Los nuevos movimientos de masas y la crisis de civilización (1982)

Los nuevos movimientos de masas y la crisis de civilización

Joaquín Miras



Las elecciones generales mostraron las consecuencias, catastróficas para el movimiento comunista, de la estrategia «euro», basada en el parlamentarismo, funda­mentada en propuestas económicas para la «nación», y que implican, por tanto, pactos entre las diversas «clases sociales nacionales»: estrategia que liquida así el componente internacionalista de nuestros principios, eliminando, por ello, de sus análisis tanto la miseria de las sociedades del llamado «Tercer Mundo», sobre la que se sostiene la abundancia occidental, cuanto la objetiva escasez de recursos -materias primas y energía- que se da en el planeta, y que son patrimonio de toda la humanidad. Esa misma política ha arrojado por la borda cualquier tipo de análisis del Estado en términos de clase, y ofrece al movimiento obrero una «vía hacia el soclalismo», que, en su gradualismo - «avance en la transición hacia el socialismo»- es un camino hacia ninguna parte. 

El partido tiene como misión priori­taria la recuperación de la alternativa revolucionaria, lo que consiste, precisa­mente, en la recuperación de la lucha política en el sentido comunista, es de­cir en la organización, potenciación y orientación de los movimientos de ma­sas, tratando de articular un bloque po­pular, de carácter revolucionario, lo más amplio posible, y perseverando pacientemente en la tarea de acumular fuerzas.

Fieles a este estilo de trabajo, los partidos comunistas siempre han estado vinculados al movimiento obrero, que históricamente ha constituido la espina vertebral de la corriente emancipatoria europea, y han desempeñado la difícil tarea de mantener los ideales revolucio­narios en épocas en las que tal cosa se realizaba totalmente a contrapelo.

La crisis de civilización

Pero junto a los problemas de estric­ta explotación económica generados por el capitalismo, de los que surge el movimiento obrero organizado y que han sido tradicionalmente el caballo de batalla de los PCs, se manifiestan en la actualidad nuevos y acuciantes proble­mas para el género humano, no menos graves y pavorosos, causados por el formidable desarrollo del capitalismo y de su capacidad de destrucción. 

El presente grado de desarrollo al­canzado por la sociedad burguesa des­vela claramente el carácter inhumano y peligrosísimo, no sólo de la organiza­ción de la producción bajo las relacio­nes sociales capitalistas, sino de la ente­ra civilización burguesa, que se mani­fiesta como contradictoria con los im­perativos más elementales de la vida humana -como p.e., su propia conservación como especie, sometida constantemente al peligro de la catástrofe nuclear-. Su deshumanización y la agresividad atentatoria contra la exis­tencia de la especie ha tenido como consecuencia la toma de conciencia, ante la evidencia de tales hechos, por parte de amplios sectores sociales, no movilizados anteriormente, entre los cuales adquiere fuerza la idea de que es toda la organización de la vida social, desde criterios burgueses, la que no res­ponde a las más elementales necesida­des de la vida humana, y por tanto re­chazan globalmente esta civilización desde posiciones claramente radicales.

Estos otros problemas abiertos en la humanidad por la particular organiza­ción burguesa de la misma, no por nuevos dejan de poseer un carácter es­tructural o central para el género hu­mano; de la solución de los mismos de­pende, a plazo corto, la supervivencia del ser humano sobre la tierra y la mis­ma posibilidad de la revolución. Esos nuevos y exasperantes problemas, generadores de poderosos movimientos de masas, no reciben, sin embargo, la suficiente atención teórica y organizati­va -tengámoslo en cuenta en nuestra próxima Conferencia de Organiza­ción- por parte del movimiento comu­nista y, en general, el movimiento obre­ro organizado, no se han realizado, desde esta corriente, en tanto que tal colectivo, análisis rigurosos de tales problemas, no se valora en lo que se merecen los movimientos generados por ellos, que son considerados como fuerzas «auxiliares», cuando no meros movimientos puntuales, o incluso sim­ples corrientes sociales extravagantes y risibles. Tres son los más importantes de entre los movimientos de masas ya configurados y articulados en el presente, y dotados ya de experiencia y tradición propia, aunque en grado diferente:

Tres movimientos:

a) El movimiento por la paz. El imperialismo viene desarrollando tradicionalmente una política armamentista nuclear y también convencional, de sumo peligro para la humanidad. En el presente, su agresividad ha alcanzado cotas de delirio. Esta política, que em­puja a la entera sociedad a su extermi­nio garantizado, ha suscitado en Occidente, E.U.A. incluidos, poderosos y estables movimientos de masas, articu­lados en torno a la evidencia de la inminente posibilidad de la destrucción de la especie humana. En estos amplios movimientos de masas se larvan, además, elementos de conciencia definidamente antiimperialistas, que pro­ponen como alternativas modelos de organización social solamente compatibles con una sociedad en la que hayan sido abolidas las clases sociales. La centralidad del problema planteado, la im­portancia estructural de su solución para la supervivencia de la humanidad y/o, consecuentemente, el carácter no «marginal» del movimiento de masas resultante de él, es algo que cae por su propio peso. 

b) La ecología. Otro gravísimo problema que ha sensibilizado y moviliza­do a nuevos sectores sociales, hasta ahora autoexcluidos de la lucha antica­pitalista, es el que concierne a la ecolo­gía o relación entre la humanidad y la naturaleza. El capitalismo, con su tre­menda capacidad productiva y su desarrollo de una civilización compulsivamente consumista y despilfarradora, amenaza con destruir los tenues equili­brios que se dan en la naturaleza, y que son los que permiten la existencia de un ser, tan frágil biológicamente, como es el hombre, mediante la polución, o en­venenamiento masivo y generalizado de la naturaleza. El mismo capitalismo, mediante el acelerado despilfarro de materias primas no renovables, y a la altura actual de investigaciones que permitan encontrar fuentes de materias primas y energía renovables y que no sean nocivas -es decir, "renovables" y "blandas"-, conduce a la humanidad, a pasos agigantados, hacia el hambre y la miseria irreversibles. Además de esos dos factores ya expuestos, el descontrol en el crecimiento de la humanidad y la explosión demográfica desencadenada por el capitalismo amenazan a plazo corto con hacer que las capacidades del planeta no sean las suficientes para subvenir las mínimas necesidades de to­dos sus habitantes, ni siquiera a partir de criterios basados en la austeridad y la frugalidad. La importancia central -vital- que la temática ecológica posee para la humanidad, la potencialidad revolucionaria y anticapitalista de los problemas que plantea, y, conse­cuentemente, el gran valor para la causa de la humanidad y del comunis­mo de los movimientos articulados a su alrededor, son evidentes. Las alternati­vas sociales necesarias para resolver es­tos problemas implican la más severa li­quidación de las formas y valores de la civilización burguesa, basada en el con­sumo, el despilfarro y en una noción de progreso según la cual éste consiste en la obtención de más objetos para uso privado. El capitalismo, con su lógica de la producción para la obtención de plusvalía y la competencia está incapacitado para resolver este dramático problema. 

La opresión de la mujer

c) La liberación de la mujer. El siguiente problema del género humano que vertebra en rededor suyo un amplio movimiento popular y que expresa ne­cesidades sociales que no pueden ser sa­tisfechas en la civilización capitalista es la lucha contra la opresión de la mujer. Considerar «marginal» una problemá­tica y una lucha como ésta sería «mar­ginalizar» a más de la mitad de la po­blación humana, sin cuya incorporación activa a la lucha revolucionaria no habrá expectativas para el socialismo. Este movimiento tiene especial importancia, además, porque obliga a la sociedad a plantearse los problemas e insatisfacciones que produce en las personas la vida cotidiana, organizada según los valores burgueses, y a buscar soluciones alternativas a su civilización.

Junto al movimiento feminista, y basado en inquietudes similares de crítica a la vida cotidiana, se hallan también los movimientos juveniles, que tan elaboradamente muestran su rechazo a la vida, tal como está organizada. A señalar también el movimiento de crítica que se produce en Europa entre gentes de alrededor de 30 años, producto de la cultura del consumo, y que, sin embargo, escandalizan y preocupan a la burguesía por su rechazo al consumo, al trabajo intensivo con el fin de obtener sueldos mayores, y a la aceptación de cargos jerárquicos. Los valores civilizatorios burgueses -el tener y el mandar-, son, una vez más, puestos en solfa. 

Estos nuevos e importantes frentes de lucha expresan necesidades fundamentales, generadas o agudizadas por el capitalismo, pero cuya solución definitiva no puede darse en el propio capitalismo, y requieren la organización de la sociedad socialista. Asumir los problemas humanos que dan lugar a estos movimientos sociales, elaborar, para ellos, alternativas orientadas hacia la revolución, acoger, de entrada en el partido, a las franjas conscientemente revolucionarias de estos movimientos, es un reto que el partido de los comunistas debe asumir si pretende aumentar, a partir de la sociedad histórica actual, un bloque social revolucionario hegemonizado por el ideario comunista. La tarea no resultará fácil, pues requiere un serio esfuerzo intelectual por nuestra parte: intentar la cristalización de ese nuevo bloque formado por el movimiento obrero y por esos otros movimientos implica la articulación en nuestra cultura revolucionaria de elementos culturales, también revolucionarios, cuya asimilación puede, ciertamente, resultarnos incómoda o chocante al proceder de tradiciones diferentes. 

Queda aquí planteada la tarea que tenemos por delante, que es, a mi juicio, la actualización a nuestros días del clásico concepto leninista de hegemonía, y que fraguó, en aquella etapa histórica, en la alianza entre el martillo y la hoz.


Texto aparecido en el núm. 23 del periódico Avant, pág. 10. 3 de diciembre de 1982. Se encuentra disponible online en el arxiu Josep Serradell.

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