Lucha ideológica: ¿propaganda u organización? (1989)

Lucha ideológica: ¿propaganda u organización?

Joaquín Miras




El término "ideología" resulta confuso, al menos en un determinado grado, debido a los distintos sentidos con los que es utilizado. Si partimos del significado que Marx y Engels daban a esta palabra, el uso que hacemos de la misma habitualmente resulta incorrecto. Por "Ideología" los clásicos del marxismo entendían el conocimiento dis­torsionado o erróneo de la realidad. A éste contraponían el conocimiento recto u ob­jetivo dela misma, sin caer, por ello, en el error de reducir el conocimiento objetivo a la ciencia solamente. Es ideología la falsa consciencia, y toda clase social puede caer en ella, igual que puede poseer una coimprensión acertada de la realidad que le permite actuar conforme a sus necesidades. 

Dado que el uso de la palabra con otro sentido ha pasado a ser el más divulgado, podemos aceptar que por lucha ideológica se entiende el esfuerzo por crear y difundir, entre la mayoría de la sociedad, una consciencia clara sobre sí misma, que posibilite su emancipación.

Una vez definida la meta de la lucha ideológica, debemos establecer cuál es el ámbito intelectual que debe ser objeto de reflexión. Debemos descubrir cuáles son y cómo se forman las ideas de los individuos respecto de sí mismos, de la sociedad y en general, del mundo. Por lo tanto, lo que debe ser elucidado es el "pensamiento cotidiano" (Lukacs, Heller), también denominado "sentido común" (Gramsci) de la gente, para conocer sus contenidos, y la forma en que se produce. Partamos ahora de este segundo punto: ¿Qué teorías hay elaboradas, en el marxismo, al respecto?

La teoría de las sobreestructuras ideológicas: lucha ideológica como propaganda

Una de las teorizaciones marxistas sobre el asunto es la que recibe esta denominación. Según ella, el pensamiento cotidiano sería el resultado de la penetración. en el sentido común de la gente, de las teorías, ideas y concepciones intelectuales elaboradas por las sobreestructuras ideológicas. Consecuentemente, la propa­ganda y contrapropaganda entre los sistemas de ideas elaborados en las sobreestructuras, por los medios de comunicación y difusión que sea, constituye el meollo de la lucha ideológica. 

Un primer problema con el que topamos en esta explicación es el de la esencia de tales sobreestructuras ideológicas. ¿Son falsa conciencia o conocimiento objetivo (tanto ciencia como filosofía etc.)? O, dicho de otro modo, cuando se trata de difundir entre la gente una ideología de izquierdas, ¿Se trata de crear una mitología intelectual de izquierdas que combata los mitos de la derecha? Un ejemplo de esto puede ser el caso italiano (para poner ejemplos lejanos, que no recalienten la reflexión), en donde la izquierda creó el mito de la democracia de las ciudades italianas medievales, para enfrentarlo al mito fascista del imperio romano. ¿Se trata, por el contrario, de difundir conocimiento objetivo de la realidad, divulgándolo? ¿Quizá la tarea consiste, precisa­mente en elaborar un sentido común con fundamento científico, frente a otro sentido común falso, elaborado por la clase explotadora?

Tales interrogantes son de gran importancia, y su comprensión en uno u otro sentido impone vías políticas distintas respecto del quehacer teorético de la izquierda. Pero dada la finalidad concreta de este material, podemos obviarlos. Por el momento lo que resulta importante es profundizar en la explicación que la teoría de las sobreestructuras da sobre la creación y difusión de la ideología. Tal teoría afirma que la ideología es un producto elaborado por la filosofía, esto es, por el cuerpo intelectual de los filósofos, los cuales, en su trabajo, tienen en cuenta los problemas que las gentes sienten en su "vida práctica". Por esto la lucha ideológica revolucio­naria debe "Presentarse, pues, ante todo como crítica del sentido común"(...), por tanto, como crítica de la filosofía de los intelectuales que (.) puede considerarse como las puntas de progreso del sentido común, por lo menos del sentido común de los estratos más cultos de la sociedad y, a través de estos, también del sentido común popular''. (A. Gramsci. Introducción al estudio de la filosofía. Ed. Crítica, B.1985, pag. 48 y 49). Del texto se deduce que las sobreestructuras ideológicas son creación de los intelectuales, los cuales, en última instancia -para utilizar la frase de Engels-, tienen en cuenta la realidad en sus elaboraciones teóricas: los problemas dela"vida práctica". Para que exista ideología ha de haber un grupo de intelectuales de tipo tradicional -universitarios- que se vinculen orgánicamente a las necesidades de una clase social y que investiguen y elaboren un producto ideológico funcional o coherente con los intereses de la misma. Además de ese elemento, se necesita también un aparato organizativo de difusión que permita la propagación masiva de tal ideología, mediante la reelaboración didáctica y la repetición "la repetición es el medio didáctico más eficaz para actuar sobre la mentalidad popular'' (Gramsci, obra citada, pag.59). "La escuela, en todos sus grados y la Iglesia son los dos principales organizadores culturales en todos los países por el número de personas a que dan ocupación. Después los periódicos, revistas y la edición de libros, las instituciones académicas privadas (.). Otras profesiones llevan incorporada en su actividad especializada una fracción de aporte cultural no desdeñable, como el caso de los médicos, de los oficiales del ejército, los magistrados"(Gramsci, pag 62). Para actualizar el espíritu del texto, basta añadir a la enumeración la televisión y la industria audiovisual en general. De otro lado, Gramsci señala que los partidos políticos como difusores de discurso ideológico. Dentro de este esquema, tiene sentido preocuparse por el pen­samiento de los grandes filósofos académicos, como por ejemplo, Croce o Gentile, cuando se intenta conocer el fundamento de la ideología de las masas que cimenta la hegemonía burguesa; o estudiar el folklore de las masas, por ser un canal de difusión ideológica. En este sentido, Carles Feixa ha escrito un artículo en el que se registra la influencia que ha tenido Gramsci entre los folkloristas antropólogos Italianos (Més enllà d'Eboli: Gramsci i l'antropologia Italiana (I) Nous horitzons, 105, pag. 28-41). 

En conclusión, y como se ha podido leer, la ideología que conforma el sentido común de las masas bajo el capitalismo es un producto elaborado por los grandes intelectuales y pensadores burgueses, y es difundido y propagado a través de una serie de mediaciones y adecuaciones pedagógicas, por un enorme aparato industrial y cultural encargado de su difusión. El presente resumen puede ser considerado excesivamente esquemático, y es legítimo enriquecerlo con desarrollos posteriores. Ahora bien, la aceptación de este modelo explicativo de lo que es la ideología implica, así mismo, y al margen de que se hagan, o no, desarrollos ulteriores, una estrategia concreta de lucha ideológica, en contra de la ideología capitalista, por parte del par­tido. Consiste ésta en organizar el propio colectivo de intelectuales que elabore una ideología revolucionaria, ya sea ésta un discurso racional que descubra los proble­mas de la actual sociedad capitalista y sus causas o una serie de mitos. Además habrá de dotar al partido de un aparato de propaganda, y deberá lograrse que los militantes del partido difundan constantemente, como tarea fundamental, el discurso teórico, producido. 

Resulta entonces, de particular importancia alcanzar a penetrar los aparatos burgueses de "Reproducción ideológica" : la escuela, etc. Se trata de la "lucha de trincheras", que precede a la nueva hegemonía revolucionaria que, según el mismo esquema, conforman la sociedad civil. De ello se deduce la importancia de las elecciones para poder hacerse con el control de algunas de esas instituciones. La lucha ideológica es fundamentalmente, Propaganda. 

Objeciones. 

El modelo teórico descrito puede ser objetado por cualquier comunista que reflexione sobre su experiencia propia. La gente rechaza cualquier tipo de discurso teórico, sea de la tendencia política que sea; desconfía de él, pues percibe que se halla indefensa para rebatir o argumentar en contra; considera que tal tipo de argu­mentación sólo pretende"comerles el coco" ,y que es actividad propia de vividores y/o de visionarios ilusos. La propia propaganda revolucionaria resulta increíble e irreal. 

La mayoría de la gente permanece en posiciones ideológicas de resignación y adhesión pasiva hacia el sistema. A menudo, los individuos de esta sociedad actúan de forma insolidaria, recelosa, falta de interés respecto de los demás, e incluso hasta cruel. En ocasiones, por ejemplo, en el caso de militares argentinos, con el más atroz sadismo. Pero ninguno de estos comportamientos, desde, la mera adhesión hasta la crueldad sádica beligerante contra fuerzas revolucionarias o democráticas, puede ser imputado a la filosofía, ni siquiera a través de sus divulgaciones más populares. La crueldad humana no se debe a que los seres humanos hayan sido convencidos, por el filósofo burgués de turno, de que "el hombre es un lobo para el hombre". Ni el discurso de la "Sociedad abierta" y la ''Igualdad de oportunidades", ni Heiddegger, ni Ortega, ni la actual casquería fina elaborada por los tripicalleros del pensamiento de modo, son la causa de los contenidos y percepciones aquiescentes y resignados el pensamiento cotidiano. En la medida en que determinados infraproductos intelectua­les, del tipo "Falcon krest", con su galería de personajes abyectos, mezquinos, etc., tiene mayor atractivo para la gente que por poner otro ejemplo, las vidas de santos y demás ejemplaridades y"moralités", el fenómeno queda sin explicar, si se lo intenta comprender como el influjo de la filosofía burguesa a través de los aparatos ideológicos. El discurso normado por la escuela o la iglesia podrá ser tachado de hipócrita, pero no de incitar a la insolidaridad. 

Crítica: sobre la confusión del papel de la filosofía en el conocimiento 

El problema raigal de la explicación teórica criticada consiste en la pobreza de su concepción antropológica de la Sociedad civil. Esta se concibe como el conjunto de aparatos, o instituciones públicas civiles, que son los organismos sociales en los que radicaba la diferencia, durante los años veinte, entre la sociedad burguesa europea y la sociedad rusa (y asiática en general): "En oriente, el Estado lo era todo, la sociedad civil era primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, había una correlación eficaz entre Estado y Sociedad civil y en el temblor del Estado podía de todos modos verse en seguida una robusta estructura de la Sociedad civil" (Gramsci, Antología S XXI, 1974, M.p. 284). 

Queda, pues, fuera de toda consideración y convertida en un no lugar teórico, la vida cotidiana de la gente, su quehacer diario y multiforme, y su concreta forma de estar organizado: el meollo del Ser Social. 

Falto de conceptos que acojan la vida cotidiana, el esquema carece de suelo que pueda ser causa autónoma del pensamiento cotidiano, o "sentido común''. En tal caso, este sólo puede ser considerado un producto derivado del Pensamiento Teorético. A su vez, el pensamiento teorético, y más concreto la filosofía, queda desvirtuado y es considerado mero pensamiento mitificador, cuyo papel primordial consiste en influir y generar intoxicadoramente el pensamiento de las masas. Se niega así que la filosofía sea un ámbito teórico de saber sustantivo, en el que se registran los problemas, interrogantes y necesidades que la vida y la práctica susci­tan a una clase social, a la luz del código ético que ésta sostiene. Y sin embargo, y por el contrario, la formulación teorética o "en fuerte", por parte de la filosofía, de tales interrogantes y problemas, surgidos al pretender actuar conscientemente para transformar la realidad, posibilita su posterior esclarecimiento por parte de las distintas dis­ciplinas científicas, cuyos resultados deben ser nuevamente examinados a la luz de las exigencias morales y de acción, propias del pensamiento filosófico. La filosofía es un ámbito de saber principalísimo; es la matriz, o el paradigma intelectual, que nos permite instrumentar el conocimiento científico para resolver las exigencias que nos plantea nuestro código moral. La filosofía posibilita el uso del conocimiento y de la in­vestigación científica, como guía de la actividad y, en concreto, de la práctica política, que busca romper la continuidad de la realidad existente: es el momento dialéctico en el plano del conocimiento. La filosofía constituye o crea los problemas, u objeto teórico

Sin embargo, el "primer" Gramsci, teórico de los Consejos y de la Cultura de fábrica, posee un concepto antropológico de la Sociedad Civil más abierto a la Cotidianeidad: a la materialidad real de la vida y de la civilización; en consecuencia, fustiga con sarcasmo la interpretación "propagandística" de la Ideología: "Como espíritus eminentemente burocráticos que son, creen que una condición objetiva, radicada en la psicología tal cual se desarrolla en las experiencias vividas en el taller, puede superarse con un discurso" (Debate sobre los consejos de fábrica Gramsci­-Bordiga, Anagrama, 1975 pag. 73-74).


El ser social determina la conciencia social: lucha ideológica como organización


La gente tiene, en su vida cotidiana, necesidades concretas y reales, (desarrolladas a lo largo de la historia), resultado de la socialización de cada individuo: esto es consecuencia de la interiorización o aprendizaje de la civilización, que cada individuo inicia al nacer y mediante el cual pasamos a convertirnos en seres humanos. 

Tales necesidades, que todo individuo socializado percibe y conoce, son comer, beber, alojarse, amar, cuidar de los niños, etc. Para conseguir saciar esas necesidades, la gente debe 1) aprender los usos y costumbres que las resuelven; 2) con­seguir los medios adecuados para ello: trabajo asalariado, Seguridad Social, Pen­siones, condiciones de salubridad en el medio ambiente, familia, amigos, etc. La vida cotidiana es el conjunto heterogéneo de esas actividades aprendidas, que nos per­miten reproducir nuestra vida como seres humanos, trabajo, usos y costumbres, y lenguaje. No todo lo que hacemos cada día es vida cotidiana, por ejemplo estudiar, o disfrutar del arte, y en general, todo acto de apropiación o producción del pensa­miento teorético y artístico, no son actividades propias de la vida cotidiana, pues no son imprescindibles para la reproducción inmediata de la vida humana (Vid. A Heller, Sociología de la vida cotidiana, y Lukacs, Estética). 

La vida cotidiana está, por tanto, constituida por una plétora de acontecimientos y normas reales, objetivos; no falseados o fantaseados por la imaginación, que confor­mas o induce espontáneamente el pensamiento de los individuos: para que esto ocurra, los seres humanos no tienen más que registrar conceptualmente su propia experiencia cotidiana, individual, fiándose, para ello, de sus propias percepciones inmediatas. La experiencia de la vida cotidiana, por lo tanto, es la verdadera fuente de formación de la opinión de cada cual sobre el mundo, de forma inmediata y directa, y sin necesidad de que intervenga la filosofía o la escuela. Además, los actos de la vida cotidiana de cada persona constituyen la única forma existente y conocida de repro­ducir la vida y conseguir sobrevivir. La percepción objetiva y verdadera -no distor­sionada-, que cada cual obtiene de la realidad mediante su experiencia individual, adquiere, por lo tanto, el prestigio que posee lo evidente, la testarudez de lo único real, la fuerza de lo realmente existente, frente a cualquier otro modelo imaginario de vida distinta, teorizado y divulgado mediante la propaganda. "La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser (otra traducción: "la existencia") consciente, y el ser (Otra trad: "la existencia") de los hombres es un proceso de vida real. (.) No es la concien­cia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia" (Ideología alemana, Grijalbo, pag 26. Cf. con la antología de Marx Sociología y filosofía social, Península, 1978 pag 96). La vida cotidiana existente está organizada conforme a las exigencias y la dinámica del capitalismo. El trabajo, por ejemplo, está organizado por el capital, y es la única fuente de recursos para vivir, a parte del trabajo tal como lo organiza el capital no hay más que paro. Sólo intelectualmente, y en un plano teorético muy abstracto, se puede discernir entre el trabajar y el ser explotado. En realidad, ambas cosas se dan de manera inseparable: trabajo-explotación-obediencia­-salario, y así lo comprueba la percepción inmediata del individuo, al margen de toda teoría. Si el trabajo sólo existe bajo las condiciones, usos y costumbres regimentados por el capitalismo, lo mismo se puede decir, de las demás actividades que resuelven las necesidades cotidianas de la gente. Únicamente recurriendo al pensamiento abstracto, la filosofía y la ciencia, podemos hacer estas distinciones y basar en ellas proyectos de futuro.

El capltalismo genera la hegemonía, no mediante la persuasión propagandística, sino al organizar la civilización y, en consecuencia, la vida cotidiana de la gente, de la única forma concreta existente "El capitalista sabía abastecernos. Lo hacía mal, lo hacía saqueando, nos bejaba, nos expoliaba. Esto lo saben los simples obreros y campesinos que no discuten de comunismo porque no saben con qué se come'' (Lenin, IX Congreso del P.C. de Rusia en Obras Escogidas, VIII, pág. 705). Este hecho es lo que otorga credibilidad, además a aquella parte del discurso ideológico propa­gandístico que refleja la realidad tal cual es, y la presenta como cruel pero irremedi­able: de ahí la explicación del éxito de los"Falcon krest" etc. 

Además, el capitalismo ha evolucionado históricamente, y en los últimos cua­renta años -en España sólo desde los años 60- ha efectuado un salto sin preceden­tes. El capitalismo ha desarrollado una completa producción fabril para el consumo de masas, con lo cual ha invadido los ámbitos de la vida cotidiana. Ha liquidado así la parte de la cultura de la esfera privada (usos y costumbres) que en la anterior etapa del capitalismo permanecía aún autónoma y era autocontrolada por la propia gente. Con esta transformación el capitalismo no sólo controla la producción, y el trabajo de las personas en consecuencia. Al organizar la producción para el consumo, arruinó la producción artesanal y campesina aún existente, destruyó formas de vida y redes organizativas alternativas, e impuso un modelo de realizar la entera vida cotidiana de los individuos y de organizar por completo la civilización (Para una explicación más detallada. vid, J. Miras, "El capitalismo y la destrucción de las culturas nacionales" Realitat nº 3-4 (doble), 1988, pp.58-76). Con ello puso fin a una vida cotidiana organi­zada en buena medida según valores y principios no capitalistas. Aquella otra forma hoy extinguida de organizar la vida privada, conforme a patrones autocontrolados -y para un amplio sector de población de organizar el trabajo según pautas no capitalis­tas- era fuente de contradicción y conflicto permanente con los ámbitos de vida denominados por el capitalismo; permitía, a cada individuo, percibir experien­cialmente la agresión del capitalismo sobre sus formas de vida, y otorgaba una prueba sensible de que existían otras maneras posibles de organizar la vida con­forme a valores y principios opuestos a los de la lógica capitalista: solidaridad frente a competencia; relaciones personales frente a individualismo que genera la mediación de las relaciones por el mercado; carácter colectivo del consumo, frente a la compra pasiva en el mercado, etc. Desde estos valores encamados en una realidad existente y vivida se podía haber una evaluación crítica del capitalismo Vid, por ejemplo; "La economía "moral" de la multitud en la Inglaterra del s. XVIII" en Tradición, revuelta y consciencia de clase, E.P. Thompson. Critica B, 1979; en pág.75 "Los paternalistas y los pobres continuaron lamentándose del desarrollo de estas prácticas de mercado que nosotros, en visión retrospectiva, tendemos a aceptar como inevitable, no era necesariamente, en el siglo XVIII, materia probable". Que el texto se refiera al siglo XVIII no debe hacemos perder la clave de la explicación). 

Este ser social existente y distinto -hoy ya disgregado- era la base de la cultura de la protesta que posibilitó los procesos revolucionarios encabezados por los partidos comunistas, producidos siempre en sociedades "atrasadas''. En el presente, al me­nos en los países capitalistas desarrollados como el nuestro y los demás de la región, falta ya ese suelo cultural, que organice la vida cotidiana de otra manera y genera la conciencia social disidente, desde la que adquiera sentido y verosimilitud un discurso teórico que proponga como fin otra sociedad. Nunca como ahora llegó a ser tan cierta la tajante aseveción de Lenin de que la conciencia espontánea de la clase obrera sólo puede ser reformista (Lenin ¿Qué hacer? O.E.V .I Moscú, 139-140.) 

No se trata de negar que la gente no se aperciba del sufrimiento que esta sociedad le causa. Se trata de que la totalidad de la vida cotidiana y, en consecuencia, de la experiencia de cada individuo está totalitariamente organizada por el capitalismo, y que no existen elementos sensibles que aparezcan a la conciencia de las gentes como autónomos. No existen elementos concretos y reales que permitan la menor intuición sensible sobre otro modo de vivir. El individuo sólamente conoce un modo de organizar y producir la vida, el modo de producción capitalista. En esta situación de falta de alternativas vitales concretas, la misma rebeldía, experimentada princi­palmente por jóvenes, fruto de la exasperación entre la propia vida cotidiana y, que les impulsa a abandonar las formas de vida organizadas por el capitalismo, conduce a la falta de formas concretas -usos, costumbres- con las que poder vivir la vida, y por lo tanto, a la desorganización de la propia vida cotidiana. En esta situación, el indi­viduo se queda sin pautas de actuación conocidas, hasta tal punto que no puede preguntarse qué quiere hacer, qué desea seleccionar; el joven, queda sometido como resultado de esto, a la inactividad interior de su YO porque no puede adoptar decisiones exteriores de vida. Sin alternativas concretas de vida cotidiana, el abandono de las existentes produce la desestructuración de la vida cotidiana del individuo, y ésta acarrea la parálisis de la capacidad de decidir y optar -que se produce entre alternativas de selección concretas-, el enmudecimiento de la reflexión interior, la disgregación del yo, la autodestrucción de la personalidad y/o la agresividad. Es el vacío interior; crece la enfermedad mental; la droga se convierte en un necesario medio de no-vida. Es el caso de la multitud de muchachos "colgaos'' sin perspectivas vitales. ¿Cómo posibilitar que la rebelión sea revolucionaria y no autodestructiva?

Esta desestructuración del yo es la misma que, por su parte, padece el parado, falto de recursos económicos para vivir en un mundo en el que todo debe ser comparado mediante dinero, y sin el cual no pueden ser realizados los usos y costumbres existentes. En tal situación, el parado dispone de todo el tiempo y de ningún medio. No existe posibilidad alguna de utilizar el propio tiempo para producir u orga­nizar cosas o actividades con las que poder resolver necesidades: no hay medios a su alcance. Cuando no se posee dinero, disposición de compra, el tiempo libre es tiempo muerto. El individuo nada puede hacer, su vida cotidiana se detiene, el yo se desorganiza y enferma. En periodos anteriores al capitalismo, también hubo paro y pobreza masivas. Hubo también, pobreza en otros modos de producción previos. Sin embargo "la marginación '' no era sino un fenómeno verdaderamente marginal: vagabundos, algunos grupos de población transhumante.... aún sin tener dineral el tiempo libre podía ser empleado en algo. Hoy la gente, bajo el capitalismo, sufre el doble expolio de ser explotados como trabajadores y de haber perdido el control de su vida cotidiana. La izquierda revolucionaria, carente de la adecuada comprensión del fenómeno y sus consecuencias, queda entonces convertida en el ala arcaica de una batalla doble y perdida. 

Estrategia alternativa de lucha ideológica: organizar la nueva cotidianeidad, o doble poder 

La cotidianeidad que ha creado el actual capitalismo, esto es, el Ser Social organizado por él, crea una consciencia espontánea totalmente enajenante. Como hemos señalado, el sistema es percibido como el único posible y el único"natural", dado que ya no quedan esas otras formas de vida y de producción, basadas en otros valores, que con su sola existencia muestran en concreto la posibilidad de otras alternativas. De otro lado, las relaciones económicas capitalistas, de por sí difíciles de compren­der, se han hecho tan complejas, con la aparición de un mercado capitalista plane­tario, que, para un individuo cualquiera, resulta incomprensible desde su percepción cotidiana el porqué de las crisis económicas y el origen de su sufrimiento. El hecho de que la actual miseria venga acompañada por la introducción de nuevas tecnologías, le hace creer, erróneamente, que el problema del paro lo genera la nueva técnica. De otro lado, sabe por experiencia que la técnica es buena, al menos en principio: se resigna. Plusvalía, tasa media de ganancia, imperialismo..., no son conceptos pro­pios del pensamiento cotidiano, antropomórfico, situacional, simpráctico y concreto. De su experiencia privada obtiene la impresión de que este mundo va a ser eterno y que no hay otro posible; de que las cosas no dependen de la voluntad de las personas, y ahí acierta en parte: es la competencia capitalista en el mercado la que oca­siona el caos, no los deseos de los burgueses. Pero al percibir que no es la voluntad del capitalista la que provoca la miseria, considera que existe una fuerza superior a las personas que lo decide todo. El pensamiento cotidiano, precisamente por ser antropomórfico y concebirlo todo por analogía con los acontecimientos cotidianos, tiende a creer que la lógica de los sucesos que escapan a la voluntad de las personas depende de la de otra super-persona, eterna y todo-poderosa. El aumento de la dificultad de comprender el mundo, cuya dinámica es cada vez más lejana a la voluntad de los individuos, redunda en el aumento de la necesidad enajenada de la religión. Pero en la actualidad se produce una nueva paradoja. Las religiones insti­tucionales se basan en el sentimiento religioso para normarlo y canalizarlo, mediante el ordenamiento de pautas y preceptos que organicen la vida cotidiana de una deter­minada manera. Ahora bien, el capitalismo ha invadido la esfera de la cotidianeidad y la ordena mediante la producción; esto hace que los preceptos religiosos no puedan ser llevados a la práctica como normas de vida cotidiana. En la actualidad el capitalis­mo provoca la contradicción de aumentar la necesidad de la explicación religiosa en la gente e imposibilitarle, sin embargo, su cumplimiento. Como insisten las autori­dades religiosas, nunca se ha pecado tanto. Quizá por ello la gente adopte, como solución de salida, creencias de tipo astrológico y fetichista que sacian su necesidad antropomórfica de explicación de las cosas, sin ir aparejadas con sistemas de nor­mas y preceptos. El caso de la religión debe servirnos como ejemplo distanciado para comprender, en parte, nuestra propia situación. 

Si, en el presente, el discurso ideológico propagandístico del revolucionario, que rompe con la experiencia antropomórfica cotidiana y, carece por ello de apoyatura intelectual en el pensamiento cotidiano, suena entonces a algo irreal. ¿Qué hacer? La experiencia leninista sabe que la respuesta es la organización. Se trata de comenzar a crear ya ahora, un nuevo Ser Social, a partir de valores revolucionarios de igualdad, solidaridad y protagonismo de masas, que genere la nueva Consciencia Social. Para ello hay que partir de las necesidades que el capitalismo crea en la vida cotidiana de la gente, comenzando por las más agudas y perentorias, y buscar soluciones a las mismas, mediante formas organizativas de masas, que permitan a la gente luchar para conseguir esas metas concretas. Buscar soluciones fundamentadas en la ética comunista que, además, no sean escapistas, ni marginalizadoras. En el trabajo, la "cultura de fábrica", basada organizativamente en el poder del comité de empresa, y que desborde lo salarial.(Vid. el Gramsci de los Consejos). En el barrio, la asociación de vecinos y las organizaciones cívicas, etc. Se trata de crear toda esa"amplia red de trincheras y casamatas", que alcance a organizar a todos los sectores populares y del movimiento obrero (en todos los ámbitos de la vida cotidiana) y, en especial, a ese tercio de la sociedad que, debido al paro, se mantiene en un inmenso ghetto, tanto económico como organizativo. El movimiento obrero organizado no alcanza a llegar allá mediante el sindicato y demás expedientes tradicionales tanto programáticos como organizativos. 

Organizarse para lograr una meta, por pequeña que esta sea, crea una experiencia inmediata, en cada individuo, de poder; se percibe la capacidad que se posee de protagonizar la propia existencia y de cambiar las cosas y, esta percepción intelectual pertenece también al pensamiento cotidiano. Esta experiencia, fruto de la or­ganización para la acción, da comprensión directa de que no se está solo y, de que los demás son seres insolidarios y hostiles. Organizarse crea solidaridad y la difunde. Ante esta nueva situación, el discurso teórico comunista vuelve a adquirir un sentido, conferido por la propia experiencia concreta de cada uno, de que es posible cambiar las cosas. 

El conjunto de organizaciones de masas crea un nuevo Ser Social, una nueva cultura de la vida cotidiana que genera una nueva Conciencia Social, y en consecuen­cia cimenta el bloque revolucionario o Doble Poder

Pensar la lucha ideológica como Organización supone superar la concepción de la Hegemonía en términos de control de las sobreestructuras, y abandonar el análisis de la Sociedad Civil que la interpreta como un conjunto de instituciones sociales de carácter público, para recuperar el estilo de Lenin. Es particularmente relevante, al respecto, su "Informe al C.C. del P.C. de Rusia, de 1922'' (O.E., Vol. III pp.697-737). Discute allí Lenin sobre la forma en que los bolcheviques deben mantener su he­gemonía sobre toda la sociedad, y muy particularmente sobre el campesinado. Al argumentar sobre el asunto, Lenin no menciona los medios de comunicación de masas, a pesar de que el partido los controlaba todos. También desestima que sea la carencia de poder político la que esté poniendo en crisis la capacidad de dirigencia del partido: "El poder político es absolutamente suficiente" (pág.718 y ss.). Igualmente rechaza las medidas de tipo administrativo, desde los aparatos del estado, como medio de ejercer la hegemonía (Especial para eurocomunistas): "Si nos fijamos en Moscú, -4700 comunistas ocupan cargos de responsabilidad- y observamos esta mole burocrática, ese montón, nos preguntamos, ¿quién conduce a quién? Pongo muy en duda que se pueda decir que los comunistas conducen ese montón (719). Para Lenin, ha de ser directamente el partido, militante a militante, actuando desde el seno de las masas, el que sostenga la hegemonía revolucionaria. Escuchando y atendiendo cuáles son las necesidades de la gente, primero. Poniendo en marcha, después, un proceso organizativo que incida sobre la vida real de la gente, con el fin de resolver sus necesidades y (demostrar que) constituyen una de las formas en las que se puede organizar con acierto la emulación, demostrar que nosotros sabemos establecer la conexión con la economía campesina no peor que los capitalistas, que podemos satisfacer sus necesidades que podemos ayudar al campesino a avanzar tal como es ahora, pese a toda su ignorancia (.) Este es el género de propaganda que presenta ahora todo el fondo del problema, he ahí la clave de la economía.

Organizar la ideología: el partido leninista, el frente de izquierdas

El partido de organización leninista es, no en vano, el auténtico ideólogo de la revolución. Este poder se lo confiere, precisamente, la capacidad de organizar a la gente que su estructura le proporciona, y la posibilidad de impulsar o crear todo tipo de asociaciones populares y frentes de masas. El partido leninista es el intelectual orgánico de la lucha por el comunismo, precisamente porque la ideología, no se genera fundamentalmente, desde el cine, la literatura, la universidad, la T.V... Si así fuera, no podríamos iniciar la lucha revolucionaria hasta tener el suficiente número de cineastas, novelistas, emisoras, etc., es decir, nunca. Pero como la ideología se genera mediante la organización para la lucha, cualquier camarada, aun el menos instruido, tiene la posibilidad de generar ideología. Para esto es preciso mantener y reforzar el tipo leninista de la organización, que es lo que confiere al partido la capacidad de ayudar a las gentes a autoorganizarse, y da eficacia al trabajo de cada comunista en los frentes de masas. De ahí la necesidad de organizar al partido en pequeños grupos, diseñados, a su vez, para estructurar a la gente con el fin de la acción. El pequeño grupo que tiene una tarea específica (todos sus integrantes la misma) en un segmento social concreto y determinado (empresa, asociaciones de vecinos, etc.), con unos claros objetivos concretos. El pequeño grupo que se coordi­na con otros pequeños grupos de comunistas que trabajan en segmentos sociales del mismo tipo para intercambiar experiencias y elaborar una política concreta co­mún: la célula. La célula da al militante otra percepción inmediata, al margen incluso de la teoría, de lo que es la política y le permite hacerse una idea cabal de su propia ca­pacidad de cambiar las cosas. El modelo organizativo de la célula -donde este se mantiene-determina la comprensión de la política como organización de las personas para la acción, y no como actividad de comité electoral-institucional. La difusión de la ideología revolucionaria depende del carácter leninista de la organización del partido: el verdadero ideólogo del partido leninista es el responsable de Organización. 

El frente de izquierdas: organizar la ideología de masas 

El Frente de Izquierdas adquiere, a la luz de lo expuesto, trascendencia de primer orden, y se convierte en objetivo inmediato del quehacer político para generar ideo­logía revolucionaria. El Frente de Izquierdas constituye el mayor acierto teórico de la política del partido, si bien está aún vacío de concreción. El Frente de Izquierdas configura el Bloque formado por infinidad de organizaciones de masas de múltiples tipos, que se puede constituir en Doble Poder revolucionario. Una primera reflexión sobre el tema, útil hoy, que aún carecemos de experiencia concreta de trabajo, en esta línea, nos la proporciona el análisis de lo que fue la Asamblea de Catalunya, organización que agrupaba a multitud de asociaciones cívicas y de masas, empujadas desde su seno por las células del partido. 

La segunda formulación, teóricamente interesante, pero excesivamente especulativa y esquemática, fue la del triple bloque social ecologista feminista y obrero. Esta propuesta, que debemos reconocer como la más imaginativa y constructiva, en el ámbito teórico, en muchos años (desde la añeja formulación del jamás nacido bloque Antimonopolista; ¿cuántos años son precisos para que el incumplimiento de una expectativa política la haga preescribir?), desdibuja el papel central de la clase obre­ra, esto es, de la explotación económica entre seres humanos, y convierte al trabajador colectivo en un movimiento y/o tradición emancipatoria más de las que luchas por la nueva sociedad. El registro empírico de datos sobre las movilizaciones y luchas, de por ejemplo los últimos diez años, no avala tal hipótesis. De otro lado, el reparto de papeles, temas y problemas realizado por esta propuesta teórica, y que puede ser fundamentado cuando se trata de movimientos de estricta observancia feminista o ecológica, resulta una caricatura de lo que ocurre en la realidad cuando se refiere al movimiento obrero y popular "tradicionales". No obstante, debemos reco­ger las agudas elaboraciones teóricas que se han hecho en torno al problema eco­lógico, al tema específico de la mujer, y en general, respecto del triple bloque revolu­cionario del presente, para enriquecer nuestro análisis y dar solidez a nuestra estrategia de masas. 

El Frente de Izquierdas es un objetivo a medio plazo, pero cuyo motor de arranque existe ya: lo es el sufrimiento, y las necesidades reales de las personas, que esta sociedad genera y no resuelve. Estas necesidades señalan los ejes que requieren propuestas organizativas concretas de masas, en cada empresa, en cada barrio. Un objetivo primordial, ya antes indicado, consiste en reconstruir la unidad del movimiento obrero, hoy fracturado a causa del paro; objetivo que, como señalamos, no puede ser cubierto desde el movimiento sindical. Unificar a quienes trabajan con ese otro tercio de la sociedad que permanece en el paro, requiere impulsar nuevas formas organizativas, y que seamos capaces de elaborar nuevos objetivos concretos de lucha (la nueva cotidianeidad) que recojan las angustias de esa gente que es nuestra. La rica tradición del movimiento vecinal de los años sesenta nos facilita una propuesta de organización de masas capaz de avanzar en la constitución de la nueva cotidianei­dad. Hay que crear un poderoso tejido de asociaciones de vecinos, que constituya la trama organizativa para los problemas nuevos, y que, además permita alcanzar a los segmentos de las vocalías de mujeres, dentro de las asociaciones de vecinos, o de las luchas vecinales contra la degradación del medio ambiente, que convirtieron a ambos problemas en objeto de verdadera lucha de masas, muestran vías organiza­tivas que permitan suscitar la nueva ideología revolucionaria. Queda, con todo, mucho que reflexionar, sobre todo, respecto de cómo alcanzar a la juventud marginada; pero esa es una reflexión larga y que corresponde a todo el Partido. 

En conclusión el partido leninista resulta indispensable para organizar y dirigir este bloque de masas, y de ahí nuestra responsabilidad. Sólo el partido leninista puede lograr que se articule el nuevo Ser Social que genere la nueva consciencia Social; sólo el partido leninista puede conseguir que la mayoría de esta sociedad deje de ser el ala arcaica de una batalla doble y perdida, precisamente -y no por otra razón­ porque la ideología se organiza.




Texto aparecido en el núm. 8 de la Revista Realitat, págs. 33 a 46. Marzo de 1989. Se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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