La hegemonía cultural y los aparatos de estado (1983)

La hegemonía cultural y los aparatos de estado

Joaquín Miras



El jueves 14 de abril, fecha que volvió a transcurrir sin pena ni gloria, el rotativo "El País" insertaba en la página 23 la noticia de la clausura del I Congreso de la Unión profesional, que reunió en Madrid a 700 representantes de Colegios Profesionales. La intencionalidad del Congreso, expresada por uno de sus más relevantes asistentes, Antonio Pedrol Rius, presidente del Colegio de Abogados de Madrid y personalidad calificadamente reaccionaria, es la de reorganizar la unidad entre los "profesionales" (de la que nace la fuerza para ejercitar una "moderación del poder" [sic] que permita que las decisiones que afecten a los profesionales no se tomen al margen de ellos). En las conclusiones de una de las ponencias, según el resumen del mismo diario, se exponía que "los colegios profesionales representan una actitud de defensa de la sociedad (sic) y no de meros, aunque legítimos, defensores de intereses profesionales o particulares".

No es difícil comprender el significado real de ambas citas; los Colegios Profesionales están dispuestos a convertirse en un grupo de presión que actúe directamente sobre el gobierno (Rius), y se intenta legitimar esto arrogándose con impávido descaro una representatividad social que nadie les ha suplicado que acepten, pero que ellos están dispuestos a asumir a pesar de todo. Los demás se proponen suplantar a los sindicatos -ya lo hacen- en su función de defensores de los intereses sociolaborales de los trabajadores. Resulta también muy esclarecedor sobre el carácter ideológico del congreso el llamado "decálogo de la moral profesional", elaborado en el mismo, y en el que se manejan principios como "dignidad" (?), "compañerismo", "respeto a los demás profesionales", etc.

La hegemonía cultural

Evidentemente, el presente Congreso, cuya importancia a nadie debe escapársele, ha de ser entendido como un nuevo y muy serio intento del capitalismo de afianzar aún más su ya bien afirmada hegemonía sobre los otros sectores sociales. Se trata en este caso de organizar y encuadrar dentro de su proyecto la hegemonía cultural a la mayoría de los intelectuales -"profesionales"- españoles, mediante el relanzamiento de la actividad de esos organismos corporativos que son los colegios profesionales. En cualquier sociedad en que se mantenga la división del trabajo en manual e intelectual son los trabajadores intelectuales los que poseen el monopolio del saber y de las ideas; por lo tanto, asegurarse el control de estos sectores será un triunfo de enorme importancia para profundizar aún más la hegemonía sobre los otros sectores sociales, mediante la actividad cultural que los intelectuales realizarán sobre ellos, orientada en un determinado sentido político.

La noticia de "El País" viene precedida en el tiempo por una reunión de técnicos, profesionales y cuadros del PCC, celebrada el 13 de abril, en la cual quedó apuntado como tema un debate la conveniencia o no de que los militantes del Partido trabajasen en el interior de esas corporaciones, tal y como hubo que hacer en otros tiempos en los que no se podía desaprovechar cualquier posibilidad de encuentro con otras personas, incluidos los resquicios propiciados por el mismo sindicato fascista.

El debate no es trivial y, aunque se restrinja a la actitud política que se deba mantener respecto de un determinado tipo de aparato social, plantea en realidad el tema de la consecución de la hegemonía cultural revolucionaria.

La "guerra de trincheras" por la hegemonía

El problema de la articulación de un bloque popular revolucionario mediante la elaboración de una cultura nueva, orientada por valores comunistas, fue planteada a menudo por Lenin, muy especialmente por el "viejo Lenin", el cual reflexionaba angustiado sobre el hecho previsto de que, después de haber destruido el poder burgués, tras haber levantado un Estado revolucionario, esto no bastaba para mantener el consenso de la sociedad soviética, que ése se podía perder y corría serio peligro; que para garantizar la continuidad del proceso revolucionario era fundamental transformar previamente la cultura de las masas (ver, por ejemplo, "Sobre las cooperativas", en especial p. 788, 89, 91 y 92, Obras Escogidas vol. III, Ed. Progreso, Moscú), así como tener un partido culto, capaz de comprender y saber conectar con las necesidades reales de las mismas para elaborar alternativas reales ("El problema consiste en que un comunista que desempeña un cargo de responsabilidad -el mejor, el honrado a cara cabal, el más fiel, el que ha pasado por la cárcel y no ha tenido miedo a la muerte- no sabe comerciar, porque no es un hombre de negocios, porque no ha estudiado ni quiere estudiar eso y no comprende que ha de comenzar por el abecé (Informe político del C. C. del PC, XI Congreso pg. 708, Obras escogidas III volumen). Lenin había comprendido que la revolución no sobreviviría a través de medidas político administrativas, de "arriba abajo", sino gracias al impulso dado por un pueblo dotado de una nueva cultura, de "abajo arriba". El tema de la hegemonía cultural surgía como el decisivo para la supervivencia de la revolución.

La siguiente profundización teórica de importancia sobre el tema de la hegemonía fue realizado por Gramsci, quien retomó el hilo de la reflexión iniciada por Lenin y, a partir de él, se aplicó a intentar comprender el porqué del colapso de la revolución en Europa occidental y a resolver la profunda perplejidad, existente en las filas revolucionarias. Había surgido ésta como resultado del incomprensible incumplimiento de las expectativas revolucionarias, que habían sido tenidas por muy claras, tras la primera guerra mundial y cuando en los países derrotados o que habían salido de la guerra gravemente malparados -como Italia, relegada en los acuerdos de paz, etc.-, había cundido el desaliento, el odio contra los dirigentes políticos burgueses y la miseria, cuando el capitalismo se hallaba en plena crisis económica estructural, en los momentos en que el poder político mismo era contestado y despreciado abiertamente y, en ciertos países, incluso se veía incapacitado para organizar desde sus propios aparatos la represión sistemática. Es decir, cuando todos los "indicadores" tradicionales daban luz verde para el asalto revolucionario, precisamente entonces, las masas no respondían al llamamiento, permanecían pasivas y escépticas, sectores populares pasaban, incluso, a militar abiertamente en las filas de la reacción, y los mismos aparatos que controlaban y paralizaban a amplísimos sectores sociales populares organizaban la represión sangrienta de los destacamentos revolucionarios: éstos no habían conseguido salir del ghetto. Gramsci dejó constancia de que las teorías economicistas, es decir, todas aquellas que esperaban de la crisis económica el hundimiento del Estado (poder político + sociedad civil) y el éxito revolucionario, estaban totalmente equivocadas: "la sociedad civil se ha convertido en una estructura muy compleja y resistente a los "asaltos" catastróficos del elemento económico inmediato (crisis, depresiones, etc.): las sobreestructuras de la sociedad civil son como el sistema de trincheras de la guerra moderna. Así como en ésta ocurría que un encarnizado ataque artillero parecía haber destruido todo el sistema defensivo del adversario, cuando en realidad no había destruido más que la superficie, de modo que, en el momento del asalto, los asaltantes se encontraban con una línea defensiva todavía eficaz, así también ocurre durante las grandes crisis económicas; ni las tropas pueden, por efecto mero de la crisis, organizarse fulminantemente en el tiempo y el espacio ni -aún menos- adquieren por la crisis espíritu agresivo (...)" (A. Gramsci. Antología Ed. S. XXI. M. 1974, p. 421).

A partir de aquí, Gramsci propone que se realice un profundo trabajo de "cerco" o "lucha de trincheras", es decir, de lucha por la hegemonía cultural, que cohesione un amplio bloque en torno al proyecto revolucionario y le dé consciencia de la necesidad de la revolución.

Tras el período de la guerra fría, subsecuente a la 2a Guerra Mundial, y con el retorno a unas condiciones políticas nacionales e internacionales más o menos normalizadas, algunos partidos comunistas, particularmente el italiano, debatieron e intentaron poner en práctica estrategias que tuvieron en cuenta los análisis de Gramsci. Partiendo de la idea de que la batalla debía librarse fundamentalmente en el ámbito de la cultura en pugna por el predominio o hegemonía cultural, y teniendo también en cuenta aquella otra idea del gran revolucionario italiano según la cual la cultura se elabora y difunde mediante aparatos o instituciones sociales "trincheras", decidieron iniciar una estrategia de lucha por la hegemonía basada en la lucha por el control de las instituciones y aparatos de difusión de la cultura creados por la burguesía. Tuvo gran influencia en la adopción de esta particular solución estratégica la teoría de Togliatti del "Estado de nuevo tipo", formulación ambigua, que no aclara nada, y que se basaba en la pretensión de que, tras la derrota del fascismo, el nuevo estado italiano resultante ya no podía ser un clásico estado burgués, sino una democracia "avanzada", con grandes posibilidades de actuación por parte de la izquierda en los aparatos del Estado.

Tal teoría no era sino un intento de autoconsolación, después de haber tenido tan cerca -esta vez sí- la posibilidad de abrir un proceso revolucionario, al haberse convertido el PCI en la principal fuerza antifascista durante la guerra, con miles de hombres en armas. El proceso fue yugulado por el desembarco de un poderoso ejército aliado en Italia cuya misión era, no sólo combatir al muy debilitado poder fascista, sino asegurar el "control" de la península italiana.

También se debe tener en cuenta, para comprender el predicamento de tales planteos, el XX Congreso de PCUS, en el que Kruschev, en el intento por distender las relaciones con el mundo capitalista, propugnó la tesis -ya sostenida anteriormente en otros Congresos del PCUS por Stalin- de la posibilidad de una vía pacífica hacia el socialismo, dado el carácter democrático de los estados burgueses occidentales. No se puede decir que tales formulaciones fueran acompañadas de análisis teóricos sobre las características nuevas de tales estados.

Sean cuales fueren las razones que impulsaron la adopción de tal tipo de estrategia en búsqueda de la hegemonía, lo cierto es que las instituciones del estado burgués, tanto las políticas como las civiles, fueron consideradas como "conquistables", y se emprendió la "larga marcha a través de las instituciones". Cabe añadir que la nueva vía emprendida se basaba en una curiosa amalgama de ideas de Gramsci y de las anteriores ideas economicistas; y así se siguió tratando en los análisis teóricos de las "leyes inexorables" de la economía, y de sus "tendencias objetivas" -pero "lentas"- "hacia una etapa previa a la anterior a la precursora de la transición hacia", etc. etc. Planteamientos y conceptos en los que se basaban las amplias alianzas interclases propuestas como "bloque revolucionario", con gravísimas consecuencias para el significado del término "hegemonía", que no cabe explicar aquí por falta de espacio. 

Conquistar las trincheras enemigas, los aparatos forjadores de la hegemonía burguesa para ponerlos al servicio de la causa revolucionaria implicaba trabajar en el interior de esos aparatos para transformarlos, ya fueran éstos la administración, el ejército u otras instituciones de carácter civil, como los colegios profesionales, los clubs deportivos, etc. Se consideraba posible ir modificando, mediante la lucha ideológica, poco a poco, el carácter de clase de todos estos aparatos e instituciones, a la vez que desde ellos y en la medida que cambiasen, se iría irradiando sobre la sociedad la nueva cultura buscada.

El conquistador conquistado

El resultado obtenido, por el contrario, fue la integración de los partidos que pusieron en práctica tal método de trabajo dentro del propio estado capitalista, la conversión de los militantes, que a instancias del partido pasaban a desempeñar cargos o a trabajar en los aparatos burgueses, en leales gestores de los mismos, "comprensivos" defensores de las necesidades de las instituciones y de su pervivencia. De otro lado, los aparatos siguieron actuando sobre la sociedad de la misma manera que antes, produciendo los mismos efectos, si acaso con más eficacia por la leal gestión.

El problema es que no se había tenido en cuenta cuál podía ser el efecto de la propia estructura organizativa de los aparatos de Estado - políticos y civiles -. Se partió de análisis simplistas en los cuales el carácter de clase de una organización dada dependía de la manera de pensar y de la extracción social del personal que lo hiciera funcionar, sin tener en cuenta que:

1º) cualquier modelo organizativo impone un límite y encauza hacia un determinado objetivo y de una determinada manera las energías y medios que se intentan canalizar a su través; así un gobernador civil o un guardia urbano, si son, individualmente, honrados y de izquierdas, podrían actuar de manera benévola y comprensiva, pero a) no más allá de unos límites prescritos, pues hay tareas que le vendrían impuestas por la cadena jerárquica, y otras que vienen impuestas por la presente realidad, dada su actual organización global -p.e. organizar un poco el caos circulatorio, ya que eso sólo se puede lograr, en esta sociedad, de forma autoritaria- b) en cuanto cambie el agente de la acción, volverá la actuación a ser lo que era; c) lo que desde luego no podrán hacer es devolver a la sociedad la autoridad, el poder, que estas instituciones poseen sobre ella, cota que sólo la supresión de la división del trabajo manual e intelectual puede lograr; cualquier tipo de organismo especializado que rinde servicios a la sociedad fomenta la falta de protagonismo y la pasividad social.

2º) El carácter propio de la organización, jerárquico, piramidal, según el cual cada cargo otorga a quien lo desempeña un determinado poder sobre los miembros inferiores de la misma organización, ya sea mediante la capacidad directa de autoridad, o ya sea mediante el control de saberes o prestaciones y servicios, o de todo ello conjuntamente, hace que cada cargo pueda generar fácilmente en quien lo desempeña un interés en conservarlo, un deseo de mantenerse en esa posición de poder, y que se desarrolle en el personal de los aparatos una diferenciación de intereses, muy a menudo ridículamente mínimos, respecto del resto de la sociedad, por muy rojo que haya sido al principio.

La neutralidad del modelo organizativo de las "trincheras" culturales y políticas es una falacia; precisamente es en la estructura organizativa particular y en la separación aparatos sociedad donde radica el carácter de clase de los mismos. Por tanto, un partido que no advierta tal hecho y fomente entre su militancia el "entrismo", no solamente no conseguirá nunca elaborar una cultura nueva -mucho menos una basada en el protagonismo de las masas-, debido a la divergencia entre el medio elegido y el fin propuesto, sino que generará en sus propias filas ambiciones de poder, expectativas y deseos de ocupar cargos.

Si este ha sido el desgraciado resultado obtenido de una determinada hipótesis de solución al problema de hegemoneidad, ¿qué hacer? En buena lógica marxista, lo primero que se debe hacer es reconocer que también de los errores se aprende, que el camino hacia el socialismo está empedrado de fracasos y derrotas, y que lo primero es, por lo tanto extraer todas las consecuencias de los resultados obtenidos. Volver a recordar cuál era el problema a resolver: la elaboración de una cultura alternativa que articule un bloque mayoritario, disgregue la cultura burguesa y vacíe sus aparatos descomponiendo el bloque de masas que se integra en su entorno.

Esa cultura revolucionaria alternativa ha de ser claramente diferenciada de la burguesa; ha de basarse en el conjunto de enormes problemas que la crisis de civilización capitalista crea a los seres humanos, problemas cuya solución real no puede darse en la presente sociedad (explotación, opresión femenina, destrucción de la naturaleza, paz...), ya que los comunistas hemos de ofrecer soluciones orientadas por nuestros valores: igualdad-libertad, sintetizando a partir de ahí la nueva cultura, el hombre nuevo. Pero, además, si queremos que esa nueva cultura vaya comenzando a articularse realmente, vaya comenzando de verdad a difundirse, ha de descansar o apoyarse sobre unos aparatos o "trincheras", también diferenciados y nuevos, y no integrados ni integrables en el Estado burgués. Evidentemente, esos aparatos alternativos, verdaderos contrapoderes o núcleos de contrariedad, deberán poseer una forma organizativa de carácter no jerárquico, para que se imposibilite la aparición en su seno de cargos que generen en quienes los desempeñen intereses particulares para que las masas que se organicen en ellos se vean obligadas a discutir, a actuar, a protagonizar sus destinos ya desde ahora -nueva cultura- y a comprender que han de reclamar todo el poder a quien lo detenta: democracia directa. Por muy poco dibujadas que esas nuevas trincheras alternativas estén, por débiles que sean, ya existen como embriones: son los movimientos de masas articulados en torno a problemas reales: son las organizaciones de masas del movimiento obrero revolucionario tradicional, son el movimiento feminista, el ecologista el de la Paz, y, por supuesto, es el intelectual colectivo, el sintetizador de la cultura elaborada a partir de esos problemas: el partido revolucionario; un partido que, para poder cumplir con su misión ha de ser necesariamente culto.



Texto aparecido en el núm. 48 del periódico Avant, págs. 9 y 10. 9 de junio de 1983. El artículo se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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