de que se trajine, en todos los sentidos del término, la Fiesta de Abril, uno de los escasísimos eventos de masas genuinamente popular surgido en los últimos años en Cataluña, sin intervención ni talonario institucional.

Es justo reconocer que, en la mayoría de los casos, sin embargo, las instituciones no consiguen su finalidad por el talante moral de la mayoría de los cuadros sociales.

Evidentemente, las reflexiones que venimos haciendo no implican que el Movimiento Asociativo deba abandonar las luchas reivindicativas, ni las campañas de sensibilización y movilización ciudadana, sino, en todo caso, abrirse a nuevos tipos de actividad.

Tampoco implican que los problemas que vamos registrando sean achacables a las personas ejemplares que se mantiene sosteniendo lo que existe de movimiento asociativo, sino a un modelo teórico de entender la política, arraigado en las propias fuerzas políticas de izquierda, en liberal, que otorga a la intervención directa democrática, de la ciudadanía en la política -cuando lo hace- un papel subsidiario, puntual como instrumento para confrontarse con la fuerza opuesta, y basa su trabajo político en la representación de la ciudadanía en las instituciones y en la gestión de las mismas. Esto ha llevado a los partidos políticos a menospreciar el papel de las asociaciones y a abandonar la reflexión política sobre los movimientos, y la militancia en los mismos.

Organizar el control de la vida cotidiana. Pero cuando las propias fuerzas políticas de la izquierda tratan de plantearse la transformación efectiva de la realidad social descubren que no tienen capacidad de conseguirlo: la actividad social, que produce y reproduce materialmente la vida de las personas, está organizada al margen de su capacidad de influencia, dado que toda la actividad material que produce y reproduce la Vida Cotidiana de las personas, está organizada al margen del Estado, en la Sociedad Civil. La actividad que produce la Cultura material existente o Civilización, en una palabra, está organizada conforme a intereses particulares y en competencia los unos con los otros, los de los capitalistas, y genera una dinámica social que escapa, resulta ajena o extraña a la voluntad de los individuos, incluidos los propios capitalistas.

A su vez, los individuos de las clases populares, carentes de organización que les permita asumir el control de su propia actividad, no se hallan en condiciones de atender directrices alternativas de acción eventualmente propuestas por los partidos de izquierda. La práctica social se organiza desde la actividad emprendida por las empresas de producción y servicios capitalistas o desde la administración del estado.

Esta impotencia real, material, de las gentes para gobernar su propia vida, y su misma actividad, cuyo control les es ajeno, y cuyas maneras concretas de vivirla se les imponen como si una fuerza extraña se apoderase de su voluntad, que es fruto de la falta de organización de las personas para plantearse estos temas, produce el doble desencuentro entre los movimientos asociativos, y los partidos de izquierda.

A consecuencia de esto, los partidos de izquierdas sienten que en cuanto ocupan algún cargo institucional, los movimientos los atosigan exigiéndoles acciones de gestión política institucional para las que los políticos descubren que carecen de capacidad o recursos; pasan a incumplir el propio programa electoral con el que se presentaron a las elecciones y que, incluso, pudo haber sido discutido y elaborado en asambleas públicas -como conato para conseguir articular "otra forma de hacer política"-, en las que ciudadanos sin organización y representantes de asociaciones cívicas intervinieron. Es el momento de la soledad del político: se sintió jaleado a la hora de recoger peticiones y necesidades, se siente sólo y falto de instrumentos para imponerlas, y además, frustrado ante ciudadanos, que no le entienden y a quienes pasa a juzgar "irresponsables". ¿Cómo prescindir, a título de odioso ejemplo, de las peligrosas centrales nucleares ya construidas, si el ciudadano no está dispuesto a consumir menos energía, ni a transferir dinero de otros gastos -vacaciones, coche- a la solución de ese problema: si no quiere cambiar su modo de vida? ¿Con qué fuerza enfrentarse con el grupo de presión de las compañías eléctricas? ¿Cómo va a poder resolver el político los problemas generados por la organización de la economía, por las formas de vida y la cultura material funcionales a ella, desde la administración del estado sea cual sea el escalón ocupado? Esto -arguye- es "fundamentalismo", fanatismo, dogmatismo de izquierdas, "conservadurismo de izquierdas", ignorancia, ilusión, etc. Por lo demás, el político de izquierdas que interioriza la impotencia, sin poder analizar el por qué de la misma, se va haciendo cínico, descreído, temeroso de los ciudadanos, mentiroso... y de derechas, en una palabra. Esto es, -él sí-, en un verdadero iluso que trata de autoconvencerse de que es mejor que él ordene y gestione desde la administración los proyectos burgueses a que lo haga la burguesía. El mentor del Príncipe acaba siempre o en la calle o corrompido, cuando no las dos cosas.

Por su parte, el ciudadano que participó en los debates políticos, el militante social que procede de la izquierda, imbuido de la idea de que los políticos están para hacer lo que se les mande, "que para eso los hemos puesto", y que el estado es una suerte de jauja poderosa desde la que todo se alcanza, exige ver realizadas sus expectativas y las promesas incumplidas. Desilusionado, rechaza la política a priori, se particulariza en sus puntos de vista, pierde él mismo sus ilusiones y creencias, y, algunos, a partir de la idea de que todos los políticos son iguales, tiran la toalla y se vuelven a casa; otros, los menos, deciden arrimarse al sol que más calienta.

Pero desde la reivindicación al estado -que no debe, en ningún caso, ser abandonada- o desde la gestión en las instituciones mismas, no se construye una verdadera plataforma de control sobre la realidad, que podamos utilizar para cambiarla, si lo creemos oportuno.

La alternativa a la situación analizada pasa por cotidianizar, en todos los sentidos del término, la actividad de las organizaciones sociales, de forma que el resultado sea una masiva cantidad de microorganizaciones permanentes, que materialicen, todas juntas, un verdadero poder democrático sobre la realidad, con verdadera capacidad de decisión y control sobre la actividad que produce y reproduce la vida social. La revolución es una cuestión de poder, es decir, de control sobre la realidad. La transformación práctica de la realidad se produce en la medida que las fuerzas populares generan la capacidad democrática de controlar la práctica social. Por el contrario, la lucha tradicional del capitalismo contra el movimiento obrero organizado y sobre las clases populares ha sido siempre, fundamentalmente, por romper el control de las clases populares sobre su actividad y su cultura, según la cual vivían su vida. Las innovaciones tecnológicas del capitalismo, según explica John Rule [1], tuvieron como fin primordial durante el siglo XIX, no el aumento de la productividad, sino la fragmentación del proceso productivo, de manera que el conocimiento técnico quedase en manos de una minoría de servidores de la clase dominante, sin lo cual el capitalismo corría permanentemente el riesgo de no poder reproducirse. Lo mismo revela el estudio de Rolande Trempé [2]. Sólo una clase obrera y unas clases populares con experiencia real de control sobre su actividad y su vida cotidiana son capaces de plantearse objetivos de lucha por el control democrático sobre la sociedad, potencialmente revolucionarios [3]. Sólo la importancia de esta capacidad de control sobre la realidad social inmediata por parte de un poderoso y microfundamentado movimiento obrero y popular explica el por qué de la guerra civil que la burguesía declara a las fuerzas populares en España, al experimentar el aumento del control popular sobre el ámbito productivo y sobre la cultura material de la vida cotidiana, al percatarse de la impenetrabilidad cultural del bloque popular para sus instrumentos, que retrocedían a ojos vista en su influencia y en su capacidad de ordenar la vida de las clases populares, con la iglesia católica institucional a la cabeza. Si no se tiene en cuenta esto a la hora de analizar los motivos de la guerra civil española, ésta se trivializa atribuyendo su causa a "los demonios familiares de los españoles" o considerándola un hecho inexplicable y extraño de la propia dinámica social, que se debe a la importación de ideologías extranjeras y a la influencia de servicios secretos extranjeros -fascismo, nazismo, espionaje británico, etc. los cuales también se dieron-, desencadenada por la estrafalaria, y brutal, intervención de los militares africanistas.

La lucha cotidiana por incorporar a la actividad protagonística a la mayoría de la población y crear así un control directo sobre la propia actividad pone patentemente en entredicho, como señalaron siempre nuestros mejores teóricos, la estéril diferencia entre "programa mínimo" y "programa máximo", es decir, entre reforma y revolución: cuando se trata de la cuestión del control sobre la vida cotidiana y sobre los medios de producción -control que, como explica Marx, bajo el capitalismo, se expresa en lenguaje jurídico y se denomina "propiedad privada"-, transformar es revolucionar, es actuar ya, directamente, en el sentido conveniente, sin necesidad de plantearse "acumulaciones de fuerzas" que actúen en un futuro hipotético.

Trataremos aquí resumidamente el tema, de la vinculación de las asociaciones a la Vida Cotidiana, dividiéndolo en dos apartados.

1. En primer lugar, vincular las asociaciones a la vida cotidiana, significa, en su sentido más primario, aproximar la vida asociativa a los ciudadanos desorganizados, es decir, al tipo de experiencia de los mismos, fruto de su desorganización, recogida desde su Pensamiento Cotidiano, a consecuencia de la cual consideran a menudo inviable plantearse problemas muy generales que dependen de centros de decisión alejados de la inmediatez física donde se desenvuelven.

Toda organización social debe estar al alcance de cualquier ciudadano en cualquier barriada y lugar, si queremos que él pueda atreverse a poner los pies en la misma con naturalidad, y que, cuando lo haga, sea con la suficiente seguridad como para sentirse parte activa, y no en actitud reverente o subordinada, ni como usuario de otro servicio. La descentralización obligaría a compartir locales a diferentes organizaciones cívicas, lo cual no es ningún mal, por el contrario, ayudaría a vencer el especialismo en que, en la actualidad, se desarrollan los movimientos y a generar solidaridad.

El segundo elemento ha de ser ayudar a todos los individuos que se acerquen a ganar en protagonismo, a superar la subordinación respecto de quien, de entrada, aparece como líder natural, ayudándoles a ganar seguridad en sí mismos. La asociación no ha de ser un lugar al que uno acude en momentos muy especiales, cuando hay un gran problema, local o nacional, para recibir las directrices de movilización que deberá obedecer, o las explicaciones técnico-jurídicas que le expliquen la legislación, etc.

La movilización general, cuando es precisa, no se consigue porque el cuadro social sea genial a la hora de difundir información y argüir retóricamente ante "las amplias Masas". Su argumentación puede ser, o no, comprendida, e incluso compartida en su explicación, pero "se nos hacen tantas perradas en la vida y estamos tan solos..." o "a saber por qué se ocuparán tanto de nosotros...". La movilización, la actividad unánime, la adopción de decisiones juntos, se da sobre la confianza mutua. El militante social, que es directamente conocido, y que, por ello, no suscita fantasmas de desconfianza sobre él porque se sabe de qué vive y por qué hace cosas, y que revela durante tiempo preocuparse por los demás, sin buscar nada personal con su actividad, salvo dar sentido a su capacidad de acción, él, con esa actividad, crea las condiciones básicas para la actividad y la movilización colectiva: "Es buen chaval, aunque sea rojo y un pelín raro...".

Ha de ser fácil pasar de la vida en el piso, con los niños, a la sala de reuniones de la asociación, y con los niños además. Hay que tener en cuenta que el pensamiento cotidiano, que estructura todo cerebro humano, es simpráctico, antropocéntrico e inmediatista, y es sensatísimamente desconfiado de las situaciones que no consigue comprender y controlar o de las explicaciones que se aparten de lo real y de la experiencia poseída: para el pensamiento cotidiano, lo existente, lo real, tiene el prestigio de ser lo único posible -cabría pensar que, meditando sobre el pensamiento cotidiano, se escribió la célebre frase idealista "todo lo real es racional"-. Pero el pensamiento cotidiano está abierto a las respuestas intelectuales y a las propuestas de acción que den respuesta de forma empírica e inmediata, por tanto, comprensible, a los problemas inmediatos de la vida diaria, y en la reflexión sobre la inmediatez, resulta un pensamiento flexible, pues funciona por analogía.

El pensamiento cotidiano, por lo demás, no se equivoca: sin organizarnos de otra manera, no se pueden hacer las cosas de otra manera.

Estas consideraciones sirven tanto para la persona que es obrero manual y no posee conocimientos superiores, o para aquel segmento de población aún analfabeto, como para el técnico, o para el universitario, cuya capacitación intelectual lo pone por encima de los demás en cuanto a conocimientos teóricos y científicos, pero que carece de experiencia y saber a la hora de plantearse la organización colectiva, la elaboración de objetivos comunes y la actividad que modifica la vida real, y desconoce, en consecuencia, las potencialidades democráticas que posee el conocimiento de que dispone y que controla una vez puesto al servicio de la actividad colectiva directa. Las formas organizativas de lucha que proponemos no son útiles solamente para los segmentos populares tradicionalmente protagonistas de las mismas, sino, también y muy en especial para aquéllos cuya capacitación intelectual les otorga un control enorme y directo sobre su actividad total, sin intervención externa de otro técnico, y disponen de los conocimientos estructuralmente fundamentales, de gran repercusión para la reproducción de la sociedad.

Se debe favorecer el desarrollo de las facultades y capacidades de decisión y acción de todos. Es la propia actividad, conscientemente dirigida y decidida, en sus consecuencias prácticas, 1) la que estimula al ser humano a plantearse nuevos interrogantes y problemas y a ampliar el horizonte intelectual de los mismos, 2) la que genera nuevas capacidades síquicas, la que convirtió al actual cuadro dirigente asociativo en el individuo con las capacidades que posee, p.e. la de entender la diferencia entre dirigir una familia y organizar la actividad de un grupo, la de saber intervenir y hacerse entender en público, etc. cuando, al principio, él, como cualquiera, era un bisoño inexperto.

El militante social debe plantear la discusión sobre temas que tengan posibles soluciones activas inmediatas para el microgrupo organizado. Cualquier profesional de la educación activa sabe que la disociación entre medios y fines, es decir, entre conocimientos cuya finalidad o aplicación inmediata no es posible, pero que se trata de hacer aprender porque, en el futuro, pueden ser un instrumento útil (p.e., un tipo de operaciones matemáticas que sólo encontraran su aplicación por parte de los alumnos cursos después), o entre el problema discutido (p.e., y para ironizar un poco sobre el colectivo docente de izquierdas, la Ley Orgánica y reforma de la enseñanza) y los medios percibidos por el sentido común (p.e. reunioncita de un centenar de afiliados al sindicato), es el mejor desmovilizador existente: nada tan sensato como el sentido común.

También sabe el profesional progresista de la enseñanza activa que se trata de lograr que todos los que participan en el aprendizaje consigan desarrollar facultades y capacidades activas nuevas, mediante la organización de la actividad colectiva, de forma que se opere una transformación interior, material, en el sujeto; por ello, a veces en los grupos activos organizados para el trabajo, hay que controlar al adolescente que más sabe, pues, sin ser plenamente consciente de ello, usa sus conocimientos de un modo tal que reproduce su liderazgo dentro del grupo, resolviendo él personalmente los problemas colectivos con sus saberes, en lugar de "repartir juego", democratizar sus saberes y ayudar a todos los demás a desarrollar sus capacidades; así nunca surge el "hombre nuevo" y se reproducen hábitos culturales de subordinación, aprovechable siempre, en resumidas cuentas por la derecha.

La apropiación activa, mediante la actividad protagonística del individuo, de todas estas capacidades y facultades, es, para el marxismo, no otra cosa que la apropiación, control o dominio, y desarrollo de las fuerzas productivas; escriben Marx y Engels: "La apropiación de estas fuerzas (productivas) no es, de suyo, otra cosa que el desarrollo de las capacidades individuales correspondientes a los instrumentos materiales de producción. La apropiación de una totalidad de instrumentos de producción es ya, de por sí, consiguientemente, el desarrollo de una totalidad de capacidades en los individuos humanos" (Marx y Engels incluyen dentro de los instrumentos, los saberes o conocimientos, y dentro de estos, no solamente a los conocimientos necesarios para manejar las herramientas y los objetos ya producidos, sino también los conocimientos que permiten producir objetos, y entre ellos, las propias herramientas, y a los saberes organizacionales: las relaciones sociales de producción, la división del trabajo, son incluidos explícitamente por Marx y Engels dentro de las fuerzas productivas. Notas del autor) [4]. El militante social, si quiere que su grupo pueda ir planteándose nuevos problemas de esos que llamamos "cualitativamente superiores" debe distribuir tareas entre los miembros del grupo, de forma que no se cree una relación jerárquica de dependencia personal en torno suyo, y se desarrollen nuevas capacidades y experiencias entre los miembros de su grupo; para que esto avance, debe respetar, en primer lugar, la voluntad democráticamente expresada, de los miembros del grupo, aunque parezca mal orientada o mejorable.

A algo de todas estas cosas se refería el viejo Lenin cuando hablaba de la consciencia espontánea del proletariado, de la relación entre el partido y las masas, y del papel de vanguardia del Partido, pero sólo un paso por delante de las masas, sin perder el contacto y la relación con las mismas, etc.

2. Pero la reflexión sobre el enraizamiento de las organizaciones sociales con la vida cotidiana -y vamos a terminar con este segundo punto- no queda restringida al análisis del tema desde la parte subjetiva; a saber -y recapitulando-: el protagonismo, por parte del sujeto, de su actividad, en positivo, mediante su incorporación a una microorganización que permite desarrollar prácticas que, individualmente, es imposible realizar -nueva división social del trabajo desde nuevas relaciones sociales-, las cuales, sin embargo, sí pueden ser decididas y generadas democráticamente entre todos los participantes. Nuevas prácticas democráticas de protagonismo directo, posibilitadas por los nuevos medios organizativos -microorganizativos-, que modifican la experiencia del Pensamiento Cotidiano y que desarrollan en los individuos facultades y características nuevas, y colectivamente, un poder real sobre la vida social.

El asunto de la relación con la Vida Cotidiana hay que tratarlo también desde el punto de vista objetivo.

La única posibilidad de que la realidad social pueda ser configurada conforme a los deseos y necesidades populares y que pueda existir un futuro en el que el ser humano tenga cabida es que las actividades que producen y reproduce la propia vida cotidiana pasen a depender directamente de la voluntad de los ciudadanos libres asociados, en todos sus ámbitos y esferas, lo cual implica disputar el control de las mismas a la organización social existente de las mismas.

Una vez nos planteamos la necesidad del control directo de la actividad realizada por parte de los agentes inmediatos de la misma, y planteamos que éste se extienda al conjunto de actividades objetivadas que producen y reproducen la Vida Cotidiana de las personas, es decir, a la totalidad de la cultura material o civilización, nos percatamos que quedan superadas las distinciones artificiales que pretenden crear categorías distintas entre las diversas microorganizaciones estables existentes que pretenden luchar por aumentar el control directo -el poder democrático- sobre la actividad inmediata de la gente, en el nivel que sea y con la eficacia que se tenga en esa lucha.

Es ficticia -abrimos aquí un pequeño excurso o digresión- la distinción entre asociaciones que luchan en ámbitos de la cultura humana cuya actividad organiza directamente el capital, la empresa privada, o en aquellos otros ámbitos de la cultura material al margen de la empresa privada; o la que distingue entre microorganizaciones estables que luchan contra el capital organizado al consumidor e incluso tratando de darle alternativas de consumo, mediante cooperativas, etc. y aquellas otras que luchan por el control de la actividad inmediata desde el propio seno de las empresas capitalistas -el comité de empresa, etc.-.

Todo este tipo de diferencias es ficticio porque es ficticia la diferencia antropológica entre las diversas actividades que producen y reproducen la cultura material o civilización humana, tanto más cuanto nos percatamos que el criterio de discriminación entre los distintos ámbitos de la praxis es si los resultados, o valores de uso de la misma han sido puestos bajo control del capital y convertidos en mercancías, o no.

Precisamente, la diferencia Praxis/Interacción, que ha sido teorizada por la socialdemocracia y otras fuerzas de izquierdas que se percatan de la imposibilidad de sostener las democracias liberales sin la presión de la ciudadanía organizada, pero rechazan la socialización de los medios de producción, es ficticia, pues distingue entre ámbitos humanos en donde se desarrolla la praxis -o "producción", concepto en el que se confunda la producción de bienes o servicios en forma de mercancías, es decir, la actividad organizada por el capital, con la actividad en general- de otros donde se desarrolla simplemente la "interacción", la acción comunicativa, el pragmatismo lingüístico. Habermas, por ejemplo, atribuye al ámbito de la praxis, confundido con la producción capitalista de mercancías, la organización eficiente de la actividad productiva de bienes de uso mediante la incorporación de tecnología moderna, la cual, según el autor, impediría su uso en cualquier otro modo que no fuese la propiedad privada. Como si la tecnología no invadiese todos los ámbitos de la vida cotidiana, incluidos los del consumo; no estuviese, precisamente, en manos de los asalariados, en el ámbito de la producción, y no pudiese adecuarse a prácticas de control democrático, en su estado actual, o ser reorganizada para acomodarse mejor a éstas.

Toda organización que trata de actuar, en positivo, desarrolla una actividad que produce y reproduce la cultura material humana, genera Praxis y la controla. Incluidas las organizaciones que, en el ámbito de la actividad organizada por el capital no se contentan con discutir las condiciones económicas a cambio de las cuales se entregará el control de la propia actividad a la voluntad ajena, y tratan de imponer, en la medida de su fuerza, control democrático sobre la propia actividad inmediata. La Interacción es una noción analítica errada -resulta imposible pensar en una organización humana para intercambiar opiniones y que no genere actividad, ningún antropólogo sensato se atrevería a señalar algo así en cualquier cultura material distinta de la capitalista-. Sin embargo, al tratar de la cultura en la que se desarrolla el capitalismo, se piensa ideológicamente, que la racionalidad instrumental, o praxis tal y como ellos la entienden entonces, es una esfera separada de la racionalidad conforme a valores -la que se desea confiar a las microorganizaciones para que la defiendan-. Pero, si algo puede parecerse a lo que estas categorías tratan de definir, esto sería el tipo de actividad de mera protesta reivindicativa, aunque, como es manifiesto, tampoco se agota la protesta en mera interacción comunicacional de intercambio de ideas, también se objetiva en acción.

En consecuencia, -y volviendo al hilo central de este artículo-, se trata, de un lado, de dar respuesta a las necesidades sociales que no reciben respuesta por falta de sujeto que las resuelva, o por falta de medios económicos que permitan acceder a ellas a la gente, cuando las resuelve el capital. De otro lado, hay que disputar el control de las actividades aún desempeñadas por el Estado -organizándose desde dentro y desde fuera-, actividades que, por otra parte, el Estado cada vez realiza más deficientemente por falta de recursos económicos. Por último, hay que dar respuesta a las necesidades de apropiación del control sobre la propia actividad humana que tienen los asalariados, y, en general toda la sociedad (cuyo objetivo límite es la socialización de los medios de producción).

Toda esa enorme cantidad de Servicios, prestaciones, prácticas productivas, etc. puede ser organizada por nosotros, porque los explotados hoy poseemos el control del conocimiento técnico y una enorme cantidad de tiempo libre, a consecuencia de la incapacidad del capital para explotar toda la fuerza de trabajo disponible. Esto implica, de entrada, abandonar la posición, supeditada al Estado, de suma desprotección y dependencia respecto de los poderes públicos, para pasar a resolver, en positivo, con nuestra actividad voluntaria, solidaria, gratuita, las propias necesidades del colectivo inmediato, porque necesitamos saciar necesidades no resueltas y porque necesitamos salir del marasmo personal y dar sentido a nuestro tiempo vacío y tomarnos la medida objetivándonos en nuestra actividad.

Hay que abandonar también el prejuicio psuedo revolucionarista de que esto significa resolverle problemas y contradicciones al Estado. Como ya hace mucho nos enseñara el barbas de Tréveris, la actividad del Estado, garante de los intereses generales de la sociedad y del ciudadano, es la contraparte imprescindible de la actividad particular organizada según los intereses privados del burgués. Intereses generales / Intereses particulares es una dicotomía que debemos rebasar con nuestra actividad material, no reconociéndola como guía orientadora de la misma.

Lo Público, la publicidad democrática de la actividad que produce y reproduce la vida cotidiana es la meta. Es una trampa confundir publicidad con estatalidad [5]. El Estado ha de pasar, incluso, a ser subsidiario de la verdadera actividad pública, democrática, de los individuos libres asociados, los cuales deben ser los que, en su caso, reclamen, utilicen y gestionen los recursos estatales. También deben pasar a ser públicas, por tanto, las actividades organizadas por las empresas capitalistas particulares.

De forma inmediata, y con relativa facilidad, toda una serie enorme de actividades que se requieren y nadie proporciona, pueden ser completamente organizadas por nosotros mismos, desde el cuidado de niños en guarderías, al consumo cooperativista, la diversión, los circuitos de formación y cultura, el arte, etc. Crear y controlar nueva actividad resultará más fácil que alcanzar el control pleno de los medios de producción que hoy están en manos del capitalismo. Pasar a resolver las necesidades de otro modo, pasar a crear y saciar otras necesidades y a prescindir de algunas anteriores, ir generando otra cultura material sobre otros principios éticos y de solidaridad, que vaya disminuyendo las áreas de la vida que no están bajo control y dependen directamente del capitalismo, y crear una cultura material basada en la solidaridad inmediata, real, que cree confianza entre las personas y que se asiente sobre nuevos valores; esa es la tarea del asociacionismo fuera del marco productivo controlado por la burguesía.

Respecto a la producción capitalista y al mercado de fuerza de trabajo, problemas tan enormes e inmediatos como el del reparto del trabajo, que van a topar frontalmente con la oposición del capital debido a que disputan parte del nivel de control sobre la propia capacidad de trabajo dentro de la empresa, no son solucionables desde el Estado y la legislación. Sin la lucha desde todas las microorganizaciones por una nueva cultura que sea solidaria, sin que se genere confianza entre las gentes, sin dar salidas al aumento de tiempo libre mientras se dispone de menos dinero, y sin la posibilidad de control ramificado y microfundamentado, no se puede evitar un grado enorme de efectos perversos de esas medidas (aumento del trabajo negro y de la economía sumergida).

Sin esta meta de la confianza, que sólo se puede generar desde la organización directa en todos los ámbitos de la vida, cómo poder plantearse el cierre de ramas de la producción que fabrican productos ecológicamente nocivos, o favorecer campañas que aconsejen el abandono de prácticas de consumo de tales productos y su sustitución por otras alternativas, sin que el capitalismo logre enfrentarnos los unos con los otros -piénsese en el automóvil: en SEAT-.

Porque el capitalismo topa frontalmente con esta línea de actuación, y debemos hacernos a la idea: en primer lugar, porque la superación material de la diferencia público/privado lleva a ofrecer gratis servicios y productos que el capital ofrece -piénsese en las cooperativas de enterramiento actuales y la lucha de las funerarias por destruirlas-: aquí el capital puede exacerbar el corporativismo de los que sienten en peligro su puesto de trabajo y denuncian como "intrusismo" la actividad del denominado "voluntariado".

En segundo lugar porque una sociedad que favorece la democracia directa y el control de la propia actividad, es un gravísimo peligro para el capital en un período en que los puestos de trabajo de las ramas estratégicas de la producción vuelven a requerir del asalariado la posesión directa de una altísima cualificación e iniciativa personal, y el "gorila amaestrado" producto del Fordismo, que Gramsci analizaba, el cual desconoce la tecnología en que se basa el proceso productivo, e incluso puede ser analfabeto, pues trabaja como apéndice de una cadena productiva que descompone la producción global en multitud de pasos simples que no requieren conocimientos, pasa a la historia. Asistimos a un proceso, producto de la competencia intercapitalista, que es el opuesto al que se daba durante el siglo XIX y gran parte del XX, y que Marx analizó en el primer libro de El Capital, denominándolo paso de la "Subordinación formal" a la "Subordinación real del trabajo al capital" [6]. En el nuevo período el capitalismo necesita garantizarse la fidelidad directa de los trabajadores a la empresa y a la confrontación competitiva e insolidaria entre ellos para garantizarse el control del proceso productivo -Toyotismo-.

En tercer lugar, porque, como hemos apuntado, el capitalismo no es una mera forma eficiente de resolver la producción -racionalidad instrumental- al margen de valores y principios. El capitalismo sólo es posible como forma de organizar la economía a partir de una cultura material que se fundamenta en los principios y valores antropológicos de la acumulación individual de riqueza y el deseo de poder personal, del siempre continuado aumento del consumo y de la capacidad de disposición, del control particular al margen de los demás de los bienes, de la propiedad de los mismos, de la competitividad insolidaria y el éxito, etc. Una cultura material, cotidiana, basada en otros valores cortocircuita la posibilidad de reproducción del mismo. Allí donde el capitalismo ha querido penetrar ha tenido que destruir previamente las culturas existentes, comenzando por la aniquilación civilizatoria que debió emprender en la propia Europa, donde la cultura popular material del obrero artesano y del campesinado, basadas en la autoorganización y el control directo, fueron trituradas; Marx escribe en El Capital, sobre el trato dado a los campesinos europeos, tras ser expropiados de sus tierras por el capitalismo: "De esta suerte, la población rural, expropiada por la violencia de sus tierras y reducida al vagabundaje, fue obligada a someterse, mediante una legislación terrorista y a fuerza de latigazos" [7].

Una cultura material basada en la autoorganización solidaria y activa y en la confianza diluye los fustes de reproducción del capitalismo: de la civilización capitalista. Una cultura que ordena la vida cotidiana de la gente a partir de la acción libre y solidaria de las microorganizaciones sociales, y de la actividad que éstas permiten desarrollar y vehiculan, a partir de las personas libremente organizadas, no sólo permite plantearse una alternativa al mundo existente: es la alternativa, en la medida en que cuaja y existe. Rebasa, como hemos dicho, los planteamientos vetustos de la estrategia de la "acumulación de fuerzas" que, de entrada, no tiene ningún efecto, pero, -se supone- lo tendrá en el futuro, y de la división entre programa mínimo, aplicable pero reformista y no superador del capitalismo, y programa máximo, apocalíptico, pero al que no se encamina ningún esfuerzo de realización o actividad, y sólo sirve para asustar a los niños.

Pero para ello, los microgrupos que organicen la actividad social deben ser estables, y deben plantearse, no sólo la protesta al Estado -cosa que no hay que desdeñar-, sino cómo pasar a ser ellos mismos los que adopten las iniciativas que produzcan la actividad que resuelva los problemas directamente. La red posible, tupida, de multitud de microorganizaciones conscientes, activas y solidarias es la Sociedad Civil potencial de la Civilización alternativa y de la cultura material emancipatoria posible y necesaria: el socialismo.

Una leyenda venerable narra la historia de un joven que salió al campo a buscar las burras de su padre y se encontró un reino. La tradición ilustrada, a la que, como marxistas pertenecemos, nunca confió en la espontaneidad como medio de salir de la explotación. El viejo Karl Korsch nos recuerda que Marx consideró siempre negativamente, como sinónimos de Enajenación, los términos "Naturaleza" y "Espontaneidad", que, sin embargo, los románticos tenían como valores positivos [8]; por el contrario, consideró siempre como positiva la Consciencia, la Razón y la Actividad orientada y regulada por éstas otras dos, según valores y principios.

La propia historia nos ha mostrado contundentemente que espontáneamente y por azar, sin claridad de ideas, sin organización, sin participación activa y consciente, sin proyecto alternativo no lograremos nada -y es mucho, sin embargo, lo que nos va en el envite-. Nosotros poseemos consciencia del objeto de nuestra Esperanza: nuestro proyecto de liberación humana y de plenitud individual, de nueva civilización fundamentada en la moral; y para darle fundamento de razón, fundamento científico, estamos aquí. Pero precisamente para nosotros, los militantes sociales, los impulsores de las asociaciones populares, con nuestra actividad conscientemente guiada, es decir, nosotros: el movimiento real, somos la condición indispensable de existencia de la Esperanza.


Notas

[1] John Rule, Clase obrera e industrialización. Ed. Crítica, Barcelona, 1990.

[2] Rolande Trempé, Les mineurs de Carmaux, 1984-1914, 2 vols. Les Éditions Ouvrières, Paris, 1971.

[3] Para reflexionar sobre el efecto del poder sobre la propia actividad en las actitudes de los individuos, además de los dos libros citados puede leerse:

EP. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, 2 vols. Ed. Crítica, 1989.

Del mismo autor, Tradición, revuelta y consciencia de clase. Ed. Crítica, 1979. Selección de artículos.

Mismo autor, William Morris, de romántico a revolucionario, Edicions Alfons el Magnànim; Valencia, 1988. 

Y, en general, todo lo publicado por Thompson.

Eric Hobsbawm, El mundo del trabajo, Ed. Crítica, Barcelona, 1987, y los demás de este autor.

William H. Sewell, Jr. Trabajo y revolución en Francia, Ed. Taurus, Madrid, 1992.

Cristopher Hill, El mundo trastornado. El ideario popular extremista en la revolución inglesa del siglo XVII. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1983.

Maurice Godelier, Lo ideal y lo material, Ed. Taurus, 1989.

Del mismo, Economía, fetichismo y religión, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1985.

Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, el contexto de Francois Rabelais, Ed. Alianza, Madrid, 1988.

Para reflexionar sobre lo mismo desde una perspectiva psicológica, vid. entre otros:

Alexis Leontiev, El desarrollo del Psiquismo, Ed. Akal, Madrid, 1983.

Del mismo autor, Actividad, conciencia y personalidad, Ed. Cartago, México, 1984. En castellano, no hay más textos de este autor.

E. R. Luria, Desarrollo histórico de los procesos cognitivos, Ed. Akal, Madrid, 1987, y los demás del autor.

L. S. Vigotski, El desarrollo de los procesos psicológicos superiores, Ed. Crítica, Barcelona, 1978.

Del mismo autor, "La conciencia como problema de la psicología del comportamiento" en Obras Escogidas, vol. 1, Ed. Centro de Publicaciones Del Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1991, págs. 39-60. Y demás obras de este autor.

Para reflexionar sobre la Vida Cotidiana:

Georg Lukács, Estética, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1ª ed., 1965. 4 vols. Particularmente, 1º y 4º.

Mismo autor, El Hombre y la democracia, Ed. Contrapunto, Buenos Aires, 1989.

Mismo autor, Conversaciones con Lukács, Ed. Alianza, Madrid, 1971.

Agnes Heller, Sociología de la Vida Cotidiana, Ed. Península, 1ª ed., Barcelona, 1977.

Misma autora, Historia y Vida Cotidiana, Ed. Grijalbo, 1972.

Para reflexionar sobre la necesidad de la existencia de un movimiento popular organizado y permanente para que exista democracia:

Arthur Rosenberg, Democracia y socialismo, historia política de los últimos ciento cincuenta años (1789-1937), Ed. Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1981.

El libro de Lukács, ya citado, sobre la democracia.

[4] Carlos Marx y Federico Engels, La Ideología Alemana, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1974, pág. 79.

Otro texto en que Marx trata indistintamente de las facultades (intelectuales) humanas y de las capacidades productivas, por ser ambas respectivamente la repercusión interior y la repercusión u objetivación exterior de la actividad posibilitada por nuevas formas de organización y trato entre los individuos (o nuevas Relaciones Sociales de producción) es la famosa Carta a Pavel Annenkov, de 1846: "Qué es la sociedad, cualquiera que sea su forma? El producto de la acción recíproca de los hombres. ¿Pueden los hombres elegir libremente esta o aquella forma social? Nada de eso. A un determinado nivel de desarrollo de las facultades productivas de los hombres, corresponde una determinada forma de comercio y de consumo. A determinadas fases de desarrollo de la producción, del comercio, del consumo, corresponden determinadas formas de constitución social, una determinada organización de la familia, de los estamentos, o de las clases; en una palabra, una determinada sociedad civil. A una determinada sociedad civil corresponde un determinado orden político (état politique), que no es más que la expresión oficial de la sociedad civil. (.).

Huelga añadir que los hombres no son libres árbitros de sus fuerzas productivas -base de toda su historia-, pues toda fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de una actividad anterior. Por tanto, las fuerzas productivas son el resultado de la energía práctica de los hombres, pero esta misma energía se halla determinada por las condiciones en que los hombres se hallan colocados, por las fuerzas productivas ya adquiridas, por la forma social anterior a ellos, que ellos no crean y que es producto de la generación anterior. El simple hecho de que cada generación se encuentre con fuerzas productivas adquiridas por la generación precedente, que le sirven de materia prima para la nueva producción, crea en la historia de los hombres una conexión, crea una historia de la humanidad, que es tanto más la historia de la humanidad por cuanto las fuerzas productivas de los hombres, y, consiguientemente, sus relaciones sociales, han adquirido mayor desarrollo. Consecuencia obligada: la historia social de los hombres no es más que su desarrollo individual, tengan o no ellos mismos conciencia de esto. Sus relaciones materiales forman la base de todas sus relaciones. Estas relaciones materiales no son más que las formas necesarias bajo las cuales se realiza su actividad material e individual" (en Obras Escogidas de Marx y Engels en tres volúmenes, Ed. Progreso, Moscú, 1986, volumen 1, págs. 532 y 533).

[5] Manuel Sacristán Luzón acuñó el concepto "Escuela Pública", como contribución personal a la elaboración de una alternativa escolar, en los debates que el partido impulsaba al respecto, durante los últimos años del franquismo. Con este término, que un uso indebido ha convertido en sinónimo de escuela estatal, pretendía referirse a una alternativa de institución escolar, controlada y gestionada colectivamente por profesores directamente implicados, alumnos y asociaciones de padres, vinculada y abierta al barrio o ubicación geográfica donde encuentra, en contraposición, tanto del modelo estatalista, que depende de la administración, como de la empresa privada. El mejor desarrollo programático de la misma, se halla en los documentos fundacionales del Sindicato de Enseñanza de Comisiones Obreras de Cataluña, cuya elaboración le fue solicitada, y cuya autoría intelectual le pertenece, a excepción de algún matiz introducido por alguna enmienda congresual.

[6] Carlos Marx, El Capital, libro primero, Ed. Siglo XXI, Madrid. Capítulo XXIV, pág. 923 y sig. También vid. Cap. XIV.

[7] Carlos Marx, El Capital, libro primero. Capítulo XXIV, pág. 922. Marx cita también varis veces a lo largo de su obra -una de ellas en El Capital, libro primero- el dato aportado por Tomás Moro, según el cual, durante el reinado de Enrique VIII de Inglaterra, se ejecutó a más de 72.000 pobres, a los que se había sometido a unas condiciones de vida que los obligaba a robar. El uso reiterado por parte de Marx de esta información revela la lógica impresión que le había causado.

[8] Karl Korsch, Karl Marx, Traducción de Manuel Sacristán Luzón, Ed. Ariel, Barcelona, 1975, págs. 169-170.



(*) Texto de la ponencia presentada por el autor en las Jornadas del movimiento popular asociativo organizadas por el PCC el 8 de octubre de 1993.

Texto aparecido en el núm. 40 de la Revista Realitat, págs. 20 a 28. Mayo-Junio de 1994. Se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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