La transición congelada (1991)

 La transición congelada

Joaquín Miras y Joan Tafalla*




Para un balance histórico del socialismo real

Tras el golpe de Estado burocrático del 19 de agosto y el golpe de Estado neoliberal y autoritario del 22 de agosto, la época abierta con la Revolución de Octubre de 1917 se ha cerrado de forma coyunturalmente favorable al sistema capitalista. La humanidad vive una disyuntiva trascendental: nunca como ahora el capitalismo pone en peligro la supervivencia de la humanidad como especie; nunca como ahora la especie humana unificada por el mercado mundial capitalista ha tenido más posibilidades de hacerse consciente de su condición genérica; nunca como ahora, sin embargo, ha vivido el movimiento revolucionario una derrota tan importante. Mientras la objetividad del mundo reclama la superación del capitalismo, los sujetos revolucionarios atraviesan un período de derrota, recomposición y debate. Todo ello crea una situación de desconcierto e incluso de desánimo que tenemos la obligación de superar mediante un esfuerzo conjunto de la inteligencia y de la voluntad. Para hacer esto es imprescindible, aunque no suficiente, hacer un balance de una época histórica que ha ocupado la mayor parte del siglo XX.

La legitimidad histórica de la Revolución de Octubre

La Revolución de Octubre fue un acto de legítimo levantamiento popular frente a un régimen social que lanzaba a millones de personas al infierno de la guerra, del hambre y de la miseria más espantosas en los campos y las ciudades rusas y que negaba a la mayoría de la población (los campesinos) el acceso a la tierra. Ante el dilema de dar alternativa revolucionaria a la situación desastrosa y a la lucha de su pueblo o bien esperar dogmática y pasivamente el cumplimiento de las predicciones que se desprendían de una lectura economicista de Marx, que afirmaban que la revolución sólo podía empezar en los países centrales del capitalismo desarrollado de la época, los bolcheviques cumplieron cabalmente con el deber de todo revolucionario. Rompieron la cadena imperialista justamente por el eslabón más débil.

Ni Lenin ni ninguno de sus compañeros pensaban, haciendo esto, que la Rusia periférica y atrasada, tanto en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas como en el grado de civilización, pudiera mantenerse mucho tiempo como experiencia socialista bloqueada y sometida al cerco imperialista. Aún mucho menos pensaban que la URSS pudiese construir un modelo de socialismo para el mundo. Siempre entendieron que cuando se realizara la revolución en Occidente, allá donde canónicamente debía realizarse primero, Rusia pasaría a ser un destacamento de retaguardia del socialismo. Sin embargo, la revolución en Occidente no se produjo. Negando el economicismo de la teoría del derrumbe que una cisión determinista y economicista quería desprender erróneamente de Marx la falta de condiciones subjetivas, es decir, el carácter complejo de las sociedades para organizar la transición revolucionaria en Occidente -la falta de teoría revolucionaria adecuada, sin la que no es posible organizar la revolución, como escribía Lenin con toda razón- determinó la estabilización del capitalismo e hizo inútil discutir sobre el dilema "revolución mundial o socialismo en un sólo país". El intento de consolidación de la URSS como país del socialismo y la "bolchevización" del movimiento comunista fueron la respuesta adoptada por la mayoría del movimiento. El déficit revolucionario del proletariado occidental, la carencia de una teoría adecuada a las condiciones civilizatorias desarrolladas por el capitalismo de la plusvalía relativa, tuvo consecuencias graves de todo tipo que se han ido acumulando durante décadas y que han explotado con el hundimiento de los regímenes de los países del Este. El proceso mundial de transición al socialismo que había abierto la Revolución de Octubre, fue congelándose de forma progresiva y contradictoria.

A pesar de todo, el impulso de la Revolución de Octubre determinó una aceleración muy importante de los ritmos históricos. El capitalismo, que hacía pocas décadas había iniciado su etapa imperialista y de capitalismo financiero y monopolista de estado, se vio confrontado con un reto histórico formidable que ponía en cuestión de forma plausible su propia continuidad. Los sujetos históricos emancipatorios (la clase obrera y los pueblos oprimidos) se atrevieron a poner en duda la legitimidad histórica del capitalismo y desafiaron su poder. El horror de la Primera Guerra Mundial había despertado las energías revolucionarias de inmensas masas obreras y populares, al tiempo que abría una crisis de valores impresionante que afectaba a todos los grandes intelectuales de la época. Las insurrecciones y los consejos obreros en Hungría, Italia, Austria..., la creación de los partidos comunistas y de la komintern, la influencia ejercida por el leninismo sobre diversos movimientos nacionales democráticos tanto europeos como de las colonias, entre otras cuestiones, obligaron al capitalismo a emprender lo que, utilizando utillaje gramsciano, se denomina una "revolución pasiva", es decir, a reestructurarse y transformarse en profundidad para continuar existiendo y vencer el reto que le planteaba el movimiento comunista.

La respuesta del capitalismo

Por un lado y con el fin de aplastar la oleada revolucionaria, y el Estado soviético que con su sola existencia ponía en cuestión la perennidad del capitalismo, la burguesía europea incubó el huevo de la serpiente del que nacería la peor amenaza que ha padecido la especie humana en toda su historia: el fascismo. Por otro lado, y como respuesta más articulada y a lago plazo, integró las reivindicaciones obreras y populares que habían recibido un fuerte impulso con el "mal ejemplo" soviético. Sin embargo no debe interpretarse todo ello sólo desde el lado de la capacidad del capitalismo para aceptar y responder al reto que le planteaba el comunismo. Es preciso verlo también con sentido autocrítico, como consecuencia de la incapacidad del modelo interpretativo de la falta del concepto de cultura. Así en los países centrales en que no triunfó el fascismo se acabó de generalizar el sufragio universal, se abrieron perspectivas para el estado asistencial y progresivamente el capitalismo encontró mecanismos para organizar mejor su aparato productivo y para estabilizarse. En realidad, este proceso conllevó el cumplimiento de las reivindicaciones de un movimiento obrero artesanal propio de la sociedad precapitalista y de orígenes del capitalismo: la época anterior a la plusvalía relativa: escuela, sanidad, 8 horas de trabajo y democracia-república.

Reivindicaciones todas ellas que 50 o 60 años antes, en un capitalismo incipiente, en un mundo social con unas fuerzas productivas limitadas, con una cultura popular mayoritaria basada en costumbres precapitalistas y fuertemente controlada por el propio pueblo, no resultaban asequibles para el capitalismo incipiente de la plusvalía absoluta. La capacidad para integrar las legítimas reivindicaciones de un movimiento obrero tradicional explica por qué tuvo tanto arraigo y pudo cuajar el modelo socialdemócrata entre las masas. El capitalismo había desarrollado la capacidad de absorber las reivindicaciones fundamentales generadas por el movimiento emancipatorio contra los explotadores en la época de la cultura de la escasez. La teoría de la aristocracia obrera lograría explicar parte, pero no el todo de este fenómeno.

Uno de los marxistas que tuvo la capacidad, desde la oscuridad y el aislamiento de su celda carcelaria, para ver y analizar mejor estas transformaciones fue Antonio Gramsci, que acuñó entre otros conceptos explicativos el de "revolución pasiva" para referirse a la capacidad del capitalismo para revolucionar permanentemente sus fuerzas productivas y el de "americanismo y fordismo" para describir los cambios de forma de producir y civilizatorios en curso.

La derrota del fascismo a manos de los pueblos europeos y de la URSS, representó un avance democrático y social formidable para los pueblos y parecía confirmar la idea de que el proceso mundial de transición al socialismo estaba puesto en el orden del día de la historia desde 1917. Dio un fortísimo impulso a las luchas anticoloniales, que en veinticinco años consiguieron globalmente sus objetivos de independencia nacional, al menos en el plano jurídico, aunque no en el económico. El papel importantísimo de los partidos comunistas en el mapa político europeo, que incluía la presencia de ministros comunistas en diversos gobiernos de unidad nacional, fue la consecuencia que se desprendió del papel nacional, democrático y popular desarrollado durante y en el seno de los movimientos de resistencia antifascista así como de la fuerza y del prestigio de la URSS entre los pueblos. Se iniciaron procesos muy interesantes de democracia popular en diversos países del Este, así como procesos de unificación en un solo partido entre comunistas y socialdemócratas. Un ensayo general, anterior a 1045, de este escenario de revolución democrática y popular y de unificación partidaria había sido la España de la Guerra Nacional Revolucionaria y la experiencia de unificación del PSUC.

La segunda fase de la reestructuración capitalista tras la postguerra

Todo este escenario ilusoriamente optimista para el proceso mundial de transición al socialismo contaba, sin embargo, con extraordinarias limitaciones estratégicas que contribuyeron progresivamente a la congelación de dicho proceso: por un lado, la división del mundo en dos esferas de influencia acordada en Yalta (cuyo ejemplo más plástico fue la svolta de Salerno y el abandono de la revolución griega) y por otro, el rumbo que el estalinismo había ido dando al socialismo en la URSS.

El mundo diseñado en Yalta empezó muy pronto a tener consecuencias negativas para el avance en el proceso de transición al socialismo. Los sectores más reaccionarios del imperialismo encabezados por Churchill y, a la muerte de Roosevelt, por Truman, lograron imponer a partir de 1947-48 el universo político, económico, social e intelectual de la guerra fría y precipitaron la escisión del mundo en dos bloques. Los comunistas fueron expulsados de los gobiernos de unidad nacional en Europa occidental. Se rompió la experiencia de las democracias populares, lo que motivó a que la URSS exportase su modelo de socialismo a los países que habían quedado en su zona de influencia en Yalta. Esta exportación-imposición del socialismo en las condiciones del mundo de la guerra fría y del estalinismo determinaron que el socialismo fuera visto por grandes masas más como una imposición extranjera que como un proceso protagonizado por ellas. Fue creado el bloque agresivo de la OTAN y de forma subordinada a los planes USA, la UEO y el Mercado Común. Paralelamente a estas medidas de carácter coercitivo, el capitalismo organizado y maduro, se dedicó a organizar el consenso social mediante sus mecanismos de dominación social. Abrió vías a la participación de las clases subalternas en base a la democracia formal y a la participación de la socialdemocracia. Accedió, a las luchas y presiones del movimiento obrero que reclamaban mejoras sociales, con la creación del Estado del Bienestar. La socialdemocracia que, al margen de honrosas excepciones, se había alineado abiertamente con el bloque capitalista, contribuyó de forma eficaz a representar al movimiento obrero de forma subalterna en los mecanismos del sistema y a construir el Estado del Bienestar. El mundo quedó dividido en dos bloques, y con él, el movimiento obrero que vio cómo se escindía también el movimiento sindical.

En Europa Occidental, los partidos comunistas reaccionaron intentando romper el aislamiento, instalándose profundamente en el tejido social, e imitando el clásico modelo de división de trabajo partido-sindicato, que con tanto éxito había construido la socialdemocracia clásica anterior a la escisión de 1921. Los PC defendieron en todos los casos una política de transformaciones sociales profundas, de reformas de estructura, enmarcadas en el espíritu de la resistencia y en la defensa de las libertades democráticas. Afirmar que los PC, no podían actuar de otra manera es algo que rechazamos, pues implicaría aceptar que la situación actual de derrota estaba determinada de antemano y que, por tanto, es imposible derrotar al capitalismo. El primer acto de rebelión e independencia intelectual de las fuerzas emancipatorias comienza por aceptar que toda derrota que sufran se debe a sus propias equivocaciones e inmoralidades, y se niegan a quejarse por el poder que tiene el enemigo, a lloriquear por lo mal que se comporta con ellas la prensa y el poder capitalista y a caer en todas esas debilidades indignas de autocompadecimiento que implican la aceptación de la hegemonía del bloque enemigo. Sólo quien acepta la derrota dependió de las equivocaciones que guiaron su acción, considera que su acción, bien dirigida, puede ser verdaderamente revolucionaria.

El modelo elegido por las direcciones de los PC tenía graves limitaciones como elemento dinamizador. El partido era concebido como instrumento de representación, en el ámbito de las instituciones políticas, no ejercía como instrumento autoorganizador de las masas. Su ámbito fundamental de actuación eran los aparatos de Estado, no la sociedad civil. Su tarea consistía en reivindicar la solución, por parte del Estado, de las necesidades espontáneamente generadas por la sociedad capitalista en la cultura de las masas, no tenía, en consecuencia, la capacidad de generar una nueva cultura y unas necesidades basadas en los valores socialistas. La funcionalidad objetiva de esta forma de hacer política era análoga a la de los partidos socialdemócratas.

Toda esta configuración del mundo de la posguerra tuvo consecuencias claras y determinantes: congeló el proceso de transición mundial al socialismo, que para la mayoría de los destacamentos emancipatorios se limitó al par estratégico de la defensa del "socialismo en un sólo bloque" y de la incapacidad real para conducir procesos reales de transformación social en Occidente. La década de los años 70 vivió la última oleada de revoluciones en países del tercer Mundo que aprovecharon el lado menos negativo de la división del mundo en bloques (el hecho de que el imperialismo tuviera un gran frente que cubrir ante la "amenaza soviética") y que encontraron en la sociedad del socialismo congelado en ningún caso una vanguardia pero sí una retaguardia logística en los casos en que dichas revoluciones triunfaron.

El fenómeno estaliniano

Hemos dicho que las dos caras de la congelación del proceso de transición al socialismo eran el mundo de Yalta y el estalinismo. En este balance histórico interesa delinear ahora algunas líneas de lo que representó este segundo fenómeno para la URSS y para el movimiento comunista.

Las condiciones en que quedó la URSS después de la guerra civil (1918-21) que comportó entre otros elementos de aniquilación de la vanguardia bolchevique y de importantes destacamentos de la minoritaria y revolucionaria clase obrera en los campos de batalla y la creación de un sistema de partido único obligado por el hecho de que todos los demás partidos tomaron las armas contra la revolución, no eran cuestiones que estuvieran previstas en aquello que en los manuales se llamaba el "plan leninista de la revolución" en 1917. Tal fantástico plan nunca existió y Lenin ya había afirmado en su momento que su táctica era el napoleónico "D'abord on s'engage et après on voit".

Ante la situación de la URSS, Lenin preconizó, frente al izquierdismo de Bujarin y Trotsky, el abandono del comunismo de guerra y una línea de repliegue en la construcción del socialismo que se denominó Nueva Política Económica. La NEP aspiraba a crear las condiciones económicas para facilitar una transición lenta, pero segura, al socialismo cuando estuvieran creadas las condiciones, fundamentalmente las de carácter internacional. El eje central de esta estrategia consistía en mantener un estado de hegemonía obrera que asegurase la alianza obrero-campesina y el desarrollo económico en base a un equilibrio entre la planificación económica y el mercado así como a un sistema mixto de formas de propiedad con tres sectores: estatal, privado y cooperativo. Paralelamente, se confiaba en que el desarrollo económico que debía producirse ayudaría también a crear las condiciones culturales, es decir de modo y concepción de vida para el paso a una civilización superior. Todo ello, sin ninguna pretensión de construir un modelo para nadie.

Esta línea leninista se complementaba, en el territorio internacional, con una crítica inclemente contra el izquierdismo en el naciente movimiento comunista, que era el principal obstáculo para el avance de las fuerzas revolucionarias y la defensa de la línea de frente único (bisabuela de la idea de frente de izquierdas), que tenían que preparar las condiciones para que los comunistas llegasen a conquistar la mayoría de la clase obrera, que continuaba encuadrada mayoritariamente en organizaciones de la socialdemocracia clásica o del anarcosindicalismo.

Por otro lado, Lenin centró su preocupación en los últimos años en crear las condiciones de cultura, es decir de formas de vida y de nuevas normas morales, apropiadas para avanzar hacia el socialismo, como lo muestra su propia participación en el movimiento de trabajo social voluntario denominado de los "sábados rojos". Es decir, comenzó a alentar todo tipo de actuaciones y prácticas que concediesen a la sociedad civil y a la autoorganización de las masas el protagonismo verdadero de la sociedad. Criticó la aparición de fenómenos burocráticos tanto en el partido como en el Estado, así como la desvirtuación y el vaciamiento de la democracia consejista. Reclamó la independencia de los sindicatos respecto del propio estado obrero, frente a la posición de Trotsky partidario de la militarización de los mismos, actitud que luego practicó Stalin. Criticó durísimamente los métodos de Stalin en relación con la construcción del Estado federal. Criticó la confusión entre socialización de los medios de producción y estatalización de los mismos, defendiendo la idea del socialismo como "el régimen de los cooperativistas civilizados", concepción que entronca de forma precisa con la "sociedad de trabajadores libremente asociados" tan querida por Marx. También desaconsejó, en una carta dirigida al Congreso del PCUS que fue ocultada al partido, el nombramiento tanto de Trorsky como de Stalin.

Queremos insistir aquí en el posicionamiento de Lenin en contra de la burocratización, puesto que en sus opiniones al respecto, expresadas, por ejemplo, en el XI Congreso del PC (Obras escogidas, Vol.3, Progreso, Moscú 1979, pp. 697-737), no sólo se critica la existencia de una enorme administración de funcionarios. Lenin, además de indicar esto críticamente, considera, de un lado, que tal modelo administrativo de actuación es ineficaz e impide el control de los comunistas sobre la gestión (719) que, no obstante, el problema no es que falte poder político, pues se tenía todo el que se necesitaba (711), que los problemas sólo se resolverían si los comunistas, en lugar de tratar de hacer política mediante los aparatos de Estado, usando del partido como un instrumento que representase los intereses de las masas en la administración del Estado, pasaban a realizar su trabajo político, directamente entre las masas, desarrollando en el seno de lo que nosotros denominamos sociedad civil la actividad política fijada por la línea del partido que en aquellos momentos de la NEP era comerciar, de modo que, verdaderamente, la práctica política de cada comunista sirviese para dar solución a los verdaderos problemas sociales. Lenin recalca que esta es la única manera de ganarse a las masas (708, y en general, desde la 705 a la 709). El tema de la organización de la hegemonía revolucionaria queda claramente formulado y el instrumento para alcanzarla no es la propaganda, sino la capacidad directa de los propios comunistas para organizar las cosas de otra manera.

A la muerte de Lenin, sus sucesores encubrieron bajo el rótulo de leninismo y tras un culto a la personalidad lo que él le había rechazado siempre en vida, una teoría, que nada tenía que ver con lo que Lenin expresaba obsesivamente en todos sus escritos desde el fin de la guerra civil, y que, por otra parte, tan fácilmente se puede comprender si se leen sus textos.

Haciendo de la necesidad virtud, se centraron en la construcción del socialismo en un sólo país y rompieron los ritmos lentos de transición previstos en el plan leninista (éste sí existente y documentado históricamente), sometiendo al país a una industrialización rapidísima y durísima y a su correlato necesario de colectivización de la tierra, hecha en unas condiciones que rompían la alianza preconizada por Lenin como un elemento estratégico a largo plazo, entre clase obrera y campesinado.

A partir de la colectivización forzada, la única forma de mantener el socialismo fue una auténtica fuga adelante en la que se mezclaba el entusiasmo obrero despertado en movimientos de masas como el estajanovismo y el terror de masas contra la clase aliada. Todas las tendencias negativas anunciadas y denunciadas en los últimos combates de Lenin fueron tomando cuerpo y configurándose. La democracia consejista (soviética), forma superior de democracia y de autoorganización de las masas y de la sociedad civil, fue liquidada por el estatalismo y por un partido que cada vez más era un doblete del Estado. Los consejos pasaron a ser órganos formalistas, vacíos. La dictadura del proletariado pasó progresivamente a transformarse en dictadura del partido sobre el proletariado. La falta de democracia interna dentro del partido pasó a formar parte de las costumbres, desvirtuando la idea leninista de centralismo democrático hasta hacerlo sinónimo de falta de democracia partidaria. De esta forma se llegó a la dictadura de un pequeño grupo, o incluso de un sólo hombre, sobre el partido político más grande jamás conocido en la historia de la humanidad y que, ciertamente, tenía prestigio y generaba entusiasmo de las masas. Esto se completó, por un lado, con el asesinato de la vieja guardia bolchevique, este exterminio era necesario para lograr hacer del partido de Lenin un instrumento de administración del Estado fiel en todo momento a las órdenes llegadas desde arriba. Por otro lado, el régimen del partido único mostró otro aspecto negativo que nadie había podido prever: la conversión del partido en el único mecanismo de ascenso social en una sociedad extremadamente igualitarista, lo que contribuyó a llenarlo de oportunistas y de miembros de la nueva clase de gestores, que, aunque jurídicamente no ostentaban la propiedad de los medios de producción, eran en última instancia los únicos que podrían decidir sobre qué, cuándo, cómo y dónde producir, así como disfrutar de una parte del excedente social producido por los trabajadores, en nombre de la perpetuación, bajo otras formas, de una división del trabajo entre trabajo manual e intelectual y entre gobernados y gobernantes. El PCUS dejó de ser la vanguardia de lucha por el comunismo y acabó confundiéndose con un mecanismo administrativo, compuesto en sus esferas decisivas, es decir dirigentes, por una clase de los gestores del estado obrero degenerado. El proceso de transición iba progresivamente paralizándose, hasta quedar totalmente congelado.

Efectos sobre el marxismo

Naturalmente este proceso fue posible porque el nuevo poder de clase continuaba manteniendo las declaraciones retóricas en torno a la construcción del socialismo y lograba en torno a este objetivo el entusiasmo periódico de amplias masas, tanto en el interior como en el exterior, y porque se fue produciendo lentamente, con contradicciones, y además consiguiendo metas que eran consideradas propias por el pueblo.

Este proceso, que no admite simplificaciones, necesitaba la concreción de una ideología justificatoria que permitiera una explicación del proceso social emprendido y que contribuyese a crear consenso social no sólo a nivel nacional sino internacional. Así pues, se procedió a la reducción de las ideas de Marx y de Lenin a una teoría simple y cerrada a la que después se añadieron las ideas de Stalin. Esta reducción negaba, en lo esencial, las ideas de Marx y de Lenin convirtiendo la teoría en un catecismo de verdades "eternas" de "leyes científicas inexorables" que duraban hasta el siguiente viraje táctico impuesto por arriba y que impedía cualquier desarrollo del marxismo, condición sine qua non para la vitalidad de cualquier teoría. La teoría fue convertida en una ideología justificatoria de la táctica de cada momento. Tanto servía para negar la realidad de la lucha de clases bajo el socialismo (elaboración de la Constitución de 1936) como para justificar la acentuación de la misma hasta el terror de masas para justificar los procesos de 1937. Esta teoría recogía elementos importantes del marxismo "ortodoxo" de la segunda internacional. Entre ellos la teología, el determinismo, la reducción del marxismo a una sociología, el no lugar de la ética y el estatalismo. Esta realidad palpable aunque paradójica para muchos, explica (junto a muchos otros elementos de carácter social, económico y cultural) cómo es posible que partidos que hace poco decían practicar el más estricto "marxismo-leninismo" se transformen, de forma contradictoria y compleja en partidos de carácter socialdemócrata o incluso liberal.

El hecho de que la mayoría de los partidos comunistas de los países capitalistas hayan practicado esta ideología, considerándola, a pesar de su incapacidad para explicar la sociedad y transformarla, como la "teoría de la revolución" se explica precisamente por la idea de transición congelada. Mientras la sociedad vigente en los países del Este tenía el carácter de clase que hemos expresado más arriba, para capas muy importantes del proletariado occidental el "haremos como en Rusia, quien no trabaje no comerá" fue una divisa adecuada al sentido común del "comunismo del reparto" vigente en dichas capas. Al propio tiempo, dicha ideología tenía un carácter consolatorio debido precisamente a su economicismo, a su no abandonada "teoría del derrumbe" que tenía el efecto de hacer pensar que se hiciera lo que se hiciera, se tuviera o no capacidad para expresar las contradicciones centrales de la sociedad o no, tarde o temprano llegaría la crisis económica decisiva que serviría para hundir el capitalismo. Lo único que era preciso era tener preparada la herramienta, el partido capaz de recoger como un fruto maduro la sociedad posterior al derrumbe.

Por otro lado, este "marxismo-leninismo" manualístico contenía otras trampas teóricas. Su rígida filosofía de la historia, esto es, su finalismo, según el cual la historia avanza siempre hacia adelante, pasando por los cinco modos de producción en la dirección del progreso y del comunismo actuaba como una auténtica droga. Gramsci describió ya este fenómeno: "Cuando no se tiene la iniciativa en la lucha y la lucha misma acaba por este motivo identificándose con una serie de derrotas, el determinismo mecánico se transforma en fuerza formidable de resistencia moral, de cohesión, de perseverancia paciente y obstinada. 'Estoy derrotado momentáneamente, pero la fuerza de las cosas trabaja para mi a largo plazo' etc, la voluntad se trasviste de acto de fe en una cierta racionalidad de la historia, en una forma empírica y primitiva de finalismo apasionado que aparece como el sustituto de la predestinación, de la providencia, etc, de las religiones reveladas" (Quaderni del carcere, p. 1387).

Con todo esto no queremos justificar, pero sí explicar en cuanto fenómeno social, el hecho paradójico de la utilización por parte de partidos comunistas en la oposición en occidente de una teoría incapaz de ser un instrumento de conocimiento y de transformación como cemento ideológico de un bloque social contrario al sistema. Lo preocupante sería que después del derrumbe, éste sí dramáticamente real del socialismo real, en un momento en que estos bloques sociales antagónicos decrecen como la piel de zapa bajo los golpes de la derrota del movimiento obrero de finales de los setenta, se continuara aferrado a teorías sobrepasadas por la historia. Claro que preconizar cambios de teoría, preconizar la vuelta a una elaboración intelectual del marxismo, tal como la que practicaba Marx -idea del marxismo ortodoxo de Lukács- parece peligroso a todos aquellos seguidores de la divisa ignaciana "en tiempos de tribulación no hacer mudanza". Pero la mudanza ideológica, la mudanza teórica aparece como única alternativa posible para evitar que la desgracia actual se convierta en perenne y seamos incapaces de lograr la imprescindible regeneración intelectual, para un proyecto históricamente largo de transición de modo de producción.

Algunas conclusiones

Es preciso resumir, para concluir, algunas conclusiones que permitan, tras el balance del período histórico realizado, contribuir a la tarea de mantener el horizonte comunista como idea reguladora de los movimientos emancipatorios actuales. Entre dichas conclusiones podríamos citar las siguientes:

Con el derrumbe del socialismo real lo que ha perdido total virtualidad ha sido una visión de la transición al socialismo creada a finales de los años veinte, tras la derrota de la revolución en Occidente, tras la colectivización e industrialización acelerada en la URSS de los años veinte y tras la bolchevización de los partidos comunistas. Un modelo de transición históricamente rápido en los ritmos históricos, de carácter estrictamente politicista y voluntarista, homogéneo a nivel mundial y dirigido por una vanguardia mundial con centro único e idénticas formas de organización en todo el planeta. Con respecto a esta cuestión parece urgente la sustitución de este modelo de transición por otro más real, menos determinista, más a largo plazo, que acierte a articular alternativas civilizatorias como vía para salir de la hegemonía de la clase dominante, que ponga los microfundamentos una forma de vivir distinta de la impuesta por el capitalismo.

Por nuestra parte rechazamos la idea que desprenden algunos de la crisis del comunismo que históricamente ha existido, que la humanidad no estaría madura para realizar el paso de su prehistoria a la historia de la que hablaba Marx. Por el contrario, nunca como en este fin de siglo ha tenido la humanidad más posibilidades y más necesidad de construir una sociedad no explotadora. Nunca como ahora, la suerte de la humanidad está ligada a la necesaria superación del modo capitalista de producir y destruir, a la vez los recursos escasos de la naturaleza. La lucha de las fuerzas revolucionarias para frenar, entre tanto, la capacidad destructiva del capitalismo sobre la biosfera pasa a ser un imperativo de primera magnitud un objetivo político que concita potencialmente el consenso de amplias masas, que se relaciona con el nuevo orden económico internacional, pues los países subdesarrollados sólo podrán negarse al expolio ecológico de las grandes transnacionales si poseen para sostener a sus sociedades por otros medios, y se convierte así, en lo concreto, posiblemente, en uno de los eslabones débiles del capitalismo.

El "nuevo orden" imperial diseñado después de la caída de la URSS y de la guerra del Golfo, niega la visión de la interdependencia y la paz, del desarrollo del sur y del reformismo más o menos fuerte como alternativas posibles a la crisis del comunismo histórico. Dicha crisis afecta no sólo a los comunistas sino al conjunto de la izquierda, empezando por la socialdemocracia, continuando por la "nueva izquierda" surgida en Europa tras el 68 y continuando por los verdes. Ello no se reduce sólo a aspectos de tipo electoral, aunque la reciente derrota de la socialdemocracia sueca o la pérdida de grupo parlamentario de los verdes en Alemania o la pérdida de la mitad de los votos por parte de la Coalición Democrática Unitaria en Portugal sean también elementos sintomáticos importantes. El conjunto de la izquierda debe reflexionar sobre la crisis del paradigma teórico que la transición congelada al socialismo experimentaba en el presente siglo ha comportado. Si queremos comunismo e izquierda en el siglo XXI, si consideramos que el capitalismo no es la última palabra de la historia, será preciso repensar de nuevo los problemas actuales de la humanidad.

*Joaquín Miras i Joan Tafalla són membres del Consell de Redacció de realitat.



Texto aparecido en el núm. 30 de la Revista Realitat, págs. 42 a 48. 1991. Se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.









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