La libertad de Vargas Llosa (1984)

La libertad de Vargas Llosa

Joaquín Miras



Durante los últimos días, la prensa se ha hecho eco de la opinión que el famoso escritor peruano Mario Vargas Llosa tiene sobre Cuba y sobre los intelectuales que defienden aquel proceso revolucionario. La crítica del escritor peruano se basa en la valoración de que en la isla antillana no existe libertad. De otro lado, el mismo personaje ha manifestado que considera libres a países como el suyo: el Perú. Cuando de la comparación entre el Perú y Cuba, o de Cuba y los EE.UU., donde, si bien el ejército no asesina campesinos y periodistas, hay 14 millones de parados y cuarenta y tantos millones de pobres, se concluye que son países libres Perú y los EE.UU., cabe preguntarse por los criterios en los que se fundamenta este juicio.

Libertad instrumental

Según la opinión de Vargas Llosa, es libre quien puede elegir médico, decidiendo a cuál de los consultorios privados piensa acudir; quien puede decidir cuándo se comprará auto y de qué modelo; quien puede utilizar su dinero libremente invirtiendo, o desinvirtiendo si esa es su conveniencia; quien puede optar entre trabajar o no, a su libre albedrío y sin ser sometido a coacciones; quien no debe responder ante nadie de los conocimientos adquiridos en sus estudios, etc... Si a esto se añade la posibilidad de elegir periódicamente y entre varios partidos a aquel que será el encargado de limpiar las calles, organizar el tráfico rodado y velar por que nadie le impida obrar según su conveniencia en asuntos como los antes indicados, tendremos en esquema el ideal de libertad de nuestro novelista.

El problema es que para poder elegir médico privado hay que estar en condiciones de poder pagar la consulta; para poder plantearse la adquisición de un automóvil hay que tener más que lo preciso para comer; para poder invertir y desinvertir en libertad hay que ser rico, lo cual sólo se logra a costa de los que no lo son; para poder optar entre trabajar o no, primero hay que tener trabajo, y segundo hay que disponer de una fortunita personal lo suficientemente notable como para vivir con desahogo, en caso de decidirse por la perpetua holganza. Y eso en el mismo mundo de los millones de parados, millones de amiseriados, millones de muertos de hambre -en su literal sentido- y cuentos de miles de asesinados por patrióticos ejércitos porque se rebelaron contra tal estado de cosas.

Según esta concepción, la libertad es un instrumento que permite, a quien posee los medios, realizar sus deseos; además la libertad así entendida, le defiende a uno en su derecho a poseer esos medios frente a quien no los posee: "¿qué libertad sería ésa si no?". Está claro que esa concepción de la libertad, que consiste en garantizar la plena permisividad a quien pueda ejercerla, sin plantearse previamente si en el "quien" están incluidos todos, nada dice sobre cómo han de ser libres los que nada tienen.

El concepto marxista de libertad

Frente a esa concepción de libertad que, sólo en las leyes, tienen todos por igual, se encuentra la concepción marxista de la libertad. Según Marx, la libertad de una persona comienza allí donde termina la necesidad. Este concepto de libertad no es formal ni abstracto, es totalmente concreto: allí donde haya necesidad, es decir, allí donde haya un solo individuo que esté necesitado, allí no hay libertad; el criterio que sirve para medir el grado de libertad existente en una sociedad no es, en este caso, el de los derechos reconocidos en las leyes -las leyes nos podrían reconocer el derecho a ser inmortales, ¿y qué?- sino el grado de satisfacción real de las necesidades de cada individuo y el grado real de disposición y control que tiene cada individuo sobre las riquezas de la sociedad, teniendo en cuenta, además, que las necesidades de un individuo no son más importantes que las de ningún otro y que, en caso de escasez de recursos, se impone satisfacer a todos, las más básicas. En el marxismo, la noción o idea de libertad es inseparable de la igualdad -libertad para todos-, y ambas existen en la medida en que pueden ponerse realmente en práctica, y no en la medida en que al ciudadano le reconozcan que, de poder llegar a ponerlas en práctica con sus propios medios, estará en su legítimo derecho.

De ahí que, para un marxista, una sociedad de la que se ha desterrado la miseria, la enfermedad y el analfabetismo, que garantiza a todos sus ciudadanos sin exclusión las condiciones básicas para vivir como seres humanos, no pueda en absoluto ser comparada con otras que, por opulentas que sean, someten a sus miembros al paro y a la miseria. Los juicios que un marxista emite sobre la libertad de una sociedad no se basan en lo que sus leyes permiten o garantizan, sino en el grado de sufrimiento humano o de felicidad que determinada organización social es capaz de generar; no se trata de reprimir la crítica por dura -y leal- que ésta deba ser, sino de evitar la frivolidad cómplice. Quizá el mismo espejismo, ya muerto y enterrado de un capitalismo de vacas gordas y modales civilizados -el mismo que nos condujo a la desorientación y al eurocomunismo- sea también la causa que ha inducido a algunos a menospreciar la importancia histórica de conquistas sociales como las logradas, para todos, en Cuba. Ahora que de nuevo la hambruna vuelve a ser moneda común incluso en el occidente capitalista -en otras regiones del planeta siempre fue endémica- puede ser un buen momento para replantearse el asunto según criterios realmente humanistas, es decir, concretos. Entre tanto, y por si Antígona sigue queriendo conseguirlo "todo y de una vez" sin admitir matización entre el comer y el no comer, dejemos constancia de la paradoja de que, en estas postrimerías de civilización en que nos tocó vivir, el discurso Reformista, socialmente integrado, se avino mejor con la desmesura Romántica que con la moderación ilustrada.



Texto aparecido en el núm. 90 del periódico Avant, pág. 2. 10 de mayo de 1984. Se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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