La autoorganización de las masas, la otra forma de hacer política (1989)

La autoorganización de las masas, la otra forma de hacer política


Joaquín Miras



El inicio del curso político se abre con unas nuevas elecciones. Realitat se ha pronunciado ya respecto a la reiteración de los procesos electorales y sobre la paradoja que se produce en la democracia burguesa, que permite al ciudadano hartarse de votar aunque ello no implique que su voto sirva para poder intervenir realmente en la adopción de decisiones políticas concretas. Así las cosas, el partido se ve precisado a entrar en la campaña electoral para participar en la lucha ideológica que se genera en torno de la misma. Pero el carácter electoralista que las demás fuerzas políticas imponen a la campaña política, la propia concepción comunista de lo que es la política (y que está en las antípodas de los festivales electoralistas), la reiteración de las campañas electorales en las que los militantes hemos tenido que trabajar, y el mal recuerdo que tenemos de la experiencia de IC, producen un cansancio no menos real.

Este material tiene como objeto retomar la reflexión sobre las formas específicamente comunistas de hacer política, que no debemos dejar de poner en práctica ni durante la campaña electoral.

La nueva consciencia social

La práctica política comunista tiene como objeto principal derrotar ideológicamente al capitalismo y lograr que en la mente de la mayoría de la sociedad se abra paso la idea de la necesidad del socialismo. ¿Por qué consideramos que es preciso encontrar "otras formas de hacer política" para conseguir estos fines?, o ¿qué queremos decir con esta expresión?

En su libro La ideología alemana Marx y Engels afirman la idea de que es la organización concreta de la sociedad, particularmente la organización de la producción, lo que determina la conciencia que los individuos tengan de la realidad. Repitamos aquí este pasaje que ya hemos transcrito en anteriores artículos "La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser consciente de los hombres es un proceso de vida real. (...) No es la conciencia la que determina a la vida, sino la vida la que determina la conciencia" (Ideología Alemana, Grijalbo, p.26). Este texto ha sido reiteradamente tachado de mecanicista y de groseramente materialista, incluso por marxistas que le enfrentan otros textos de los mismos clásicos, en los que se habla de las sobreestructuras ideológicas y de la determinación en última instancia de las mismas por parte de la base económica. Pero los clásicos no se están refiriendo aquí a los productos intelectuales elaborados en esas instituciones o aparatos intelectuales que denominamos sobreestructuras ideológicas, y que se encargan de producir objetos tales como la filosofía, la religión, el arte, o el pensamiento político, etcétera, sino al pensamiento espontáneo, cotidiano y común de las personas.

La organización de la sociedad determina la actividad posible en esa sociedad

Aunque aparentemente la actividad de cada ser humano sea algo que solamente depende de él mismo y de sus capacidades, esto no es más que una imaginación de las personas, a la que Marx denominó "una robinsonada" (Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política. Ed. Comunicación, 1970, p.247). La actividad más elemental de cualquier individuo implica a multitud de otras personas que a su vez actúan coordinadamente con él. Sin este conjunto permanente de relaciones sociales que articulan la actividad de todos los individuos ninguna acción humana sería eficaz y ni tan siquiera tendría sentido. Tomemos como ejemplo comparativo la arquitectura. Si definimos en una primera aproximación lo que es una "viga" diremos que es una pieza larga y gruesa de material resistente que sirve para sostener edificios. Pero con una sola viga aislada no se puede sostener nada, como indica el sentido común una vez se replantea así el asunto. Solamente si las vigas se encajan o relacionan entre sí, formando un sistema o estructura, pueden adquirir esa funcionalidad, consecuencia de la relación y que no estaba en su propia naturaleza aislada, de sostener un techo, etcétera. Ciertamente que, para que la vida pueda entrar en esa relación, ha de tener unas determinadas propiedades intrínsecas, suyas, que son imprescindibles (ser larga, ser gruesa, ser de material resistente); pero aquel otro rasgo que, espontáneamente, el pensamiento cotidiano lo atribuye, no está en su propia materialidad, sino que es una función que adquiere dentro de un sistema o estructura. Marx usa la palabra "valor" para referirse a estas propiedades relacionales que adquieren tanto las cosas como las actividades humanas: valor de uso y valor de cambio. (El Capital, capítulo 1º. Para la definición de "función", vid. p.e. E. Nagel, La estructura de la ciencia, Ed. Paidos, p. 470).

Normalmente atribuimos al propio objeto la función que ese objeto o valor de uso adquiere dentro de un sistema de relaciones: una lámpara sirve para dar luz (¿también en plena selva y sin necesidad de red de alta tensión, etcétera?), y más allá, y como hacen los niños (y los antropólogos también documentan entre los pueblos primitivos), se considera, p.e. que es la flecha en vez del arquero la que tiene la intrínseca capacidad de matar, y se la castiga si falla el blanco, etcétera. Esto es consecuencia del pensamiento cotidiano, que se caracteriza por su antropocéntrico, situacional y simpráctico, y cuya estructura es universal, y también de la particular estructuración social en que vivimos, y que dificulta la correcta comprensión de los procesos (Vid "El carácter fetichista de la mercancía y su secreto" en K. Marx, Capital, vol. 1º). Por tanto, tenemos que convenir que todo objeto fabricado por el ser humano y toda actividad emprendida por él sólo tiene un sentido, valor, utilidad o función gracias a las de las demás personas permanentemente coordinadas con él y a los demás objetos y bienes de uso existentes.

Tras lo dicho, creo que bastará con la cita siguiente, para poder pasar al siguiente peldaño de esta argumentación: "Un marido es un hombre relacionado por matrimonio con una mujer: no es también (él mismo intrínsecamente. Nota mía) una relación de matrimonio. Ser marido es una propiedad de ese hombre, una propiedad que tiene en virtud de esa relación y que es habitualmente denominada propiedad relacional. Ser capital y ser esclavo son igualmente (...) propiedades relacionales sociales" (G. Cohe, La Teoría de la Historia de Karl Marx, una defensa, Ed. S. XXI, p.99).

Ahora bien, la actividad humana de cada individuo se puede relacionar con la de los demás debido a que toda sociedad posee una concreta y determinada estructura organizativa, un concreto sistema que articula de una determinada manera la actividad de los particulares. Este sistema de relaciones con el que se organizan las personas entre sí para poder realizar todas sus actividades de producción y reproducción (comenzando por trabajar), constituye en sí mismo un sistema de vías (o posibilidades) abiertas y cerradas. Su materialidad es percibida por el pensamiento espontáneo de las personas que nacen en él como algo "natural", no social, y los resultados funcionales son percibidos como propiedades intrínsecas de las personas, no como resultante de la concreta estructura organizativa.

Los elementos relacionales fundamentales de la estructura social son aquellos que organizan de una determinada forma las relaciones de las personas entre sí y con los medios de producción. El modelo concreto que estructure este conjunto de actividades es fundamental, como señalaba Marx, pues de él depende la producción de una determinada sociedad y el posterior acceso de los individuos al reparto de los bienes producidos. La posibilidad de alterar subjetivamente "las cosas" es percibida por parte de las personas como imposible. Para una persona que se ha formado en una sociedad capitalista, la única forma de poder vivir y trabajar es la que existe, la que él conoce por experiencia. Si quiere vivir de otra manera, la propia realidad, sin necesidad de que intervenga la autoridad, le hará desistir. El individuo sabe que, si quiere, puede no trabajar: nadie le obliga. También sabe que es absurdo no trabajar, pues no comerá. Para un individuo perteneciente a la sociedad capitalista, trabajar tiene, además, ese concreto significado: llegar a un acuerdo con un patrón para que le pague un salario, a cambio de lo cual él aplicará su fuerza de trabajo en lo que el otro decida. Él está despojado de los medios de producción, que son poseídos por otro. La organización social, así determinada, le impone espontáneamente tener que vender su fuerza de trabajo al propietario de los medios de producción.

La propia estructura organizativa de la sociedad es la que impone al individuo lo que puede, o no puede, hacer. Como decía Marx, la realidad social, el "ser social" genera una experiencia cotidiana en los individuos, al margen de todo discurso ideológico, en la que hay cosas que parecen que "siempre serán igual". El hecho de que la actividad humana sea una función dentro de un enorme sistema de relaciones, tiene la traducción en su experiencia individual, registrada desde el pensamiento cotidiano, de que todo es inmutable, pues ni siquiera cuando ha intentado cambiar cosas que "sólo le afectaban a él" ha podido lograrlo. ¿Cómo conseguir convencerlo de que sí es posible cambiar las cosas? Una manera es explicarle teóricamente que no puede cambiar su vida privada porque ésta no depende sólo de él, sino que está integrada en esa inmensa red de relaciones que organizan la sociedad, y que, por lo tanto, la única manera de poder incidir en su propia vida es colaborar en el cambio de la estructura organizativa de esa sociedad. Pero la teoría adolece de que es difícil de entender, y de que, dada la sensación de impotencia acumulada en la experiencia de los seres humanos, la propia teoría propone cosas que son difíciles en la experiencia de los seres humanos, la propia teoría propone cosas que son difíciles de creer factibles. La otra vía, la vía que proponemos los comunistas, es la vía de la organización.

Si es la organización de la sociedad la que impide al individuo aislado protagonizar siquiera su propia vida, se trata de comenzar a crear ya ahora una estructura organizativa que permita a los individuos asumir el control sobre las relaciones de las que dependen aisladamente. O, más bien, se trata de crear un sin fin de organizaciones de base que articulen a los individuos con el objeto de que estos puedan enfrentarse a los problemas que les acarrea la estructuración de la sociedad y de la vida conforme al modelo capitalista de relaciones sociales. Así podrán luchar contra estas con posibilidades de vencer.

Mediante la organización directa, el individuo adquiere protagonismo real sobre su propia suerte, a la vez que se percata directamente, sin necesidad de recurrir al discurso teórico, de su capacidad de transformar la sociedad. Precisamente entonces adquiere sentido el discurso teórico revolucionario, que es percibido como posible. 

Pero si es la organización la que debe permitir experimentar a las personas su capacidad de transformar la realidad, los modelos organizativos deben estar bien construidos. Esto es, deben estar estructurados de modo que abarquen al conjunto de relaciones sociales de las que dependen los individuos en cada caso, de modo que la acción tenga éxito. Vamos a poner un par de ejemplos.

Los modelos sindicales. El caso de IC

La reflexión organizativa que toma como ejemplo el modelo sindical tiene la ventaja de conectar con la experiencia de muchos militantes del partido. pero, además, resulta particularmente pertinente en unos momentos en los que el aparato sindical abandona el sindicalismo de empresa y opta por un modelo sindical de ramo.

Vamos a intentar considerar aquí, aunque sea muy brevemente, las distintas posibilidades estructurales que cada modelo organizativo determina, haciendo abstracción de voluntad de los dirigentes sindicales y de las políticas que se diseñen e impulsen desde el aparato.

El modelo sindical que hemos denominado de empresa es el tradicional de CC.OO. Se caracteriza por organizarse en el interior de la empresa, en torno a estructuras organizativas unitarias, que abarcan a todos los trabajadores con independencia de su sensibilidad política e ideológica.

Las piezas clave de este esquema organizativo son la Asamblea de empresa, y el comité de empresa, trasunto actualizado de la antigua comisión de trabajadores. Aquí se entiende por Empresa, a la vez, el concreto lugar de la producción que tiene una organicidad, y, a otro nivel, el conjunto de centros de trabajo que pertenecen a la misma firma empresarial. Ambas instancias productivas poseen su respectiva asamblea y su organismo representativo propio. La estricta organización sindical, la sección de CC.OO. tiene como papel fundamental impulsar los organismos y el trabajo unitarios. Dejemos por ahora aquí el análisis de las posibilidades que este modelo abre y cómo casi "impone" a los militantes un determinado tipo de tareas a desarrollar capilarmente dentro de la empresa; veamos antes cómo se configura el otro modelo, que es el que tienta cada vez más fuertemente a los miembros del propio aparato de CC.OO.

El modelo sindical que hemos denominado genéricamente como "de ramo" se basa en la idea de que el sindicalismo tiene como vía fundamental de organización de los trabajadores la afiliación de los mismos a una u otra central sindical, elemento que, por descontado, también es considerado por el otro modelo sindical. En este modelo sindical,  la discusión se realiza fundamentalmente en el seno de la propia sección sindical, la discusión se realiza fundamentalmente en el seno de la propia sección sindical de empresa. Ello conlleva automáticamente la imposibilidad de organizar un foro de discusión que abarque al conjunto de los miembros de la empresa, ya sea afiliados a otros sindicatos o independientes, pues los acuerdos se toman fundamentalmente en el seno de la organización del propio sindicato. La minusvaloración de las instancias  unitarias de discusión y decisión, que son subordinadas jerárquicamente a las decisiones adoptadas en la Sección Sindical debilitan objetivamente la posibilidad de discutir unitariamente en el interior de la empresa alcanzando a todos los trabajadores. Este modelo organizativo favorece objetivamente la "competencia" entre los distintos colectivos sindicales por obtener el "éxito" electoral, pues la única manera de poder llevar a la práctica lo acordado en la sección sindical es teniendo la mayoría de los miembros del comité de empresa. La práctica de la autorrepresentación y la autoorganización de los trabajadores queda sustituida en este modelo por la representación indirecta en la que unos ofrecen un programa y otros votan. Este modelo impone una dinámica de confrontación gratuita e innecesaria en el seno de los propios trabajadores. Esto obliga a otorgar una importancia añadida a la organización de ramo o exterior. Los acuerdos unitarios sólo se pueden conseguir mediante negociaciones oficiales entre los aparatos de los ramos sindicales. Sólo así un planteamiento sindical podrá presentarse ante los trabajadores con el ascendiente que posee el hecho de que una propuesta de lucha es respaldada por una mayoría del sector. A nadie se le habrá escapado el salto en los planteamientos sindicales que este modelo impone. Del ámbito empresarial al de ramo, y de la dinámica de base, protagonizada directamente por las asambleas de trabajadores, a la de representación, y a los acuerdos entre aparatos sindicales. Creo que los camaradas que trabajan más asiduamente las cuestiones de Movimiento Obrero podrían enriquecer muy considerablemente este apartado pero, aunque esquemático, lo expuesto es esencialmente conforme a la realidad.

Cuando llega el momento de negociar convenios, es decir, salarios y las condiciones de trabajo genéricas para todo un sector productivo, ambos modelos sindicales son estructuralmente capaces de realizarlo. Que se realice adecuadamente o no, no depende del modelo organizacional, sino de la dirigencia de cada aparato sindical, que, en principio, no tiene por qué no estar interesada en impulsar correctamente la lucha y la negociación (hemos dicho que nos atendríamos a planteamientos abstractos).

Ahora bien, el modelo de sección sindical y ramo, carece de los instrumentos adecuados para hacer frente a todos los problemas que la cotidiana organización del trabajo del capital crea a los trabajadores y que desborda toda posible negociación de ramo. El sindicalismo de sección sindical y convenio colectivo es externo o ajeno a los problemas que se producen en el ámbito de cada empresa. Una vez debilitada la asamblea y convertido el comité de empresa en un grupo de personas cuyo objetivo es sumar votos para saber qué sindicato es mayoritario, los trabajadores, en el interior de la empresa, se enfrentan atomizadamente al capataz, a la dirección, etcétera. Esto es, carecen de la posibilidad de enfrentarse a ellos. Los mismos acuerdos sobre condiciones de trabajo que pueden haber sido negociados a nivel de ramo pueden ser conculcados tranquilamente por cualquier patrón que no se vea forzado a cumplirlos por imposición de los propios trabajadores, y así sucesivamente. Es decir, el modelo de ramos sólo sirve para negociar salarios en el ámbito empresarial, posibilita negociar el precio de la venta de la fuerza de trabajo "antes" de entrar en el centro de trabajo, pero una vez el trabajador penetra en el recinto donde se realizará la explotación tras haber vendido su pellejo, este modelo organizacional no da lugar a que el trabajador pueda impedir que se lo curtan, según paráfrasis de Marx en El Capital.

El trabajador, el proletario, es caracterizado por Marx como aquel que se encuentra sometido a la relación salario (volvemos al principio de este artículo). Ser proletario, para Marx no es trabajar con las manos, lo cual es resultado de la división técnica del trabajo, (cualquier propietario de su propio taller trabaja con sus manos pero es propietario de sus medios de producción); ser proletario es encontrarse sometido a una relación social de producción, consecuencia de una división social del trabajo y que se concreta en la relación salario entre capital y trabajador. Esta relación incluye hoy a la inmensa mayoría de los trabajadores. La relación salario entre capital y trabajador implica que el trabajador, que vende su fuerza de trabajo por una suma de dinero que le permita vivir, se ve enajenado o carece de control, sobre: 1) su propia fuerza de trabajo, 2) los medios de producción, y 3) el producto de su trabajo, todos los cuales son controlados por el capital (El Capital, ed. Siglo XXI, p. 201; y también en Manuscritos de París). Un modelo organizativo que sólo organice a los trabajadores para poder negociar salarios, y no les permita oponerse organizadamente al patrón en el interior de la empresa, abandona a los trabajadores justo a la puerta de donde se van a ver sometidos a todo tipo de coacciones y abusos. Sirve para vender, más o menos bien, la fuerza de trabajo (sólo una de las tres enajenaciones señaladas por Marx), pero abandona al trabajador durante ese tercio de la vida que, como mínimo, va a pasar en la empresa, durante la cual, todos sus actos le van a ser organizados por la voluntad del patrón. Los trabajadores, faltos de organización adecuada se ven sometidos en su vida cotidiana a ales decisiones del capital. En estas condiciones, cualquier directorcete, cualquier capataz, cualquier desgraciado se convierte en déspota todopoderoso. Este modelo sindical no sirve para luchar contra las restricciones brutales que la burguesía impone a la democracia y a las libertades individuales, cuando, por espacio de ocho horas como mínimo, las suprime de la vida de los trabajadores. La organización por ramos y sección sindical no sirve para dar respuesta en el ámbito de la empresa, a las imposiciones a las que durante toda su diaria jornada laboral, el capital somete a los trabajadores. El modelo organizativo de este sindicalismo no replica adecuadamente al del capital.

Por el contrario, donde se produce un trabajo sindical unitario, basado en la asamblea y en el comité, se crea un embrión permanente de contrapoder en el seno de la empresa, una estructura capaz de poner de acuerdo a los trabajadores para actuar cada cual según lo acordado (organización). El trabajo sindical en el interior de la empresa acoge todos los problemas de los trabajadores, no meramente los salariales, porque puede darles respuesta organizada.

Por desorganizados que estén los trabajadores de una empresa, la aparición de un sindicalista que realice un trabajo sindical unitario, que favorezca, no la simple representación sino la aoutoorganización; que se refiere a los problemas cotidianos de los trabajadores, y no sólo a los salariales, cambia con su trabajo las relaciones de los trabajadores entre sí y con el patrón. Hacer un trabajo sindical para todos los trabajadores, por pequeño que sea, atender y charlar sobre los problemas de cada uno de ellos, rompe la atomización, liquida el aislamiento, crea relaciones personales: genera organización. Aparentemente puede no haber ocurrido nada todavía (e incluso el militante puede estarse preguntando sobre la eficacia de "dar la torrada" durante la hora del bocadillo, o de meter prensa, etcétera en la empresa) pero el colectivo ya sabe que si, cada uno de ellos individualmente, es víctima de un atropello, habrá alguien que sí será solidario con él en la medida que pueda y que la multitud de problemas no contemplados en las normativas de convenio no serán pasados por alto. El fantasma ideológico de la desconfianza, de que "todo el mundo mira sólo para sí" o de que los sindicatos sólo se preocupan por ganar las elecciones sindicales, habrá sido quebrado por la nueva percepción que este modelo organizacional genera entre los trabajadores. No solamente se sentirán aislados, sino que aun desde su percepción antropocéntrica y situacional, se percatarán del nuevo poder que adquieren a consecuencia de las relaciones organizacionales establecidas entre ellos. No conseguirán reflexional, probablemente, en términos organizativos, pero sentirán "la luz que salta en nuestros actos". Ni habrá ni desconfianza entre ellos ni pesimismo respecto de la eficacia de sus acciones. Rotas las desconfianzas de los trabajadores, estarán dadas las condiciones para imponerse al capital en el interior de la empresa. El trabajador estará en condiciones de dejar de ser meramente "fuerza de trabajo" para recuperar por la lucha sus derechos como ser humano, las libertades democráticas, expulsadas den centro de trabajo por la dictadura capitalista. Este modelo organizacional, en el que los comunistas trabajamos con razón, determina correctamente la conciencia social de las personas. Es un modelo cuya funcionalidad primordial es, no la búsqueda de la representación de los trabajadores, sino la autoorganización directa de los mismos, para que puedan controlar el sistema de relaciones en el que se ven inmersos. Toda autoorganización verdadera es un Poder. Todo trabajo político en este sentido sí es genuinamente comunista.

Una vez puesto un ejemplo positivo de lo que es un modelo organizativo que determina correctamente la percepción espontánea de la gente organizada, tratemos aún con mayor brevedad un ejemplo negativo. El caso IC.

La pregunta que nos debemos responder es la misma de antes, esto es: qué experiencia interioriza cada uno de los individuos cuando intenta actuar coordinadamente (organizadamente) con ortos, si el modelo organizativo que determina las relaciones cara a cara entre ellos facilita el desarrollo de la actividad en un determinado sentido y lo inhibe en otros. Qué relaciones humanas pone el modelo organizativo bajo control de la voluntad de los individuos. Cuáles permanecen incontrolables y aparecen por tanto como inmutables para los agentes. El meollo de la cuestión vuelve a estar en el modelo organizativo nuevamente.

La política elaborada por el partido es el Front d'Esquerres. Su eje consiste en la autoorganización directa de los sectores populares de la sociedad en movimientos de masas, cuyo fin es la lucha para ir imponiendo un mundo distinto ya desde ahora. Cada movimiento de masas (asociación vecinal, sindicato, movimiento ecologista, pacifista, mujer, etcétera) debe ceñir su modelo organizativo para poder afrontar mediante la lucha de masas las necesidades que esta sociedad capitalista genera pero no resuelve. Nuestra política no desprecia la acción política y electoral convencionales, pero las considera un instrumento auxiliar de la lucha de masas. Y ello no porque los comunistas minusvaloramos las libertades democráticas, sino porque las libertades democráticas no consisten sólo en votar representantes, sino en aoutoorganizarse para decidir y actuar, como explican todos los teóricos que reflexionaron sobre este tema durante la edad de oro de la democracia, en siglo XIX.

La valoración que el partido hizo de IC es que podía constituir objetivamente un embrión para el F. d'E. a pesar de que los otros dos partidos que formaban parte de la coalición electoral no deseaban impulsar este tipo de práctica política. ¿Permitía realizar estas precisiones el modelo organizativo de IC?

IC no estuvo nunca constituida como organización de masas para la movilización, sino que como foro de información y relación de los electores con sus elegidos, a semejanza de las reuniones entre el parlamentario de distrito y los votantes, que se producen en Inglaterra. La posibilidad de que el ciudadano amplíe la información que le da la prensa y la TV con las explicaciones directas de sus representantes, no es negativa. Tampoco lo es la posibilidad de participar en la discusión de los programas electorales y sancionar la elaboración de las listas de candidatos. Sí lo es, en cambio, la reducción de la política a su expresión electoral, el considerar que cualquiera de los problemas sociales tiene como única vía de solución la constitución de un amplio grupo parlamentario que permita legislar al respecto. ¿Por qué esta restricción de la política a lo electoral no fue contestada por los participantes de base de IC como esperaba el partido?

Cada uno de los participantes de las asambleas de IC lo hacía a título individual, no como representante de una asociación de masas que lo enviase para tratar de establecer y coordinar objetivos de lucha. Los propios activistas de movimientos cívicos y sindicatos participantes den IC (no muchos) lo hacían a título individual, sin que su presencia garantizase una vinculación entre dicho foto político y los organismos capaces de impulsar movilizaciones: carecían de organicidad. En la medida en que el partido planteaba la necesidad de transformar IC en un organismo para la elaboración de objetivos de lucha y para la movilización colectiva, tales propuestas caían en vacío: la particular organización de IC hacía que la gente no acudiese a su Asamblea habiendo discutido precisamente con otras personas en otros organismos de masas. Ni podían acudir activamente, con iniciativas concretas de lucha. Tampoco tenían donde llevar, luego, los acuerdos de posibles movilizaciones. La atomización organizativa de los individuos, una vez salían de la Asamblea, imponían su pasividad tanto fuera de ella como en la propia asamblea. A la luz de la experiencia que, inductivamente, generaba en cada uno este modelo organizativo, la propuesta de transformar las asambleas de IC en organismos de autoorganización cívica para la acción política directa era algo descomunal. La Asamblea de IC se convertía en un mero complemento de los canales informativos de cada participante, y en un medio honesto de hacer campaña electoral por parte de las organizaciones políticas patrocinadoras. Jamás se superó la duplicidad de papeles entre políticos profesionales, representantes de los ciudadanos, especializados en cuestiones electorales y con vocación de gestores de la administración del estado, por un lado, y particulares progresistas que los votaban, por otro. La explicación pública de los especialistas daba una mayor transparencia a la política entendida como ingeniería especializada a cargo de los técnicos, pero nada más.

La falta de hábito de reflexión sobre los modelos organizacionales y sus repercusiones funcionales hace que no se haya destacado el momento en que IC da el viraje y deja de ser un organismo estructuralmente dotado de posibilidades para la movilización y pasa a convertirse en lo que llegó a ser. Esto se produjo antes incluso de que aparecieran las siglas de denominación IC, durante la segunda Asamblea de Intelectuales de izquierda en Catalunya. Este organismo que fue el embrión de la operación política posterior, agrupaba a profesionales e intelectuales progresistas que redactaron un manifiesto en favor de la recuperación de la movilización cívica de las personas de izquierdas. En tanto estuvo estructurada esta asamblea como agrupación de intelectuales (muy poco tiempo) fue un instrumento de organización directa de un sector social, no una estructura de representantes; es decir, lo que denominamos una organización de masas. Podía servir para acordar campañas de movilización del sector intelectual sobre asuntos cívicos, ya fuesen generales o específicos de los sectores profesionales organizados. También podía llegar a coordinarse con otras organizaciones directas de masas (asociaciones de vecinos, sindicatos, etcétera) con objeto de movilizarse por objetivos de lucha acordados previamente. Pero una vez la Asamblea decide transformarse en representativa de toda la sociedad catalana de izquierdas, objetivamente, se produce el cambiado. La asamblea dejaba de ser un órgano de autorrepresentación directa de sus participantes, con posibilidades de movilización, para convertirse, "vocacionalmente", en una estructura de representación política indirecta de la sociedad (otra más) que ofrecía programas electorales al conjunto de la ciudadanía. Además, al tener que elegir candidatos para las elecciones, la Asamblea, ya denominada entonces IC, operó una segunda división, esta vez en su seno: segregó a un pequeño grupo de individuos, que serían los encargados de realizar las tareas de representación ciudadana en las instancias de gobierno (más bien los "adoptó") mientras el resto de la Asamblea limitaba su papel a la supervisión moral de los trámites políticos. Nuevamente el modelo burgués de hacer política: la división entre los técnicos que actúan, y los particulares que sólo votan.

Lo más grave del asunto es que esta estructura organizativa orientada en principios burgueses generó entre los participantes una percepción pasiva de la política, como mero proceso electoral, que precisaba simplemente del mayor número de votantes, y de "gente junta" para animar unas listas electorales. Lo demás: la progresiva victoria de las posiciones políticas más electoralistas en el seno de una estructura organizativa que no permitía otra experiencia posible, estaba ya cantado. Por nuestra mala cabeza, como en las canciones de Rubén Blades.

Conclusión

La participación en los procesos electorales organizados por el sistema es necesaria. La izquierda revolucionaria debe presentar batalla electoral para desactivar este instrumento de legitimación que se halla en manos de la burguesía. Debe utilizar los cargos de representación para impedir la utilización de los aparatos de estado contra las fuerzas de la emancipación. Esto no implica caer en la absurda creencia de que cambiaremos el carácter de clase de los aparatos de estado, a medida que vayamos ocupando cargos de representación. La capacidad de corrupción de los aparatos de estado entre los "representantes" de las fuerzas populares es algo mil veces experimentado (lo mismo que el "para qué" de los tanques). La división entre "representantes" con poder de estado y "representados" es otra forma de la división social del trabajo. Y, muy fundamentalmente, las elecciones deben aprovecharse como procedimiento para conseguir medios con los cuales aumentar las libertades, de modo que los movimientos democráticos de masas puedan crecer y organizarse con las menos trabas posibles. Las libertades democráticas sólo existen, no cuando se las proclama nominalmente, sino cuando los ciudadanos tienen la posibilidad de autoorganizarse directamente para decidir colectivamente y actuar. Presentarse a las elecciones no es una decisión tomada a la ligera; es el buen sentido político, la experiencia histórica la que se lo aconseja a las fuerzas revolucionarias. Pero los procesos electorales cada cierto tiempo, aunque sea como ahora, cada seis meses, no son la manera fundamental de hacer política de las fuerzas de la emancipación (hoy las únicas comprometidas en la existencia de una democracia real, con libertades positivas).

Sólo la autoorganización de las fuerzas populares en sus diferentes movimientos, la articulación de la mayoría de la sociedad, desde la base, en un amplio bloque organizativo (un bloque de poder) estructura una sociedad verdaderamente democrática. Es este el único medio organizativo de masas capaz de generar colectivamente, en el pensamiento cotidiano de una población mayoritariamente falta de formación teoricopolítica, la comprensión de que el futuro depende de sus propios actos (y, nuevamente, la reflexión del principio: son los medios organizativos los únicos que generan, de forma masiva, la percepción directa de la capacidad transformadora que los seres humanos poseemos sobre la realidad).



Texto aparecido en el núm. 13 de la Revista Realitat, págs. 23 a 35. Octubre de 1989. Se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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