Responsabilidad de los intelectuales (1983)

Responsabilidad de los intelectuales

Joaquín Miras



En el período que atravesa­mos -''momentos difíciles de barcos naufragando''-, se produce en las filas del desta­camento revolucionario de nuestro país una clara desmo­vilización colectiva de los inte­lectuales que estuvieron organi­zados en él, y que resulta nota­bilísima incluso si la compa­ramos con el enorme reflujo general del movimiento revolucionario.

Justificaciones de los intelectuales

Las razones con las que mu­chos marxistas justifican su ausencia a la cita revoluciona­ria que representa nuestro par­tido se fundamentan en dos argumentos. De un lado, que un intento revolucionario debe basarse en un conocimiento profundo de la realidad social que se pretende transformar, ese conocimiento no existe hoy por hoy. De otro lado que, dada la elemental formación de la militancia comunista -la de nuestro partido, se entiende: no hay otra-, resulta inútil la vin­culación orgánica a nuestro colectivo.

Ciertamente, la mayoría de la militancia del partido posee poca formación marxista y cul­tural, en general, consecuencia de su extracción social, de la anterior política del Partido y de cuarenta eficaces años de fascismo. Aquí y ahora, nues­tro partido dista de ser la organización ilustrada que Lenin o Gramsci prefiguraron en sus escritos.

Saber y valores morales

Ahora bien, es una frivolidad, que acarrea gravísimas consecuencias y que no se entiende en intelectuales marxistas revolucionarios, con­fundir la mala capacitación científica de la mayoría de los militantes comunistas y, conse­cuentemente, las filtraciones de comportamientos reaccionarios en su vida cotidiana, posibili­tadas por la falta de formación -p.e. machismo, consumis­mo, conservadurismo cultural en general-, con la carencia de unos valores morales revolucio­narios -que, a pesar de todo, orientan sus vidas hasta el extremo de dedicar su existen­cia a la lucha revolucionaria y asumir cotidianamente riesgos tales como el de ser despedidos, e incluso otros físicos. No se puede confundir la ciencia con la cultura en general, despreciando así otras formas de consciencia como son, en este caso, los valores morales, y esto vale tanto dicho en general como para la lucha revolucio­naria. Porque la lucha revolu­cionaria no se fundamenta en unos análisis científicos que permitan comprender nuestra civilización actual en toda su complejidad y especificidad -y que, desde luego, son indis­pensables-. Por el contrario, para que existan sujetos -seres humanos- que puedan estar necesitados de esos saberes y análisis científicos, han de exis­tir previamente seres humanos que partan de la consideración moral de que ''esto'' está mal; que esta civilización es mons­truosamente injusta, es decir, inmoral, y que, por ello, están dispuestos a hacer todo lo posible para revolucionarla: incluso estudiar. A muchos de nuestros camaradas se les podrá criticar -y será acertado- por no poseer los cono­cimientos científicos adecuados para realizar una correcta tarea revolucionaria, pero nadie podrá negar que el colectivo de individuos de este partido es el depositario de esos valores morales alternativos o revolu­cionarios, sin los que no es posible que exista revolución ni ciencia revolucionaria, y tam­poco se podrá negar que este colectivo los pone en práctica en la medida de sus conoci­mientos. Es asimismo innega­ble también que el reformismo socialdemócrata ha intentado siempre deshacerse de la moral -el Marx ''filosófico''- y quedarse con la ''ciencia'' -el Marx ''científico''-; esa ha sido siempre la manera de con­vertir el marxismo en una mera y académica descripción de la sociedad, la cual, según esta interpretación, se dirigiría ya, supuestamente, de forma gra­dual e inexorable hacia el socialismo. Queda, así, liqui­dado de un plumazo el papel de los individuos humanos. En la realización de la historia, al suprimir como "ideológica" o ''ineficaz'' la posibilidad de organizar las voluntades de quienes rechazan esta sociedad con el fin de transformarla. Es cierto también, como ya he aceptado, que muchos de nuestros camaradas asumen planteamientos de vida cotidia­na reaccionarios, pero esto no es privativo de los camaradas del partido, ni siquiera de los trabajadores manuales; como escribe ese gran intelectual que es Eduardo Galeano "¿A cuánta gente usé, yo que me creía estar al margen de la sociedad de consumo? ¿No he deseado, o celebrado, secretamente, la derrota de otros, yo, que en voz alta me cagaba en el valor del éxito? ¿Quién no reproduce, dentro de sí, el mundo que lo genera? ¿Quién está a salvo de confundir a su hermano con un rival y a la mujer que ama con su propia sombra?'' (1). ¿Qué intelectual -añadamos­- podrá negarse, honestamente, a suscribir estas palabras, sobre todo si, además es de sexo mas­culino? 

La responsabilidad moral de los intelectuales

Una vez planteado correcta­mente el asunto, creo que queda claro hasta lo evidente la vaciedad de las justificaciones aducidas por los intelectuales marxistas que se han desmovili­zado, y la manifiesta obliga­ción moral que tenemos todos los intelectuales -los medio­cres y los de ''calité''- de in­corporarnos al proceso de lucha abierto por la constitución del PCC. Obligación moral de hacerlo sin esperar ''a ver qué pasa" ni a que nos ven­gan a rogar, porque los intelec­tuales no somos artículos de compraventa, ni nos dejamos querer por el más fuerte. Y obligación moral de hacerlo porque, precisamente, es responsabilidad de los intelectuales marxistas, uno a uno, cubrir ese enorme abismo que se produce en el Partido entre· la conciencia moral revolucio­naria y la ciencia. 

A mi juicio, es moralmente indecente menospreciar el esfuerzo y sacrificio que se articula en este partido nuestro, y es una paradójica insensatez desestimarlo expeditivamente porque se opine, quizá, que nuestra organización lo espera todo del "Este", y retirarse a cultivar el propio jardín esperándolo todo de no sé qué nuevas realidades venideras y no natas. La vanguardia moral de un país es, aparte otras consideraciones teóricas, un hecho sociológicamente empírico, y cuando esa vanguardia revienta -o es liquidada por los cuchillos largos, como p. e. ocurrió en Alemania-, se acaba el carbón y deja de existir moral en la sociedad. Entonces, hasta los más sesudos análisis marxistas quedan convertidos en una mera eutrapelia: divertimento virtuosamente moderado y conspicua, pía e irremediablemente inútil.

Consideración final

Para un intelectual existe siempre la tentación -sobre todo en ''momentos difíciles de barcos naufragando''- de ponerse a dudar sobre si se estará equivocando o no de opción: es un viejo defecto "de familia'' desear tener siempre un rincón en el álbum de fotos de la Posteridad. Desgraciada­mente no existe actitud más ridícula que esa, consistente en dejar de ser uno mismo quien protagoniza su propia vida, y bloquearse en el momento presente por lo que pueda o no llegar a ser el futuro. Quien no pueda, con todo, resistirse a tal género de dudas, que no se preocupe: dentro de cuarenta años los libros de historia le explicarán pormenorizadamen­te si, de haber llegado a adoptar alguna resolución práctica, hubiera podido llegar, o no, a equivocarse. En el ínte­rin, -el de la revolución o el de del libro de historia-, puede matar el tiempo elaborando alguna talentosa tesis doctoral que pueda serle útil para el curriculum; por si acaso: que las vírgenes prudentes tienen siempre la alcuza rebosante del aceite que mejor conviene a cada situación. 

[1] E. Galeano, días y noches de amor y de guerra. Ed. Laia. Barcelona 1978. P. 195. Premio "Casa de las Américas" 1978.



Texto aparecido en el núm. 32 del periódico Avant, pág. 10. 10 de febrero de 1983. El artículo se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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