La democratización de la cultura como política emancipatoria (1990)

La democratización de la cultura como política emancipatoria 

El materialismo histórico y la práctica política

Joaquín Miras

I.

1. El marxismo no es una práctica sino una teoría sobre la práctica, una praxeología 

El materialismo histórico (nombre genuino utilizado por sus fundadores) defiende una axiología antropológica, validada científicamente, que considera al ser humano producto de su propia acción, objetivada en cultura. En consecuencia, el ser humano no es considerado un ser determinado por la naturaleza, al menos en primera instancia. Con ello, el materialismo histórico plausibiliza el propósito de que el ser humano pueda llegar a gobernar su propio destino guiando conscientemente su actividad y decidiendo su organización social. 

Para el materiallsmo histórico el medio para llegar a conseguir esto es la actividad política (en sentido amplio: la obra de Marx y Engels trata mucho de la morfología económica de la sociedad, y poco de lo estrictamente político) orientada intelectualmente. 

La actividad debe ser siempre guiada y dirigida por la reflexión teórica tanto en lo que hace a los principios morales orientadores y al programa de sociedad futura, como a los análisis científicos sobre la realidad, y aquí debe ser criticada toda mixtificación antiteórica que asocie materialismo histórico con activismo falto de teoría; el materialismo histórico es, en primer lugar, la extensa obra intelectual de Marx y Engels en la que se agavillan, con un solo propósito, textos de las más variadas disciplinas intelectuales, desde la ciencia a la moral y la filosofía pasando por la política. 

Pero el materialismo histórico entendido como praxeología (como la entendían Marx y Engels, imbuidos por la ilustración, que consideraba al ''filósofo" como el ideal de intelectual, que debía ocuparse de su sociedad), impone que la teoría debe tener como objetivo, tanto la construcción y plausibilización de los fines del programa emancipatorio y de los principios éticos, como la orientación científica de la práctica, y, por lo tanto, debe dar respuesta a los problemas planteados por la acción emancipadora para guiarla. 

Salgamos aquí, de nuevo, al paso de otra posible malinterpretación: no es cierto que el materialismo histórico, en lo que tiene de componente científico, posea alguna diferencia respecto de lo que es la ciencia normal, sus procedimientos y protocolos. Tampoco es cierto que la ciencia normal se vea obligada a guiar prácticas tecnológicas para ser validada; la ciencia fundamental es tal al margen de sus aplicaciones. Pero el materialismo histórico es heredero legítimo de la ilustración, e intenta pláusibillzar científicamente y validar analíticamente, un programa ético-político que oriente la emancipación de la humanidad. Por eso el materialismo histórico, como decía M. Sacristán, es un exceso intelectual desde el punto de vista epistemológico de la ciencia normal (tiene un programa distinto heredado de la ilustración). Y por ello el materialismo histórico no puede conformarse con las versiones académicas del mismo. El esfuerzo intelectual del materialismo histórico, que, en su doble vertiente filosófica y científica es fundamental, debe abarcar como un punto cardinal de la reflexión teórica la tecnología para la transformación social: a) la reflexión sobre los problemas revelados por la práctica previa y b) la aplicación práctica de sus conocimientos para el logro de los principios emancipatorios. Por tanto, el materialismo histórico es un proyecto o programa emancipatorio con una concepción de lo que es el desiderátum de vida buena para el ser humano (que es el conjunto de valores primarios) y de los principios éticos que orientan este programa (libertad e igualdad que son los valores secundarios, pues se predican en concreto respecto de los primeros; no existe, en abstracto la "igualdad", sino que todos seamos iguales en cuanto al acceso a algo, en general, a la vida buena, a la apropiación de la propia cultura de la que estamos enajenados). 

Este núcleo teórico programático que orienta la acción debe ser plausibilizado analíticamente, librado de incongruencias internas, y además, debe ser acorde con los enunciados de la ciencia sobre la sociedad humana y el planeta tierra. La ciencia interviene también a la hora de efectuar el análisis de la realidad, con el objeto de dar eficacia a la acción política. Los mismos medios tecnológicos adoptados para organizar la acción emancipatoria (orientada hacia los fines programáticos) deben estar rigorizados conceptualmente y ser compatibles con las investigaciones de la ciencia. El análisis y la ciencia deben confirmar la consistencia intelectual de programas y medios de acción, pero éstos no deben ser confundidos simplemente con la ciencia y la lógica formal. La ciencia puede refutar un enunciado que afirme algo sobre la realidad, sobre el "es", pero no puede refutar enunciados sobre el "debe", el proyecto, precisamente por ser aún no fácticos y además expresarse en términos de preferencias ético-desiderativas.


II. ARGUMENTOS PARA LA DEMOCRA TIZACION DE LA CULTURA 

2. De la práctica como organización da la política a la práctica como organización de la cultura-civilización 

Durante un largo período de tiempo, los análisls de la izquierda partieron de la hipótesis que las fuerzas productivas de la sociedad constituían una variante independiente de los demás factores que componían la estructura social, incluidas las relaciones sociales, y que su desarrollo, una vez la sociedad estaba organizada por un sistema de relaciones sociales capitalista, imprimía a la sociedad una evolución hacia el socialismo. Este esquema fue adaptado según distintas versiones, todas las cuales trataban de fundamentar la existencia de un principio evolutivo de la sociedad que garantizase la transición al soclalismo, al margen de la voluntad de las personas, y garantizase, como una consecuencia más, la aparición de esa voluntad. En la última versión el motor del proceso era la revolución científico-técnica, que imprimía a la sociedad una evolución hacia el socialismo. 

 Esta interpretación, mediante la que el positivismo ha penetrado como ideología en la izquierda, fue complemento de anteriores concepciones heredadas de la revolución francesa, que fraguó el modelo a seguir por el pensamiento revolucionario europeo. 

El jacobinismo delimitó los medios e instrumentos a utilizar por los revolucionarios, reduciéndolos perniciosamente al conjunto de prácticas que se podían realizar desde la administración del Estado, o para la conquista del mismo. Con ello el Estado era comprendido como el instrumento único de diseño de la sociedad. 

En consecuencia, conforme a las interpretaciones de su propia tradición, los partidos de la izquierda revolucionarla debían desempeñar tan sólo un papel complementario o de "partera", esto es, de ayuda a las fuerzas ciegas u objetivas ya actuantes. Esta misión consistía en acompañar la evolución objetiva de la sociedad impuesta por las fuerzas productivas y remover los obstáculos que desde las "sobrestructuras políticas", desde los aparatos de Estado, se pudieran oponer, utilizando la administración del Estado (en según qué variante o estadio, y tras la expropiación, el Plan) como único instrumento activo de intervención consciente de las personas sobre la sociedad, Las nuevas formas de vida, la nueva cultura, en una palabra, el "hombre nuevo" se estarían gestando mientras, al margen de las voluntades de las personas, a consecuencia de la ''fuerza de las cosas" y con la única ayuda de las decisiones "políticas", en sentido restringido del término.

La ciencia refutó hace ya mucho tiempo este modelo intelectual, rechazando su teleologismo y poniendo en claro su inconsistencia. Sin embargo, el divorcio habido entre el pensamiento crítico y la izquierda revolucionaria durante decenios ha impedido que ésta se apropiara de los desarrollos intelectuales del saber para elaborar una nueva práctica revolucionaria.

La actividad de la izquierda ha seguido limitándose a la lucha en los aparatos estatales, o "sobrestructuras jurídico-políticas", con el fin, unas veces, de transformarlos, otras, de sustituirlos, aun cuando ya nadie creyera que estas actividades fueran el complemento de la realizada por otras fuerzas actuantes, ni que desde la administración del Estado se pudiera organizar la entera sociedad civil.

La consecuencia ha sido que, en la medida en que la Izquierda ha alcanzado el fin propuesto, la ocupación de cargos electivos en los aparatos de Estado, o la organización de nuevas maquinarias estatales, se ha encontrado gestionando simplemente los presupuestos generales del Estado, en sociedades donde la organización de la sociedad y de la cultura (del poder, por tanto) permanecían fuera del alcance de las actividades desarrolladas por la izquierda, cuando no seguían siendo capitalistas. La contradicción entre unos fines morales revolucionarios y unas políticas que no alcanzan a ser medios para aquellos, se ha saldado con el abandono de los principios morales y con la teorización "ad hoc" de que no son posibles, hoy día, revoluciones en sociedades "complejas". Sin embargo, lo acaecido últimamente en la RDA, Checoslovaquia y Hungría, son pruebas en contrario.

Por otra parte, la falta de construcción intelectual de un programa alternativo de sociedad y de cultura ha dejado a las masas populares carentes de una alternativa concreta por la que luchar, que no puede ser inspirada por la evolución de las "fuerzas productivas". El modo de vida impuesto inductivamente por el capitalismo mediante la producción de objetos para el consumo es el único existente.

En este desaguisado ha repercutido, además, otra confusión, arraigada también en el materialismo histórico, entre condiciones y fines de la emancipación. Las condiciones a partir de las cuales comenzar la lucha emancipatoria han de existir en la sociedad, han de ser las fuerzas sociales existentes, y la búsqueda de soluciones a las necesidades generadas y no resueltas por el capitalismo. Los medios o métodos de lucha han de ser relevantes para la mayoría, no deben consistir en propuestas de auto-marginación individual, etcétera. Las críticas al socailismo utópico basadas en estos criterios son acertadas. Hay que utilizar las ciencias para comprender la causa radical de la explotación y la opresión humanas. Pero no se debe esperar que las alternativas concretas a la sociedad existente surjan de la propia "evolución" de la realidad social, ni que puedan ser descubiertas, en la realidad existente, por la ciencia.

La alternativa de sociedad y cultura ha de comenzar a ser constituida intelectualmente, mediante debate democrático, desde el presente y ha de convertirse ya desde ahora en una meta a realizar aunque sea parcialmente. 

En consecuencia con lo escrito, la actividad política de la izquierda debe tener como objeto la elaboración de una nueva cultura en el sentido antropológico del término, basada en los valores morales del socialismo (igualdad y libertad), que presente alternativas concretas a la cultura capitalista y su manera de organizar la vida de las gentes. 

Para esto es preciso reelaborar el concepto de sociedad civil de manera que permita comprender en toda su complejidad el plexo de actividades humanas que están fuera de las instituciones estatales, y muy especialmente las que conforman la vida cotidiana de los individuos. Una concepción de la sociedad civil que sólo considere las instituciones ideológicas y/o públicas de la sociedad (iglesia, escuela, mercado, etcétera) impide la reflexión teórica sobre todo ese otro cúmulo de objetivaciones/actividades humanas individuales o colectivas denominadas "privadas" que abarcan la mayor parte de los actos de la reproducción del individuo particular. Es la entera cultura humana, todo el conjunto de relaciones sociales objetivadas que permite a los particulares reproducir su vida en cada uno de sus diversos aspectos, y no sólo las que regulan la producción, lo que debe ser conscientemente reconstruido para conseguir una sociedad emancipada. 

En esta tarea, la democracia ha de ser el fin y el medio. El fin, porque la sociedad emancipada, el socialismo, ha de ser la sociedad en la que los ciudadanos configuren y controlen democráticamente el entero sistema de actividades que constituyen su civilización. El medio, porque sólo una práctica política cotidianamente democrática, que permita a los ciudadanos debatir y luchar por las alternativas culturales al capitalismo, posibilita la articulación de una nueva mayoría social. La construcción de una nueva cultura es un proyecto de tal magnitud que sólo resulta hacedero con la participación cotidiana de toda la sociedad. La democracia resulta indispensable para la gestación de la nueva cultura. 


3. La cultura democrática y las constricciones impuestas por la naturaleza: la ecología 

El Marx clásico pensó la sociedad emancipada como reino de la libertad individual, o libertad de cada cual respecto de los demás seres humanos y de cualquier tipo de constricción social. Para expresar esto, en la críticia al Programa de Gotha, Marx utlilza la frase de Louis Blanc "De cada cual según su trabajo, a cada cual según sus necesidades". Premisa indispensable reconocida para la realización de esta meta es que las fuentes de la producción humana manen inagotablemente.

En este planteamiento lo fundamental es la ikmportancia dada a la realización individual de los seres humanos dentro de la propia civilización. No se entra a evaluar las consecuencias del desarrollo productivo alcanzado por la sociedad, que es considerado por definición positivo. No se analiza, en consecuencia, la interrelación entre la cultura humana y el medio ambiente. Ahora bien, la cultura es, en primer lugar, el sistema de actividades mediante el cual el ser humano metaboliza con la naturaleza, y gracias al cual obtiene su libertad respecto de la naturaleza.

La ciencia ecológica ha planteado una objeción insalvable a la plausibilidad de esa alternativa de sociedad emancipada, excesivamente imbuida por la ideología liberal, y cuya realizabilidad depende de un desarrollo enorme de tas fuerzas productivas. Ya hoy en día los equilibrios naturales que posibilitan la vida humana en la tierra han sido trastornados por el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas bajo el capitalismo. Las constricciones impuestas a la sobreabundancia de la producción hacen que no tenga viabilidad la hipótesis de una sociedad en la que cada ciudadano pueda consumir según su albedrío. La necesidad de planear y repartir implica que las instancias de articulación del acuerdo entre ciudadanos, las mediaciones estatales, no puedan ser abolidas.

En consecuencia, la eliminación de la enajenación, o dicho en positivo, la apropiación y control de la cultura por parte de cada individuo no es pensable a partir de la desaparición o flexibilización de las relaciones sociales y la libertad de cada individuo frente a los demás, sino mediante una organización democrática de las relaciones sociales, y de la cultura en general, que permita a cada individuo participar en las decisiones sobre los destinos de su sociedad. Como alternativa a un ideal de sociedad emancipada excesivamente fundamentado en principios liberalistas e individualistas, aparece la noción de una sociedad emancipada en la que los ciudadanos poseen la capacidad de poner de acuerdo por medios democráticos sobre el diseño de su cultura. Así la controlan y reparten equitativamente a fin de preservar los equilibrios naturales.

Esto impone que la reflexión sobre la sociedad comunista y la plenitud del individuo deba ser más compleja y articulada. Se necesita incluir en el programa de reflexión sobre el tipo de cultura posible dentro de los límites impuestos por la naturaleza, sin que esto suponga menoscabo para la realización del fin del socialismo: la realización del individuo. La plenitud individual se alcanza, según la cita de Goethe, tantas veces repetida por Lukacs, a condición de que cada individuo pueda desarrollar plenamente sus facultades y capacidades, no mediante el consumo o la competición individual por el estatus.

Sólo el socialismo posibilita la organización de una alternativa de cultura, y por lo tanto de consumo, compatible con las exigencias que plantea el equilibrio de los ecosistemas, y permite la creación de un sistema de necesidades humanas que pueda ser discutido y controlado por la propia colectividad social, sin que venga compulsivamente impuesto por el capitalismo. Esto es, además, condición indispensable para la realización de los individuos. En suma, sólo una sociedad en la que las fuerzas productivas (y demás objetivaciones culturales) estén sometidas a unas relaciones de producción democráticas establece la condición previa indispensable para lograr una relación sensata con la naturaleza.

El democratismo radical respecto de la entera cultura se impone como alternativa de sociedad comunista. Esto aconseja recuperar un tipo de argumentación, abandonada desde la antigüedad clásica, sobre la ''vida buena", el "género de vida" y sobre la conducción de la ''vida sensata", etcétera.

La tarea de elaborar conscientemente una nueva cultura democrática, o controlada por quienes viven en ella, que no sea agresiva con la naturaleza comienza ya en el presente; esa es la lucha por el socialismo.


4. Las características antropológicas de la personalidad contemporánea y la democracia

La civilización urbana produce un tipo de personalidad muy individualizada con fuerte conciencia de sí misma y necesidad de realización personal. Esto es resultado de la desintegración de la estructura estamental de la sociedad y de su sustitución por relaciones sociales funcionales. En la sociedad actual el individuo está siendo constantemente interpelado por "la vida" para que decida: qué amistades; qué compañero/a; qué estudiar; qué trabajo; dónde vivir; cómo organizar su vida; qué comprar y consumir; cómo emplear el tiempo libre; qué aficiones, etcétera. Todas estas decisiones que permanentemente se plantean en la vida, y que se plantean múltiples veces a lo largo de la misma, son un fenómeno inexistente en las culturas campesinas o tradicionales, en las que el nacimiento en el seno de una familia, en un estamento y en un lugar participar determinaba de forma fundamental el futuro de la persona. 

La individualidad nueva percibe como algo "natural" que los acontecimientos cotidianos la obliguen a decidir entre alternativas distintas. El individuo ha aprendido desde niño a preguntarse a sí mismo sobre lo que le gusta o le resulta afín, a evaluar sus capacidades y posibilidades, y a decidir, positiva o negativamente, sobre todo lo que le rodea, incluso destructivamente en los casos de inmadurez. El individuo actual tiene asumido que las decisiones adoptadas una vez pueden ser revisadas en el futuro, pues las circunstancias futuras en una sociedad contemporánea no son previsibles. El individuo actual asiste en su vida varias veces a transformaciones radicales de la sociedad. 

La necesidad de tener que elegir entre posibilidades distintas, por pequeñas que sean, y de tener que hacer ese ejercicio de libertad constantemente, singulariza a cada individuo, tanto por la conciencia de sí mismo que obtiene como por la distinta experiencia vital que produce cada particular selección entre alternativas, aunque estén ya estatuidas y por triviales que éstas sean. Esto ocasiona una fuerte individuación de la persona.

La liberación de la lucha por la inmediata subsistencia, cuya crueldad, antaño, dotaba de sentido inmediato a los actos de las personas, plantea a la nueva personalidad el problema del sentido de la vida, y la expone a nuevas formas de miseria personal, que en este caso no se corresponden con el hambre lisa y llana, sino con el paro, la escasez de recursos para organizar una vida independiente, la marginación en la actividad social, o la falta de sentido de lo que se hace. La destructividad de estos fenómenos sobre las personas es reflejada en las estadísticas sobre drogadicción, el alcoholismo, enfermedades mentales, etcétera. 

Todos estos rasgos antropológicos nuevos son características que incitan a cada individuo al ejercicio de la libertad, entendida como capacidad positiva de decidir, para actuar. En la medida en que la propia organización social frustra estas capacidades que genera, al no darles cauce, crea ese sentimiento/comportamiento de no estar concernido por la propia sociedad y sus destinos.

La elaboración de la nueva cultura del autoprotagonismo de la sociedad ha de tener en cuenta este hecho. La nueva individualidad exige la libertad de iniciativa individual, que, si siempre ha constituido un rasgo antropológico diferenciador del ser humano respecto de las demás especies animales, en nuestra civilización ha pasado a ser un rasgo muy acentuado y característico de la personalidad de nuestra época.

La nueva cultura sólo podrá existir si integra estas exigencias de protagonismo individual de las propias circunstancias y de la propia vida mediante la radicalización de la democracia, creando instancias de decisión capila-rizadas que permitan a los individuos implicados en toda actividad planear y decidir democráticamente sus propios actos.

Es una grave dejación intelectual de la izquierda el que hoy día "libre iniciativa" haya pasado a ser sinónimo de "competencia interindividual en el mercado capitalista". La necesidad de autoexpresión individual en toda actividad no es sino el rechazo de la enajenación. En efecto, las fuerzas productivas no son sino la capacidad de trabajo, los saberes y habilidades de cada uno de los individuos. Una sociedad que no los canaliza y emplea o que lo hace a espaldas de los propios individuos, es una sociedad cuyas relaciones sociales están en contradicción e impiden el uso y/o el control de las fuerzas productivas por parte de quienes son sus productores, los individuos. Una sociedad así es una sociedad enajenada.

La demanda de control por parte de los individuos de sus propias capacidades no es sino la exigencia de organizar unas nuevas relaciones sociales que permitan a todos gestionar democráticamente las fuerzas productivas y demás constituyentes de la propia cultura, y no tiene, en principio, nada que ver con la competición. 

La paradoja sobreviene porque el conjunto de actividades, formas de actuación y maneras de relacionarse con los demás, esto es, la actual cultura, se halla mayoritariamente normada por los valores y usos de la clase dominante. Así la cultura dominante se apropia y canaliza para su autorreproducción las mejores capacidades humanas. Esto pone de manifiesto la necesidad de que la izquierda comience a elaborar desde el presente pautas culturales de vida alternativas, basadas en los valores emancipatorios, y abandone la actitud de desprecio que a menudo ejerce respecto de los atisbos de elaboración de formas de actuación colectivas y democráticas desarrolladas por grupos diversos.

La propia complejidad de la actividad social y de la producción material de las sociedades industriales, con fuerte división técnica del trabajo, e incorporación directa de la ciencia y la técnica a la producción, imposibilitan la centralización en una sola instancia de poder de todas las decisiones que deben ser adoptadas para reproducir cotidianamente una sociedad. El plan central entendido como sustituto de la iniciativa de todos los trabajadores de la sociedad se ha demostrado inviable y es causa de comportamientos irresponsables e insolidarios. La democracia directa que permita a los individuos en sus colectivos de trabajo y actuación (centro de trabajo, barrio, municipalidad, asociación, etcétera) guiar su actividad y aprovechar sus iniciativas y capacidades es una necesidad.


5. De la democracia como instrumento de gestión política a la democracia como principio organizador de la cultura y de la vida cotidiana

En el presente, asistimos al triunfo de la democracia liberal. La ideología liberal ha separado siempre el ámbito público de la actividad humana del privado. El pensamiento liberal parte en sus análisís de una concepción ideológica de la sociedad, extremadamente empobrecida, según la cual los destinos de cada particular dependen exclusivamente de sus acciones y decisiones. Cualquier tipo de mediación democrática y cualquier programa político que pudiera servir para organizar colectivamente ese ámbito es considerado una coacción de 1a libertad individual. El único ámbito en el que el pensamiento liberal acepta que existan intereses colectivos es en la administración del Estado. Es ese conjunto institucional, en consecuencia, el único que debe ser controlado por la voluntad colectiva.

Esta es la doctrina hoy triunfante como consecuencia de la derrota de las fuerzas revolucionarias y de su abandono de los programas de transformación y control de la entera sociedad. Programas para los que la izquierda no fue capaz de desarrollar medios políticos adecuados, pero que movilizaron las esperanzas de amplios sectores sociales, que participaron masivamente en la política.

El triunfo del liberalismo es un triunfo pírrico. Los propios teóricos de esta tradición asisten con impotencia al desinterés creciente de los sectores populares por la política, en la medida en que desaparecen de ésta las fuerzas cuyos programas contienen objetivos de transformación social, siquiera sean reformistas.

El Estado, sin el contrapeso de la participación popular, cae en el autoritarismo. Los grandes partidos se convierten en máquinas incontroladas generadoras de corrupción, etcétera. Hay sociedades "democráticas" en las que la abstención electoral es mayoritaria. La democracia, tal como la define el propio pensamiento liberal, es un mito inexistente incluso en la propia sociedad burguesa.

Este breve análisis da nuevos argumentos en favor de las propuestas que hemos ido apuntando reiteradamente en esta ponencia. Se trata de que la izquierda emancipatoria enarbole como Programa la elaboración de una nueva cultura, esto es, la Reforma moral, civilizatoria y antropológica de la sociedad. Este objetivo alternativo tan amplio sólo puede ser desarrollado mediante la participación de la mayoría de la sociedad en el debate, en la experimentación concreta y en las luchas por su paulatina aplicación, esto es, mediante la democracia.

El fin de la nueva cultura es conseguir una sociedad cuyo objetivo sea la plenitud individual, y en la que la economía sea un medio al servicio de esta meta; esta es la sociedad socialista. Para conseguir el objetivo de la realización personal, la propia participación democrática en los organismos en que está concernido cada individuo es una de las condiciones indispensables.

La lucha para conseguir este fin pasa por la implantación de facto de una amplísima red de microorganizaciones que permitan al individuo participar en la generación de la nueva cultura. La verdadera democracia, o protagonismo de las personas sobre su propia cultura y su vida, implica la participación en pie de igualdad en la elaboración de las decisiones, y el control de los medios (financieros, tecnológicos, etcétera) implicados en la realización de las propias actividades. Particular insistencia merece el control de estos medios, pues no se trata de articular simplemente microorganizaciones que den cauce a la protesta -aunque ese sea probablemente, a menudo, el comienzo- sino de apuntar hacia la articulación de organizaciones democráticas que gestionen y actúen en la sociedad. No es el Estado el que debe actuar cuando se reclama de él un servicio, sino la propia sociedad la que pueda disponer directamente de los medios para generarlo. Con ello, la "sociedad" no queda reducida de hecho a los empresarios, como ocurre en el capitalismo, sino que los protagonistas son todos los ciudadanos asociados. 

Lo dicho no obvia la imprescindible necesidad que toda sociedad moderna tiene de instancias de planificación central, democráticamente controladas, que ayuden al desarrollo de las iniciativas de los ciudadanos libres asociados. El centro planificador, como prueba la práctica, ha de ser una institución democrática que, junto con el mercado, ayude a la iniciativa de los ciudadanos libres asociados para producir su alternativa de sociedad. El fin de la economía socialista es el desarrollo de los individuos. 

Se trata de que la democracia directa, en su sentido correcto, esté dotada de las instancias de mediación, de modo que la nueva cultura que hay que ir fraguando pueda ser elaborada por los únicos que tienen el interés y la capacidad de conseguir un cambio de tal envergadura, el sector mayoritario de la sociedad. 

La democracia directa debe extenderse muy principalmente a los centros de trabajo, permitiendo la cooperación de los trabajadores libres asociados. Pero la articulación de una nueva cultura, por el propio alcance del objetivo, desborda el horizonte tradicional de la cooperativa de producción. Esta es una meta estrictamente laboral, que sólo plantea la producción en función de alternativas de reparto salarial entre los propios productores directos de una misma empresa. Su horizonte es "sindical". No se propone como fin, aunque sea lejano, la creación de una nueva cultura del consumo que permita el gobierno de las propias necesidades humanas según el aforismo kantiano "una necesidad que no es universalizable no es humana". El cooperativismo de producción tradicional interioriza el modelo civilizatorio capitalista, no plantea la construcción de una nueva civilización en la que la alternativa al simple consumir -o al anhelo de consumo-, sea la propia creatividad, la participación democrática desarrollada libremente en las organizaciones elegidas, cuyos resultados sociales, directamente perceptibles, otorguen sentido al quehacer cotidiano. La diferencia entre la tradición cooperativa y la nueva depende, no obstante, simplemente de los fines morales que los trabajadores asuman. El papel de las fuerzas políticas revolucionarias organizadas como motor de tales debates en el conjunto de la sociedad es por tanto insustituible.

La lucha por la organización del nuevo tejido social, hacia la nueva cultura, impulsada por las fuerzas revolucionarias, debe partir de la vida cotidiana de la gente, con el objetivo de vencer las limitaciones que impone el pensamiento cotidiano.

El pensamiento cotidiano de una persona respecto de la sociedad se basa en categorías simprácticas y pragmáticas, esto es, ayuda a cada individuo a desempeñarse en su sociedad según los saberes y habilidades culturales hegemónicos-, pero no capacita a la persona para que se plantee alternativas a la cultura vigente por insatisfactoria que ésta resulte. Desde el pemsamiento cotidiano del individuo aislado no es posible organizar pautas culturales de vida alternativas a las existentes, las cuales se benefician del prestigio de ser las únicas, esto es las únicamente capaces de resolver, aunque sea mal, las necesidades humanas. 

La argumentación a partir de puras ideas sobre la posibilidad de organizar la realidad de otra manera, resulta poco convincente para una mayoría social, cuya existencia cotidiana le dice lo contrario.

El objetivo de las fuerzas emancipatorias es impulsar propuestas de acción cuyo fin sea introducir cambios en las realidades inmediatamente perceptibles de las personas, generando alternativas válidas de realización de la vida cotidiana, basadas en los valores morales del socialismo, y mediante la acción directa de los individuos. Así se genera una experiencia cotidiana que avala la posibilidad de cambiar las cosas y la confianza de la gente en sí misma y en la viabilidad de los proyectos emancipatorios. El protagonismo que la sociedad genera mediante la organización de las personas para alcanzar un fin es ya, en sí mismo, un paso hacia la nueva cultura de la democracia, y en lo individual, un avance en la autorrealización del individuo. 

La tradición histórica de la humanidad posee una rica experiencia de autoorganización que es útil para los fines considerados. La tradición federalista y el consejismo como alternativas democráticas de poder, los distintos movimientos reivindicativos, el asociacionismo cultural, el cooperativismo para el consumo y el cooperativismo industrial, así como tradiciones de poder municipal, etcétera. Todas estas propuestas de microorganización que favorecen de una u otra forma el protagonismo del individuo y la democracia merecen ser analizados detenidamente por unas ciencias sociales al servicio de la emancipación, con el objeto de mejorar nuestras propuestas de lucha por una nueva cultura de la democracia. Entre tanto, el programa político que se abre ante las fuerzas revolucionarlas es claro: ayudar a la sociedad a levantar una nueva cultura democrática que permita a los individuos una relación libre y justa entre ellos y una relación equilibrada con la naturaleza.


Texto elaborado como ponencia para las jornadas Les raons del socialisme, organizadas por la revista Realitat y el Seminari de Marxisme de la Fundació Pere Ardiaca los días 5, 6 y 7 de octubre de 1990. Se encuentra disponible on-line en su edición original dentro de la revista Realitat, nº 1, págs. 32-38. Octubre-Noviembre de 1990.

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